El fin del amor. Amar y follar en el siglo XXI (Seix Barral), de la periodista y escritora Tamara Tenembaum -que se ha convertido en una de las voces más potentes de la nueva literatura latinoamericana- no es, en el fondo, un libro sobre el fin del amor. Más bien va sobre su recomienzo, ahora que podemos empezar a querernos más libremente no sólo en lo legal, sino en lo social. El amor tal y como lo hemos conocido históricamente -impregnado de conveniencias familiares, de monogamia severa, de la idea inculcada a las mujeres de que nuestro objetivo vital es casarnos- está agonizando, adiós muy buenas, ahí te quedas.

Se abre un nuevo paradigma para las jóvenes, que hoy somos mucho más que mujeres casaderas, que niñas tristes en la busca del príncipe, que hembras conformistas que se dejan echar el lazo por el primer simpático que pasa porque nos aterra quedarnos solas: la soltería femenina, tristemente, se ha relacionado siempre con el fracaso, porque nuestra vocación -nos han dicho- era ser elegidas para ser valiosas.

Ahora los modelos son diversos: la generación de nuestras madres fue la primera que se divorció, tenemos amigas sólidas que no abandonamos cuando comenzamos una relación estable, hemos ampliado vínculos afectivos aquí y allá -tanto en esa familia elegida que son los colegas como en el desarrollo de la vida laboral-, y hasta existen opciones menos convencionales que cada vez se practican más, como las relaciones abiertas o el poliamor. La maternidad es sólo una posibilidad, no la única manera de realizarse como mujer en el mundo. Hoy hemos reflexionado por fin sobre el consentimiento. ¡Tenemos amigos hombres: qué invento!

A El fin del amor hay que aplaudirle que no sea un libro cínico: no uno de esos ensayos con la ceja levantada que señalan las grietas reconociéndose nihilistas, sino una obra vigorosa, optimista, diríamos, sobre nuestros afectos y sobre cómo se va paliando la desigualdad histórica entre varones y mujeres heterosexuales. Ya ha sido todo un éxito en Argentina -allá ya lleva siete ediciones publicadas-, y aquí en España amenaza con generar el mismo efecto.

Tamara Tenenbaum, además, nos regala una mirada muy lúcida, curiosa e interesante de todos estos temas, porque se crió en una comunidad judía ortodoxa en el corazón de Buenos Aires y ni siquiera sabía si era correcto dar dos besos en las mejillas al saludar a los chicos. Estaba desubicada ante los códigos de los otros acerca del amor y el erotismo. Entendió pronto que el mundo laico no tenía reglas tan claras, tan escritas, pero que a su vez estaba lleno de subterfugios, de cositas tácitas, de opresiones invisibles hacia la mujer -que o bien estaba loca, o era ridícula, o era puta-.

Nos comparte la autora su investigación, sus descubrimientos tejidos a través de sus estudios de filosofía y su militancia feminista. Léanla: dará que hablar.

¿Qué es el amor? ¿Crees que ha sido el opio para las mujeres, como decía Kate Millet: “mientras nosotras amábamos, ellos gobernaban”?

Bueno, yo no diría tanto. Creo que el amor puede ser una cosa muy buena y que, en cualquier caso, lo que ha sido opresivo para las mujeres es la idea de que buscar una pareja tenía que ser nuestro objetivo en la vida; y que todo lo demás -pasiones, vocaciones, deseos- tenía que subordinarse a eso.

Esto sigue siendo complicado para las mujeres, porque quizá no estamos obligadas legalmente ni económicamente, pero sí tenemos detrás de la cabeza la idea de que si no tenemos un hombre que nos valida con su mirada estamos solas, desamparadas y no valemos nada. Lo pensamos incluso mujeres que nos sentimos feministas empoderadas: que sientes que eres una persona incompleta. Igual todas las personas somos incompletas pero si piensas que sin un hombre no puedes ser feliz y que tu vida es una tragedia, esto es problemático.

¿Cómo quitarnos esa cáscara?

