Lourdes Pérez (44 años) estaba acostumbrada a lidiar con ríos de turistas que buscaban el lugar más arenoso y soleado de la playa para pasar hasta el último segundo de su tiempo en Gran Canaria.

También al trasiego y la exactitud que supone el turismo de negocio, ese donde la agenda tiene prioridad frente al respiro sin excusa. Sin embargo, lo que no sabía es que se iba a enamorar de un trozo de su isla, Agaete que parece sacado de un paisaje más propio del norte de España y que duerme entre una montaña mágica y el cafetal más al norte del mundo. Eso sí, siempre oliendo a mar, siempre pegado a las olas.

"Las Longueras es una finca de 176 hectáreas que pertenece a la familia Manrique de Lara y cuya casa se construyó en 1895 en un estilo angloindiano. Ellos eligieron muy inteligentemente dónde poner la casa, cómo orientarla, dónde colocar la piscina en la zona con más horas de sol. Estamos a tres kilómetros de la playa y a la vez dentro de un valle en la montaña, aislados, incluso de la carretera. Esto es el paraíso", explica casi sin darse cuenta de las bondades que hacen tan especial este hotel rural en la Canarias del sol y playa.

María 'Puchi' Manrique de Lara y Llarena en el Hotel Rural Las Longueras.

La familia se dedicaba en parte a comerciar con lo que daba la finca y esta casa señorial era el lugar donde pasaban el otoño y el invierno porque el tiempo en esta parte de la isla es muy suave. Antes de los años 60, Las Longueras también tenía su cafetal que crecía a la sombra de las plataneras. Estos se vendían a los comercios más importantes de la región. Luego cambiaron las plataneras por otros frutos y el café perdió su refugio. 

Parte de las estancias, su ubicación y la distribución de la casa recuerdan a esas country houses británicas de principios de siglo XIX que expandió la cultura de té y de las reuniones sociales por toda Europa. Pero con ese toque hindú de remates acristalados en una de sus alturas o colores llamativos.

De hecho, La Casa Roja, como se la conoce, es una de las pocas que mantiene un tono diferente al blanco que obligan a lucir todas las viviendas de la zona desde hace años. "Al principio era rosa, por la cochinilla, pero luego se eligió el rojo canario o rojo inglés".

Desde el camino de entrada, la casona emerge como una señorita recostada en las faldas de la montaña de Tamadaba vigilando, en los días claros, hasta el monte del Teide que se dibuja en el horizonte al otro lado del mar. Este hotel rural siempre perteneció a los Manrique de Lara, pero ha sido su última heredera junto a sus hermanos, María, la que decidió abrirlo como vivienda turística con el liderazgo de su padre en 1995 para que pudieran disfrutarlo en pequeños sorbos los clientes que llegaran.

Hotel rural Las Longueras.

"Puchy, aquí nadie la conoce como María, es una mujer muy adelantada a su tiempo y muy sociable. Fue una pionera en los negocios cuando era joven, creando la primera empresa de azafatas de congreso con sus socias, y tuvo claro, cuando heredó la casa a finales de los 90, que quería abrirla al público, creando un hotel rural en el 2000".

Al hotel se accede por un camino que marca la entrada a este especial túnel del tiempo. No es de extrañar que Las Longueras haya sido elegido como escenarios de varias películas de época. "En sus años, aquí venían intelectuales, políticos y artistas que hacían tertulias en el salón del fondo. Personajes muy reconocidos como la escritora británica Olivia Stone subían a El Valle para probar las aguas termales".

¿Y quién sabe si llegó a tomarse un té en Las Longueras?

Un hotel rural

Lourdes Pérez entró en Las Longueras en el 2006, justo un año después del fallecimiento de don Agustín Manrique de Lara, el padre de Puchy. "María vive en Madrid y se dio cuenta de que el hotel funcionaba bien, pero necesitaba un impulso y calor humano. El personal que tenemos es el que había trabajado siempre para la familia. Lo hacían de maravilla pero alguien tenía que guiarlos", explica esta licenciada en Dirección y Gestión hotelera.

El flechazo en este caso fue a tres: Lourdes, Puchy y "la casa", como la llama todo el rato aunque funcione como un hotel. "Me lo pensé mucho por si me aburría o me estancaba profesioalmente, pero todo lo contrario: esto necesitaba invertir y abrir a más mercados que el que teníamos en ese momento, un turoperador y solo clientes alemanes. Y la relación ha sido duradera".

La jugada ha colocado a Las Longueras y al Valle de Agaete en el camino de todos los que llegan dispuestos a moverse un poquito de su hamaca. "Antes de la pandemia, nuestro mercado era eminentemente holandés y alemán y las estancias eran mucho más largas, entre cinco y siete días. Para ellos era una mezcla de naturaleza y descanso, senderismo, gastronomía y desconexión".

De hecho, además de las 12 habitaciones que tiene la casa principal (nueve dobles, dos suite y una individual, que es justo la que tiene vistas al mar), también se ha rehabilitado una antigua gañanía para hacer dos junior suites, que son como pequeños apartamentos, con sus terrazas y su parking, compartiendo servicios con el hotel.

