Según los últimos datos del INE, en 2024 había unos 2,5 millones de hogares con alguna persona dependiente y solo uno de cada cuatro (26%) contaba con un cuidador remunerado. Además, el 37,1% tenía necesidades de atención a domicilio no cubiertas, 6,3 puntos más que en 2016.
En España, cuidar a las personas mayores sigue considerándose, en gran medida, un trabajo de baja cualificación. Esa percepción explica parte del déficit actual de profesionales en el sector de los cuidados: el país necesitará al menos 260.000 cuidadoras más para 2030 si quiere cubrir las necesidades del sistema de dependencia.
En los últimos años, solo quienes no encuentran otra salida laboral —principalmente mujeres migrantes— aceptan empleos como internas o cuidadoras de mayores en domicilio. Son, como Martha García, las que sostienen un engranaje imprescindible para miles de familias y quienes acompañan a los más mayores en el día a día, incluso en los peores momentos.
El papel de las cuidadoras del hogar
Según un reportaje de 2021 realizado en La Vanguardia, la inmigración cuida al 90% de los 1,2 millones de ancianos españoles que viven solos en casa. No solo juegan un papel fundamental en su limpieza, alimentación y compañía, sino que, en muchas ocasiones, son las únicas personas que los acompañan en sus últimos días.
Martha García tiene 43 años y es originaria de Ecuador. Llegó a Madrid en 1999. Desde entonces se insertó en el mundo de los cuidados domiciliarios, concretamente como interna, es decir, viviendo en el domicilio de la persona mayor a la que asiste.
Según cuenta al medio citado, su historia comienza cuidando a una octogenaria del barrio de Salamanca, con quien vivía las 24 horas. "Era una señora especial, muy tiquismiquis con el orden, que me enseñó mucho", cuenta.
Una de las cosas que le enseñó fue a cocinar. Para aquel entonces, Martha no sabía por dónde empezar y, cuando le dictaba el menú, no entendía de qué alimentos le hablaba. "Lentejas, tortilla de patatas...", enumera.
Las mujeres inmigrantes que trabajan en el sector doméstico coinciden en que, aunque el régimen laboral se establezca en 40 horas semanales, ellas llegan a trabajar incluso 80 horas, ya que tienen que estar las 24 horas del día disponibles para la persona que está bajo su cuidado.
A los dos años de Martha viviendo en su casa, la familia regularizó su situación laboral; algo que, para muchas cuidadoras internas migrantes, no ocurre tan fácil.
Imagen ilustrativa.
Según las estimaciones, cerca de 9 de cada 10 mujeres extranjeras en España y en situación de desempleo (86%), considera aceptar empleos en la economía irregular o sumergida, sin estar dada de alta en la Seguridad Social y en condiciones de absoluta desprotección.
El trabajo de interna, como el que realiza Martha, implica asumir una función integral: ayuda en la higiene, apoyo para desplazamientos, acompañamiento, alimentación, vigilancia de la salud básica; también se convierte muchas veces en interlocutora y compañera de quien ya no puede valerse plenamente.
No solo eso, sino que el trabajo de interna, en muchas ocasiones, implica lidiar con los conflictos internos dentro de la familia, como la ausencia de los hijos. En estos casos, Martha reconoce que hace uso de las "mentiras piadosas" para tranquilizar, evitar angustias, mantener el ánimo de la persona mayor.
"Muchas veces la señora me preguntaba, extrañada, si había telefoneado o iba a venir un hijo o un nieto. Yo siempre le decía alguna mentira piadosa o le restaba importancia: seguro que está muy ocupado", admite Martha.
Según un estudio realizado en Dinamarca, las mentiras -o redirecciones, ajustes de la realidad- en personas mayores son vistas como herramientas efectivas para mejorar el bienestar de la persona mayor, facilitar la interacción y evitar conflictos o angustias.
En concreto, los cuidadores afirmaban que muchas de las "pequeñas mentiras" no las reconocían como tales, sino como adaptaciones a la realidad que experimenta la persona mayor.
Otra revisión conceptual (Irving 2023) analiza el término "therapeutic lying" y propone que, aunque el engaño sigue planteando un dilema ético, bajo ciertas condiciones puede justificarse.
Estas condiciones son cuando la persona mayor no es capaz de procesar una verdad o cuando la mentira evita un daño emocional grave, cuando la relación cuidador-persona mayor está basada en empatía y respeto, y cuando es el recurso último tras haber intentado otras vías de comunicación.
Eso no significa que cualquier mentira sea aceptable. Las investigaciones señalan riesgos: si la mentira vulnera la persona mayor, le quita la capacidad de decisión, le genera confusión prolongada o erosiona la confianza, entonces se vuelve moralmente problemático.