Desde lo personal y lo colectivo. Hay cosas que no podemos hacer solas -cambiar nuestra educación emocional política, las dinámicas de nuestras vidas cotidianas, etc-, porque esto no es un libro de autoayuda, no es “te concentras y ya está, piénsalo fuerte y se arregla”. Estamos bombardeadas por mensajes y estructuras y economías y sociedades que todavía nos empujan hasta ciertos lugares. Muchos mensajes aspiracionales. Mira Instagram diciéndonos lo que tenemos que ser: ser flaca, ser bella, ser amada, tener hijos a la edad correcta.

Tenemos que estar más en contacto con lo que deseamos y con lo que nos interesa o nos interpela. Yo por suerte tengo vocación y eso es un privilegio, porque la mayoría de las mujeres en el mundo no tienen derecho a una vocación, como mucho, a un trabajo que les permita vivir en condiciones precarias. Mi vocación me ha salvado de vivir pendiente de la mirada masculina, siento que tengo que hacer una contribución a la sociedad que va más allá de esa mirada del varón que te ama o no te ama.

Me da la sensación de que el hombre, históricamente, cuando se casaba, no pensaba en el fondo que esa mujer fuese a ser la única mujer con la que estaría en la vida. Se casaban ya asumiendo que tendrían amantes. Sin embargo, la mujer no.

Es cierto que a los varones el matrimonio nunca les prometía la exclusividad, se metían ahí sabiendo que había espacio para otras cosas, pero igual creo que las mujeres tuvieron muchísimos amantes siempre. En una época había distintas estadísticas en Argentina sobre qué cantidad de hijos se enteraban, al hacerse el análisis sanguíneo, de que su padre no era su padre. Siempre ha habido mucha infidelidad femenina, pero las mujeres somos más calladas, más discretas.

Los modelos van cambiando. Ahora hay menos mujeres y varones dispuestos a casarse a los veinte años. O antes, nuestras madres se casaban y sus amigas pasaban a un segundo plano. Tu vida social era tu marido y los amigos de la pareja. Eso por suerte ahora no pasa y vamos tejiendo un entramado de vínculos muy grande.

Es importante lo que hizo la generación de nuestras madres, porque fue la primera generación que se divorció. Dieron un paso que nuestras abuelas no dieron, porque soportaban parejas que si no eran violentas en muchos casos no las hacían felices: vivían en la cultura del soportar.

Hablamos hoy de la liberación femenina como si fuera un repollo que acabase de nacernos en las manos, pero ese paso lo dieron nuestras madres, también cuando el divorcio estaba mal visto y cuando les decían aquello de: “¿Qué les estás haciendo a tus hijos?”. Ellas dijeron: yo tengo derecho a ser feliz. Ahora estamos en la fase de esa profundización, de ese camino propio.

Tamara Tenenbaum.

Hay una crítica feminista hacia el amor romántico, pero realmente me pregunto si el amor puede ser de otra manera. Una cosa que no duela, desapasionada, tranquila. No sé si esa es una versión light del amor. ¿Cómo lo ves?

Bueno, el amor duele, como todas las experiencias reales de la vida, pero no es comparable eso al tipo que te encierra a golpes. Se trata de desarmar vínculos desiguales, destructivos. Eso para mí no quita la pasión, porque cuando la pasión pasa, pasa igual. Sí reconocemos, con más honestidad, que la pasión tiene un límite, pero que nos puede interesar o no lo que viene después. Cada uno tiene derecho a decidir qué quiere en la vida y a qué experiencias prefiere renunciar. Lo fundamental es no confundir la pasión ya no con la violencia, sino con la manipulación, o con ciertas normas del vínculo que son narcisistas.

¿La liberación sexual ha pasado a ser neoliberalismo sexual? Quiero decir: ahora la gente se usa y tira a lo loco, usa Tinder, participa del mercado de la carne… esto del amor líquido de Bauman. Mercantilizado, casi. ¿Es una trampa?

