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R. quería ser madre antes de los 30 años y tener como mínimo tres hijos, porque ella es la pequeña de tres hermanos. Lleva con su marido casi dos décadas y acaba de debutar en la maternidad con 39; probablemente será su único vástago...

“¿Qué pasó? La vida -comenta a Magas-. Acabé la carrera y luego me pilló la crisis de 2008. Mi pareja y yo teníamos claro que queríamos ser padres, pero no sin tener al menos una estabilidad. No te digo una casa en propiedad, pero sí sueldos que diesen más que para una habitación en un piso compartido”.

El número de hijos en España descendió hasta 1,12 por mujer en 2024, un récord negativo, que sitúa a nuestro país entre los que menos descendencia tiene del mundo. De hecho, perdería población de no ser por la inmigración.

Una futura madre, con una ecografía.

Esto afecta a todo el mundo, excepto África. Los ratios normalmente no han parado de descender en los países con más desarrollo económico. Incluso en los gigantes como China, con un 1,18 en 2024; e India, que ha pasado de una tasa de seis en 1960 a otra de 2,01 el año pasado.

Se mueven en los mismos números que España otros europeos de tamaño similar como Italia o Polonia, y por debajo, incluso habiendo descendido de la media de un hijo por mujer, Corea del Sur o Taiwán.

“Cuando me quedé embarazada, había una parte de mí que quería que fueran gemelos para poder tener dos sin necesidad de repetir todo el proceso y siendo madre a los 40. O sea que si vuestra pregunta es esa, no, no he tenido el número de hijos que quería", asegura R.

La tasa de reposición o reemplazo generacional debería ser una media de 2,1 algo que la mayor parte del mundo desarrollado no alcanza. ¿A qué se debe? Los estudiosos de la demografía no se ponen de acuerdo, es uno de los debates que en la Unión Europea se viven con más intensidad.

No es una cuestión solo de cambios en la estructura social, sino directamente económica: menos trabajadores y más personas dependientes al invertirse la pirámide de edad por la mayor esperanza de vida.

Algunos demógrafos, como el influyente experto británico Paul Morland, autor del estudio The Human Tide en castellano 'La marea humana' , inédito en España, hablan de una cuestión cultural, ya que entienden que nuestra actual sociedad sería “antinatalista”. Además, señalan que son los países extremadamente religiosos, como Georgia (2,06) o Israel (2,89) los que mantienen las ratios más altas.

Esto último no es una regla de oro, y otros casos, como la teocrática Irán (1,68) o naciones que han hecho grandes esfuerzos en ayudas a la maternidad como Hungría (1,55) demuestran que no siempre sería un factor determinante.

La crítica habitual a enfoques como el de Morland es que dan por sentado que las personas, y en concreto las mujeres, no tienen más hijos porque no quieren, como una suerte de elección. En este reportaje hemos intentado preguntarles directamente en lugar de intentar adivinar sus intenciones.

Es más, nuestro país tiene uno de los estudios más completos en Europa sobre la diferencia entre fecundidad deseada y fecundidad lograda. Es decir, que no busca explicaciones a por qué las mujeres no quieren tener hijos, sino que más bien señala que muchas lo deseaban, pero no pueden y otras hubieran querido una familia más numerosa.

Publicado en 2022, se titula ¿Por qué las mujeres no tienen los hijos que dicen querer tener?, y es obra de las investigadoras Mariona Lozano, del Centro de Estudios Demográficos de la UAB, y Alícia Adserà, de Princeton University, para el Observatorio Social de la Fundación La Caixa.

“Hay una brecha entre la fecundidad observada de 1,12 hijos por mujer y la que las propias encuestas del Instituto Nacional de Estadística (INE) recogen como deseada, de 2 descendientes”, señala Lozano a Magas. “Esta tendencia se viene observando desde mediados de los ochenta”.

