María Oruña (Vigo, 1976) ejerció durante diez años como abogada laboralista y mercantil, antes de dedicarse exclusivamente a la literatura. Su primera novela de misterio, Puerto Escondido, ambientada en Cantabria y con la teniente Valentina Redondo como protagonista, se publicó en 2015.

A ella seguirían nuevas y distintas entregas, como Un lugar a donde ir (2017) y Donde Fuimos Invencibles (2018), El bosque de los cuatro vientos (2020) y Lo que la marea esconde (2021). La quinta entrega de la saga, El camino del fuego (2022), se presentó durante una jornada literaria en Bodega Emina. 

Durante un encuentro con amantes del vino y de la literatura, en el marco del Festival de Literatura y Vino “Blacklladolid”, al que María Oruña se mostró encantada de asistir "y a todas las actividades que se vinculan al mundo del vino, que conozco bien, pues soy de aquellas niñas que ayudaban en la vendimia a sus abuelos en Galicia”.

En MagasIN le hemos pedido a la escritora gallega que escriba De autora a lectora y este es su texto:

Tengo que confesar que el oficio de escritora es mucho menos bucólico y bohemio de lo que me imaginaba. Si alguna vez me detuve a pensarlo, que ni me acuerdo, supongo que visualicé una mano sobre un teclado, mientras el mar mecía las olas frente a mi ventana y una humeante taza de café reposaba entre libros y esquemas en el escritorio.

Confiesen: ustedes también han visto en su imaginación ese despacho y esa vida dibujada con cierto desgaste bohemio. Lamento decepcionarlos, pero el oficio no se traduce en ese lienzo, se lo aseguro.

Tal vez el asunto fuese más tranquilo en el siglo XIX, pero ahora no solo escribimos, sino que nos materializamos en todas partes. Festivales, ferias literarias, entrevistas y eventos de toda índole imaginable.

Un día, por ejemplo, puedes estar dando una charla de El Quijote en la feria del libro de Lima, en Perú, y otro hablando de tu libro en la bodega Emina de Valbuena de Duero, a la vez que descubres que la gente se puede bañar en vino en selectísimos spas.

En otra ocasión, pongo por caso, puedes ver tu reflejo en la ventana de un restaurante de Milán, mientras intentas convencer —en un idioma inventado, entre inglés, italiano y español— a un montón de libreros de que tu último trabajo es fantástico para sus librerías.

Recuerdo una noche en tren, saliendo de Valencia. Llovía como si solo el agua pudiese salvar al mundo y yo viajaba, sola, a un hotel de aeropuerto en Madrid; desde allí, sobre las seis de la mañana, saldría para tomar un vuelo a mi casa tras haber presentado mi último libro en la feria correspondiente.

También en aquel vagón vi mi reflejo en el cristal, y me burlé de mí misma: ¿era aquello el éxito? Claro que no. Los escritores nos diluiremos en la memoria colectiva, pero qué bueno soñar con que nuestras historias perduren, con que algún día, de vez en cuando, nuestras palabras hagan sentir a alguien menos solo.

Ah, las historias. ¿No son, acaso, las que nos han reunido alrededor del fuego desde el comienzo de los tiempos? Son las que nos han dado héroes, malvados, referentes, principios y pautas morales. Las que nos han ofrecido una patria común.

¿No les parece curiosísimo que nosotros mismos, a lo largo de los siglos, hayamos censurado muchas de esas historias? Pensémoslo. ¿Qué prohibimos? Lo que nos molesta, lo que nos perturba.

Todo aquello que puede suponer un potencial peligro para el orden de las cosas al que estamos acostumbrados o que —al menos— no nos disgusta. A mí siempre me ha parecido que todo lo que se prohíbe funciona como un espejo, porque describe a quien pretende evitarlo. 

Por eso escribí El camino del fuego, porque quería contar la historia de varios libros que habían sido quemados, censurados para los ojos de los demás. ¿Qué mejor que hacerlo citándolos a todos pero centrándome en las Memorias de Lord Byron?

No me digan que no resulta curiosísimo: el poeta murió como un héroe en Grecia y sus mejores amigos, junto a su editor y su exmujer, decidieron quemar un manuscrito que ya por entonces valdría una fortuna.

Dicen que Thomas Moore —el poeta que había recibido de forma epistolar y poco a poco todas las Memorias— llegó a retar a un duelo al editor por aquella idea de llevar al fuego aquel montón de recuerdos de Byron.

No me quedó más remedio que pergeñar una historia ambientada en la vieja Escocia —Byron nació en las Tierras Altas, no lo olviden— en la que libreros, editores, filólogos y anticuarios se viesen envueltos en la búsqueda de una copia de esas legendarias Memorias. ¿Qué contarían? ¿Cuánto valdrían hoy?

Por supuesto, y como todos sabemos, no solo es el amor sino también el dinero el que mueve el mundo, de modo que, ante el potencial hallazgo de algo semejante, ya se imaginarán que tuviese que escribir un crimen y posicionar a los posibles sospechosos ante los ojos de los lectores, como si estuviésemos en una novela clásica de detectives.

Al tiempo, ¿por qué no jugar con un hecho real, algo impactante y tremendo que hubiese sucedido de verdad? Casi por casualidad, en mi último viaje a Escocia tropecé con un crimen que había sucedido en Glasgow a mediados del siglo XIX, pero que adapté a mi trama vinculándolo al mundo de los libros y a las Tierras Altas.

El lector tendría que resolver no solo un crimen actual, sino otro antiguo y que, además, había generado en su época una expectación y un revuelo fuera de lo común. Claro que, ya que estábamos, ¿por qué no salpimentar el asunto desde un enfoque distinto, más divertido?

Normalmente, mi investigadora de la serie de Los libros del puerto escondido ejercía desde su puesto como teniente en la policía judicial sin dejar espacio para los errores, pero, ¿y si la obligaba a prescindir de sus herramientas de trabajo? ¿Y si la llevaba de vacaciones a Escocia?

Allí podría verse envuelta en el crimen y el misterio, pero tendría que investigar como cualquiera de nosotros, sin herramientas policiales. El resultado sería una trama menos policíaca pero más sensorial y evocadora, donde la intuición y el conocimiento del alma humana podría suponer la diferencia.

Y así, entre viajes, ferias y reflejos en todos los cristales imaginables, fui soñando cómo sería perderse en una aventura en Escocia, donde el amor y el desamor, la rabia, la ambición y el miedo moviesen el viento que fuese capaz de cambiarlo todo.

¿Han estado alguna vez en Escocia? Sí, ya saben, ese lugar que visitar siempre con una chaqueta, lleno de castillos, leyendas, paisajes de ensueño y unicornios. ¿No? Oh. Tampoco resultaría relevante que ya hubiesen paseado por toda esa magia, porque solo hay un camino para hacer este viaje, y es a través del fuego. ¿Se atreven? Les espero en la gran isla, marineros.