Karlos Arguiñano (77) es, quizá, uno de los rostros más reconocibles de la televisión española y una figura fundamental en la divulgación culinaria en el país. Nacido en Beasain y criado en Zarautz, cuenta con una de las trayectorias más sólidas del país, no solo por los 35 años de la misma, sino por su habilidad comunicativa con la que ha logrado conquistar todo hogar español.
Aunque su apellido se asocia de inmediato a su figura, lo cierto es que, con el paso de los años, "Arguiñano" ha dejado de referirse solo al popular cocinero para convertirse también en el nombre de un sólido entramado familiar: un restaurante, un hotel, una bodega y, sobre todo, una extensa descendencia que hoy mantiene vivo ese legado.
Y es que el cocinero vasco tiene cinco hijos y dos hijas —una de ellas adoptiva— y, entre todos ellos, solo hay uno que no ha seguido el camino gastronómico familiar. Pero, más allá de sus profesiones, lo que realmente sorprendió a Karlos fue descubrir que la pequeña de la casa, Amaia, rompía por completo el patrón del clan: era “la única Arguiñano que sabía leer", bromea.
La generación 'Arguiñano'
Karlos Arguiñano se casó con María Luisa Ameztoy Alfaro en 1974 y, como él mismo relató en una entrevista, los inicios de su vida familiar estuvieron marcados por el dolor. La pareja perdió a sus dos primeros hijos, ambos fallecidos con siete meses, un golpe que los acompañó durante años.
Aun así, decidieron seguir adelante. Con el tiempo, aquel empeño se transformó en una familia numerosa: seis hijos biológicos y una hija adoptada —"los ocho son míos", ha repetido en más de una ocasión— que hoy integran la segunda generación del clan Arguiñano.
A diferencia de otras sagas de cocineros, el apellido Arguiñano se ha transformado en un proyecto colectivo. Cada hijo ha encontrado su función dentro del universo familiar, guiado por la discreta, pero decisiva figura de Ameztoy, responsable de la organización del hotel, el restaurante y la gestión del personal.
Los hijos han mantenido esa visión de continuidad. Eneko, el primogénito, es la parte fundamental del negocio. Dirige la sala del restaurante y, pese a que está en conversación constante con los clientes, prefiere mantenerse siempre en un segundo plano.
Zigor es el chef y el encargado de la cocina en el restaurante de Zarautz. El tercero de ellos, Txarli, es el único que no se dedica a la hostelería y, en su lugar, trabaja en el mundo audiovisual como director de fotografía.
El cuarto de los hermanos es Martín, el heredero de las labores de Luisa Ameztoy; sin embargo, el más conocido del Clan por sus apariciones junto a Karlos es Joseba. Por último, en el lado biológico encontramos a Amaia, la benjamina que lidera la bodega familiar.
Como ha recordado en varias ocasiones el cocinero, fue Amaia quien alteró por completo la dinámica familiar. Tras la llegada de cinco varones, Karlos esperaba con ganas que, por fin, naciera una niña. "Me sentí completo, dije 'Arguiñano, vales para todo", bromea el vasco.
La llegada de Amaia no solo supuso una dosis de felicidad para la pareja, sino una sorpresa que, según relata en tono de humor, nunca había visto en los Arguiñano: el gusto por la lectura.
"Guapa y lista, la única Arguiñano que sabe leer", bromea el cocinero. "No había visto un Arguiñano leyendo nunca. Todos iban de aquí para allá, nerviosos. Y de pronto la niña, unas gafitas y leyendo. Fue una locura, yo le hacía fotos", cuenta.
Con el paso de los años, Amaia no solo "supo leer" sino que cuenta con una formación de Ingeniería Mecánica Industrial Superior en Arrasate y después se marchó a San Francisco para aprender inglés.
Con esa mezcla de rigor y visión internacional, hoy está al frente de la bodega familiar, un proyecto que complementa al restaurante y refuerza la identidad gastronómica del clan.
Sin embargo, a pesar de que biológicamente Karlos solo pudiera tener una hija, él cuenta con dos: Amaia y María Torres, su hija adoptiva.
María proviene de Argentina y conoció a Karlos siendo apenas una joven de 18 años, durante un programa de cocina. Con el tiempo, aquella relación profesional se transformó en un vínculo afectivo que llevó a Arguiñano a adoptarla de manera formal.
Su llegada a Zarautz no fue fácil. Ella misma ha contado que el papeleo fue complicado y que el cambio cultural resultó abrumador: pasar de Argentina a un pequeño pueblo costero del País Vasco fue un choque que le exigió adaptación. Pero la encontró.
Con el tiempo, María se consolidó como repostera y chef dentro del restaurante, donde trabaja codo con codo con Zigor, formando un tándem que sus hermanos describen como muy sólido.
Eneko, el primogénito, ha afirmado en alguna ocasión que María es "una hermana más", y recuerda cómo compartieron parte de su juventud. Hoy, para todos ellos, es simplemente una Arguiñano más, aunque no lleve el apellido.
