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Celia y su pareja, con ocho hijos en casa, han hecho de la planificación estricta una técnica esencial para llegar a fin de mes. Tal y como contaron al periódico ABC, su lema: "más vale una sudadera que calefacción" sintetiza una perspectiva pragmática de ahorro ante el aumento del costo de las facturas.

Apagar las luces, evitar el modo de espera de los aparatos eléctricos y concentrar el calor en áreas compartidas son más que simples rutinas en su hogar: son aspectos de un estilo de vida que combina orden y austeridad.

El caso de esta familia numerosa demuestra que el ahorro energético puede provenir más de modificaciones en los hábitos que de grandes inversiones: un paso audaz a nivel doméstico para disminuir gastos sin renunciar al confort.

Para Celia, la calefacción no es automática: se usa con moderación, y la sudadera se convierte en aliada del confort. "Nada de estar en manga corta en el salón en invierno" es su advertencia.

El hogar se transforma así en un ecosistema eficiente: optimizan zonas de uso, establecen horarios para aparatos con alto consumo y centran la estancia familiar en espacios cálidos compartidos.

Además, han adoptado la filosofía de "menos factura, más familia": cada luz apagada, cada aparato desconectado, cada paseo en vez del coche suma ahorro y suma sentido en una casa con diez miembros activos.

La organización es la primera norma de su "empresa familiar". Elaboran un presupuesto anual, mes a mes, para prever ingresos, gastos y ahorrar los imprevistos. Esta estructura permite que la familia mantenga la armonía y evita "contar céntimos" diariamente.

El ahorro energético encaja con esta cultura organizativa: calcular cúando encender la calefacción, decidir qué zonas necesitan calor, y asumir que la sudadera puede reemplazar al radiador, se vuelve lógica.

Así, cada decisión (desde el menú semanal hasta el control del termostato) se convierte en una oportunidad de optimizar recursos y enseñar a los hijos a gestionar la economía del hogar de verdad.

El primer cambio ha sido hacer del abrigo una norma. En vez de subir la potencia o encender todos los radiadores, la familia ajusta la temperatura al mínimo y todos se abrigan en casa. El resultado es: menor consumo, menor factura y una comodidad compartida.

Finalmente, la movilidad y las compras también juegan. La familia apuesta por desplazamientos activos o en transporte público, planifica los menús, reutiliza las sobras y evita tiradas innecesarias: estrategias que liberan parte del presupuesto familiar para invertir en educación o ocio.

La historia de Celia y su familia demuestra que ahorrar no es cuestión sólo de tecnología o reformas costosas, sino de adaptar los hábitos al contexto económico. Cuando el entorno cambia y la inflación aprieta, la previsión y la coherencia diaria importan más que nunca.

Prefiero ponerme una sudadera antes que encender la calefacción, afirma ella como lema de estilo de vida. Esa frase resume una filosofía: el calor humano y la gestión consciente del hogar pueden salvar más de lo que aparece.

Para familias, parejas o personas solas, el mensaje es claro: revisión de hábitos, cultura del ahorro y pequeños ajustes diarios pueden generar un impacto real en la factura, en el bienestar y en el ejemplo que dejamos a la próxima generación.