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Edu Saz, arquitecto y divulgador en redes sociales, ha puesto el foco en algo que es evidente pero que raramente se critica: fachadas en mal estado, chapuzas estéticas o elementos desorganizados que, no obstante, se venden o tasan por millones de euros en Madrid.

Contrasta con lo que, según él, ocurre en Barcelona, donde el cumplimiento de algunas normas urbanísticas produce espacios con más coherencia visual. Saz expresa en un video nuevo que subió a su canal de YouTube que los precios del mercado inmobiliario de Madrid ya no se corresponden con la calidad externa de sus edificios.

El arquitecto advierte de que numerosas fachadas tienen materiales de calidad mediocre, cerramientos defectuosos y añadidos improvisados que perjudican lo que podría ser una imagen más digna.

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Barcelona, para él, sale mejor parada en ese pulso estético: no porque todos los edificios sean perfectos, pero sí porque hay una tradición mayor de regulación urbana, de mantenimiento visual y de cuidado con los detalles exteriores. Algo que, afirma, debería instaurarse con más rigor en Madrid para evitar que la estética urbana se resienta.

Según Edu Saz, Madrid paga mucho por apariencia y ubicación, pero no siempre obtiene lo que paga en cuanto a fachada. Hay barrios exclusivos donde las fachadas muestran grietas, telas de toldo de materiales improvisados o herrerías oxidadas, y aun así los pisos ahí superan los millones de euros.

Para él, uno de los problemas clave es la falta de mantenimiento municipal y la permisividad en la estética urbana: licencias para cerrar balcones, colocar aire acondicionado o variar colores sin control, terminando creando fachadas desarmonizadas. En su opinión, esto no sucede con la misma frecuencia en Barcelona, donde las ordenanzas urbanas, aunque imperfectas, controlan mejor esos añadidos.

Saz también critica que muchas veces los compradores no prestan atención a lo que ve su ojo cuando llega: el edificio ya ha sido valorado por tasaciones exageradas, impuesto por localización, pero con una estética pobre que, en un entorno más regulado, habría bajado su valor. Esa disparidad de coste con respecto a la apariencia externa dice, es una de las asignaturas pendientes de Madrid en su desarrollo urbano moderno.

Esta situación tiene repercusiones reales. Los compradores, al descubrir que la fachada del edificio requiere reformas, revelan grietas, filtraciones o problemas en los balcones, enfrentan derramas inesperadas o costes elevados de rehabilitación. Esas sorpresas disminuyen la satisfacción con la vivienda y pueden afectar a su valor de reventa.

Por otro lado, la estética urbana también influye en el orgullo de pertenencia de los habitantes. Cuando los exteriores de los edificios están descuidados, aunque por dentro la vivienda esté perfecta, existe una sensación de deterioro general que penaliza no solo la imagen del barrio, sino el bienestar de quienes lo habitan.

Para Saz, regular los cerramientos, toldos, antenas y aparatos externos debería ser prioridad. Establecer sanciones claras para quienes alteren fachadas sin permiso ayuda a frenar la degradación visual. Asimismo, fomentar subvenciones para la rehabilitación estética exterior podría incentivar a los propietarios a invertir en apariencia.

Otra idea que aborda es reforzar los controles en la tasación: no solo mirar ubicación y metros, también el estado externo y la coherencia estética con el entorno. Incluir la fachada como criterio valorado podría hacer que muchos propietarios la mantuvieran mejor.

Edu Saz propone una reflexión incómoda pero imprescindible: En Madrid, se están pagando precios desorbitados por casas cuyos exteriores en muchas ocasiones no lo justifican. Y a pesar de que Barcelona no es una ciudad ideal, en términos de fachadas evidencia que se puede balancear el valor de mercado con el respeto estético.

Si Madrid adoptara estas medidas, no solo se vería mejor, sino que también fortalecería su identidad urbana, la confianza en el mercado inmobiliario y la satisfacción de los residentes.