No lo llamaría trampa, pero sí pienso que la ética que usábamos para los viejos vínculos no nos sirve para los vínculos, más fugaces, digamos, de hoy. Antes para el hombre, por ejemplo, su esposa lo merecía todo y la amante, nada. Se supone que con ella no había ninguna ética, ninguna obligación posible, porque estaba fuera de la ley. Sin embargo hoy tenemos muchos amantes y sabemos que son personas de carne y hueso que no desaparecen del mundo cuando salen de nuestra cama.

Necesitamos una nueva ética para las relaciones sexuales. No pienso, no obstante, que la permanencia tenga algo valioso: no mido el valor de las relaciones por cuánto duran. El compromiso es no ser malvados, no ser descuidados. Nadie pide tanto. Si no puedes manejar responsabilidades, no quedes con seis personas. Trátalas como a personas.

Es lo que decís de no precarizar a los demás, no convertirlos en objetos de consumo. Es tan viejo como la ética kantiana: los demás son fines en sí mismos. No debemos tener aspiración de coleccionar personas, cosa que sí viene de cierto exotismo neoliberal… coleccionar conquistas. Se trata de inventar una libertad sexual que no sea la que inventó Playboy.

La forma de los hombres de amarnos también ha cambiado. Me interesa el invento reciente de la amistad entre hombres y mujeres. Hasta hace poco, realmente éramos sólo seres que desear o que despreciar, pero ahora ¡nos comunicamos con complicidad! ¡E incluso no follamos entre nosotros! ¡Hay quien no lo busca!

(Ríe).

Nuestros padres nos dijeron eso de: “No te fíes, ese no es tu amigo, quiere lo que quiere”…

Sí, sin duda. Yo creo que los hombres siempre tuvieron esos sentimientos amistosos pero antes no podían mostrarlos. Justo el otro día hablaba con un amigo de una vez, ¡hace veinte años!, que se fue de vacaciones con una amiga y sentía todo el rato la presión de tener que avanzar. “¡Tendría que desearla! ¡Es linda! ¡Va a pensar que soy un tonto!”. Pero ni él quería ni ella quería, y al final no lo hizo y estuvo todo bien. Los varones no son bombas sexuales 24/7 y el feminismo les da la ocasión de demostrarlo: no es lo que viven ni sienten todo el tiempo. Y nosotras no vamos a ser deseadas por todos ellos, cosa que también genera una frustración por lo que nos han enseñado.

Me recuerda a los libros de Sara Mesa: en Un amor y en Cara de pan aparece la mujer, de alguna manera, ofendida por no ser deseada, porque le han enseñado que si no la desean no vale nada. Que si no la desean, es ella la que tiene un problema.

Exacto, sí. Nos han enseñado a ser objetos sexuales. Todo este cambio es positivo, porque a los varones se les abre otra dimensión: muchas cosas de las que no se atrevían a hablar entre ellos ahora pueden hablarlas con nosotras, con sus amigas. Prefieren hablar con una mujer. Les pasa algo y te llaman a ti y no a sus amigos. ¿Cómo hacían antes? Qué sufrimiento, tener que afrontar una separación o la pérdida de una persona querida y no tener con quien mostrarte triste.

¿Cómo ha cambiado nuestra manera de tener sexo? Hay estudios que dicen, sorprendentemente, que tenemos menos sexo que nuestros padres porque estamos ahítos de imágenes hipersexualizadas en todas partes. Hablamos por WhatsApp y por redes sociales, estamos hiperconectados pero cada vez más gélidos.

No creo en esos datos, son datos tomados de EEUU, una sociedad diferente a la nuestra… además esas encuestas son delicadas porque no creo que nadie diga la verdad acerca de su vida sexual. Yo creo que tenemos más sexo que nuestras madres. Pero estamos muy cansados, es verdad: estamos precarizados en el trabajo y no tenemos ganas de follar. Tenemos diez trabajos, tememos perder ocho, y eso nos ocupa mucho la cabeza.