La experta explica que “ahora mismo se da la conjunción de dos fenómenos: generaciones en edades reproductivas muy vacías, porque son las que ya nacieron en contexto de baja fecundidad, y tasas de fecundidad que siguen siendo mínimas. Con lo cual la natalidad es también escasa, porque las ‘candidatas’ a tener hijos son pocas”.

También lamenta que “seguimos encontrando en la prensa a artículos de opinión que atribuyen la baja natalidad a estilos de vida más hedonistas o individualistas de los jóvenes. Los estudios muestran lo contrario: lo retrasan porque consideran que sin cierta seguridad laboral y de ingresos es irresponsable asumir ese compromiso a largo plazo de crianza”.

A las autoras del estudio les ha dado la razón recientemente la ONU. En concreto, el informe La verdadera crisis de fertilidad: la búsqueda de agencia reproductiva en un mundo cambiante, del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA).

Dos preocupaciones quitan el sueño a esta institución: la caída de la media de hijos por mujer de 5 en 1950 a 2,25 en 2024 y lo desigual del reparto de la pérdida de población. Y una conclusión aplicable a todos los continentes, incluyendo países con altas tasas de natalidad: la mayoría de la gente querría tener familias más grandes, pero no puede.

La directora ejecutiva del UNFPA, Natalia Kanem, llegó a afirmar que “esto no es una historia sobre individuos que renuncian a la maternidad o la paternidad, sino sobre personas a las que se les está impidiendo ejercer ese derecho por barreras económicas, sociales y sistémicas”.

Ayudar al cuidado de los menores desde las instituciones es crucial. iStock

Tras entrevistar a 14.000 ciudadanos de 14 países que representan más de un tercio de la población mundial, los resultados apuntan que uno de cada cinco adultos cree que no podrá tener el número de hijos que desea, uno de cada cuatro nunca ha tenido pese a desearlo y un 31% de los que ya es padre o madre ha bajado su natalidad de manera consciente.

De vuelta a España, J., madre de una niña y con más de 30 años, comenta cómo es una decisión que parece escaparse al control: "Con los trabajos de mierda que tenemos incluso a esta edad, te plantas en 37 y la calidad de los óvulos es baja o tienes poca cantidad. Ves que es complicado mantener una pareja estable y hay personas de tu entorno que ni siquiera han podido independizarse. Somos socialmente muy jóvenes, pero biológicamente no tanto”.

La socióloga Aida Dos Santos, autora del ensayo Hijas del hormigón (Debate, 2025), señala que “las mujeres que no quieren tener hijos somos una minoría, una de cada 10, y por causas médicas, el 25%, una de cada cuatro. Así que el problema no son esas, sino el desfase del 15% con el total de las que luego no son madres”.

En su trabajo ha observado dos cuestiones. Una coincidente con nuestras entrevistadas, “que en las clases medias y medias-bajas se pospone tanto la decisión que se complica biológicamente”.

La segunda es que “en el caso de las mujeres no se perciben todos los ítems que se exigen alcanzar antes de optar por la maternidad, mientras, paradójicamente, se critica a las madres jóvenes”.

La investigadora Mariona Lozano, por su parte, tiene una solución: “Política laboral. Las medidas pronatalistas no mejoran las condiciones de inseguridad laboral y residencial de los jóvenes”. Un ejemplo habitual español es el llamado cheque-bebé, la ayuda de 2.500 euros por hijo establecida entre 2007 y 2020 con escaso éxito.

“Para que los jóvenes puedan tener los hijos que desean hay que darles condiciones de seguridad -añade-. Además, facilitar el cuidado especialmente entre las edades más tempranas, la escolarización 0-3 en España no está cubierta de manera universal y depende de los recursos previos de cada familia”.

A R., que abría este texto, le preguntamos también si se consideraba representativa de su generación: “En parte sí, porque la mayoría de la gente que conozco está teniendo hijos a mi misma edad: 35, 36, 37… Y en parte no porque tengo muchas amigas en esa misma franja que querrían tenerlos, pero no pueden, y al fin y al cabo yo sí soy madre”.