Pero la pandemia cambió el rumbo. "Tuvimos que cambiar el chip porque ahora llegan, sobre todo, clientes locales, aunque en este abril ya se ha empezado a notar más extranjeros: franceses, belgas y holandeses que están por las islas varios meses. Además, como hay cancelación gratuita, muchos de los que tenían su reserva el año pasado ya la han activado para finales de este año e incluso para enero de 2022".

En manos de mujeres

Las Longueras comparte tanto el trabajo de campo como el del propio hotel rural donde se respira casi en cada estancia el toque femenino. "Somos 10 empleados y la mayoría mujeres", aclara Lourdes, una de las dos directoras de orquesta que mandan en esa zona del valle.

Después de 16 años moviendo clientes por la Casa Roja, Lourdes conoce qué quieren casi cuando llegan y qué puede ofrecerles con sólo hablar con ellos unos minutos. Ninguno de ellos se refiere a Las Longueras como hotel, sino como la casa, y por eso el servicio de desayuno y cena es casi como estar en tu cocina.

Las Longueras.

"Nunca cerramos el servicio si vemos que falta alguien que se ha quedado dormido o que llega más tarde. Tampoco tenemos un restaurante como tal sino que está Beni [la cocinera] que ofrece cosas sencillas y caseras. A veces, si no hay mucha gente, hasta eligen los clientes lo que quieren para cenar. Eso sí, aseguramos que es comida canaria y con productos kilómetro 0, ya sean nuestros o de productores locales", advierte.

Y es que la finca hace décadas que cambió los plátanos y el café por la fruta tropical más propia de esta parte de la isla: mangos, mangas, naranjas, mandarinas... "y con la pandemia, también verduras y patatas". Que se combinan con las flores, los cactus y los jardines pensados, únicamente, para repartir el fresco de las sombras entre quienes quieren escuchar el sonido de los pájaros.

Florece en otoño

Este tipo de turismo empieza a hacerse un hueco en Gran Canaria, alejado de la imagen de playas llenas en verano. En eso ha tenido mucho que ver el trabajo de Gran Canaria Natural&Active, la marca oficial del Patronato de Turismo de Gran Canaria, que busca dar a conocer la isla como destino de turismo de naturaleza, con hoteles con mucho encanto y actividades al aire libre, arqueología, cultura y mucha gastronomía.

De hecho, no intenten ir en agosto a Las Longueras porque los Manrique de Lara vuelven todos a "su casa" y pasan el mes en familia y arreglando cosas de una finca que resulta casi hipnótica para el relax y el descanso. "Es muy fácil ver a María y a César, su marido, pintando o poniendo cosas nuevas".

Lourdes también sabe lo que es vivir en "la" casa. El año pasado, cuando se decretó el primer confinamiento consiguió como pudo colocar a todos los clientes de vuelta a sus países de origen, "estábamos llenos", cogió a su marido y su hija de 12 años y se trasladaron a Las Longueras para cuidarla. "Mi hija fue la mujer más feliz del mundo y hasta el perro tuvo una depresión al volver... no quería salir de la caseta tras probar esta libertad. Trabajamos mucho pero fuimos muy afortunados".

Uno de los salones de Las Longueras.

La temporada alta en esta zona de Gran Canaria es de octubre a abril, pero noviembre, febrero y marzo son los mejores meses porque es cuando hace más frío en Europa. De hecho, en la complicada situación que vive el turismo en España en general y en las islas en particular, Puchy y Lourdes lo apuestan todo a sobrevivir el verano y, paradójicamente, empezar a florecer en otoño.

"Yo no creo que los extranjeros aguanten mucho hasta octubre y noviembre sin salir. De hecho, ya empiezan a llegar muchos que están vacunados y que no podían más y se han cogido un avión para disfrutar de Las Longueras. Es un buen sitio porque estás lo aislado que quieres y es muy seguro".

Puchy y Lourdes hace años que pasean por estas tierras pensando en qué nuevas propuestas pueden ofrecer: un spa, villas con sus propias piscinas rehabilitando antiguas casas de aperos que hay en la finca... pero ahora sólo piensan en volver a la vida, como todos los hoteles y restaurantes de la zona.

"Llevamos unos años muy malos, primero con el incendio que azotó estas montañas y luego con la Covid-19. Pero yo soy muy optimista y espero que esto empiece pronto a solucionarse", sonríe.

Una estafeta de Correos de 1815, que vino directamente de La Orotava, en Tenerife, recuerda en el hall de la casa la comunicación que Canarias siempre tuvo con Europa y no sólo por el intercambio de mercancías, sino por la convivencia de muchos clientes que se transformaron en familias.

Así surgieron lugares como Las Longueras de la mezcla de fuerzas, del intercambio de conocimientos y ahora, al pie de Tamadaba, sólo le queda mirar a la montaña y pedirle a ese dios al que bailan los romeros de San Pedro cada 28 de junio para que llueva a lo largo del año, algo de normalidad.