Llegas a casa tras un día larguísimo, te peleaste con tu jefe, te pisaron en el metro: no tienes ganas de tener sexo. Esa experiencia la conocemos todos pero la ocultamos. El vínculo sexual requiere de cierto lugar anímico. Por otro lado, hay un discurso generacional de que los jóvenes no sabemos trabajar, no sabemos follar, no sabemos hacer nada. Es un discurso que yo combato. No sabemos nada de la vida, pero ellos tampoco.

¿Qué nos llaman cuando nos llaman “putas”?

Eso ha retrocedido mucho, ya no es tan grave ser puta. Cada vez menos. De hecho vivimos tensadas en los dos polos: en la secundaria las chicas tienen tanto miedo de que las llamen puta como de que las llamen monjas o vírgenes. Siempre estás perdiendo. Hoy el ejercicio de la sexualidad femenina está menos estigmatizado, pero sí aparece la palabra como agresión cuando no te comportas como el varón de turno quiere. Pacata porque no haces nada, puta porque coqueteas. Se trata de atrapar al deseo femenino para que se adecue a lo que el hombre quiere.

Sí creo que las chicas más jóvenes, empapadas de feminismo, no usan ese insulto contra otras mujeres. Insultar a otras chicas ya no está bien visto. Qué distinta hubiera sido mi experiencia en la secundaria.

Tamara Tenenbaum.

¿Regulacionista o abolicionista de la prostitución?

Regulacionista te diría, aunque en Argentina las putas no usan esa palabra. Parece decir que es el Estado el que tiene que decidir las condiciones en las que ellas trabajen, no las trabajadoras. El trabajo sexual existe, nos guste o no, y creo en producir regulaciones que protejan a las mujeres.

Parece que muere la "solterona" como objeto de lástima. Ese concepto horrible. Sin embargo, creo que subyace el hombre maduro que disfruta de su independencia -de una vida sin pareja estable ni hijos-, pero cuando una mujer lo elige, la sociedad la sigue viendo como a una fracasada. Como si le hubiera venido dado, no como si lo hubiera elegido ella.

Todos somos una mezcla de lo que elegimos y de lo que nos pasa. No elegimos todo en la vida, las cosas se te van haciendo. Hay mujeres que no es que prefieran estar solteras, sino que querrían estar con una pareja que amasen, no con cualquiera. Eso es muy positivo. Me interesa lo que dices sobre la solterona como objeto de lástima. ¡Como si no se pudiera estar feliz sola…! Pero hasta la gente progresista te dice “pobrecita”.

Es curioso que piensen que una vida sin hijos o sin pareja es una vida vacía o triste cuando hay tanta gente con pareja e hijos que tiene una vida vacía y triste. Hay un fluir: todas vamos a ser solteras y todas vamos a estar en pareja, no es normal ya la mujer que se casa a los 20 años para toda la vida ni la que está soltera desde los 15.

¿Hay un nuevo modelo de familia que puede darse con nuestras amigas? ¿Podemos vivir con ellas, podemos hacer que ellas o ellos sean nuestro núcleo?

Eso existe y yo vivo de esa manera. Por ejemplo, si tengo que ir al médico o a un evento, me acompaña una amiga, o si estoy triste a veces no quiero hablar con mi novio, sino con una amiga, y me voy a vivir tres días con ella y ella quiere recibirme. Tenemos idea de los vínculos elegidos, no sólo de los sanguíneos, que a veces están huecos. Te mereces la familia que querés.

Es una revolución importante la de compartir lazos de cuidado con las personas que uno elige. Yo espero con ansiedad a ver cómo hacemos en la vejez, que será un momento clave. Antes nos decían eso de “¿quién te va a cuidar?”. Bueno, pues unas amigas mías que saben que no van a tener hijos ya han organizado sus lazos… van a formar un Lesbiátrico. Son jóvenes, tienen mi edad, y entre varias se compraron un campito y ya están pensando que cuando sean viejas se van juntas ahí y se cuidarán entre ellas.