El 16 de marzo, Cleonice Gonçalves, una empleada doméstica de 63 años, empezó a encontrarse mal mientras trabajaba en una casa de Leblon, un barrio de clase alta de Río de Janeiro. Preocupada por los síntomas, fue al hospital y la dejaron ingresada. Pero los médicos ya no pudieron hacer nada. Al día siguiente, Cleonice, que sufría diabetes e hipertensión, se convertía en la primera víctima mortal del coronavirus en Río de Janeiro.

El caso conmocionó a la sociedad brasileña. Cleonice fue contagiada por su empleadora, que regresó de unas vacaciones en Italia con síntomas del virus pero no se lo comunicó. Cleonice siguió cogiendo dos autobuses y un tren todos los días para llegar desde Miguel Pereira, un barrio humilde de Río, hasta la casa donde trabajaba. Hasta que enfermó de coronavirus y se murió.

Indignada con la situación y con miedo de que lo mismo le pudiese pasar a su madre, también ella trabajadora del hogar, Juliana França decidió lanzar la campaña "Por las vidas de nuestras madres" junto con una amiga. "Este caso [de Cleonice Gonçalves] nos estremeció. Es la constatación de que los que van a morir son los pobres. Su señora se infectó y sigue viva, la empleada se murió”, dijo França en una entrevista con Buzzfeed.

Juliana reunió entonces a hijos e hijas de empleadas domésticas y, juntos, redactaron un manifiesto en el que piden que las trabajadoras del hogar puedan cumplir la cuarentena y el aislamiento social sin perder sus ingresos, una vez que no tienen derecho a paro y muchas no están ni siquiera dadas de alta.

La petición lanzada también en Change.org cuenta ya con más de 88.800 firmas y recoge testimonios de las hijas y los hijos de las mujeres que viven en esta situación: “Mi madre trabaja como empleada doméstica desde los seis años. La he visto irse a trabajar enferma muchos días. Incluso siendo consciente de lo que puede suponer el coronavirus, tiene que seguir trabajando por miedo a que la despidan. Las empleadas domésticas corren un grave peligro y son también una fuente de contagio porque luego cogen muchos transportes en las grandes ciudades”, dice uno de ellos.

El manifiesto pide a los empleadores, la mayoría de clase alta, que mantengan el sueldo de sus trabajadoras y les permitan irse a sus casas durante la cuarentena sin que estén totalmente desprotegidas. En el caso de que la trabajadora sea de un grupo de riesgo y viva en casa del empleador piden que no sea expuesta a situaciones de riesgo de contagio, como hacer la compra o los recados fuera de la vivienda.

Brasil es el país del mundo con más trabajadoras domésticas: más de seis millones. De estas, sólo 1,5 millones trabaja con contrato y 2,5 millones son las llamadas diaristas, que trabajan por días, a 19 euros la jornada. En los últimos años este sector ha ido avanzando en derechos y, en 2018 el país ratificó la convención de la Organización Internacional del Trabajo sobre trabajadoras domésticas, pero las lagunas legales han dejado a muchas trabajando sin el estatus formal que las protege.

El día después de la muerte de Cleonice, el gobierno recomendó que los empleadores dieran vacaciones pagadas a las trabajadoras domésticas de todos los servicios, excepto los "indispensables". Se ha introducido una ley provisional que permite a los empleadores reducir las horas de limpieza y suspender sus contratos por hasta 60 días, con un fondo de emergencia para cubrir la pérdida de ingresos. Pero pocos se están acogiendo a ello.

El sindicato nacional de trabajadoras domésticas (Fenetrad) ha enfatizado el peligro que enfrentan ahora. Muchos empleadores se limitan a decirles que vayan en horas distintas para evitar la hora punta, otras están siendo obligadas a cumplir la cuarentena en las casas donde trabajan, teniendo que abandonar a su propia familia y otras son despedidas sin más.

“Trabajo hace años en la misma casa y siempre he dado lo mejor de mi. Ahora me han despedido y ni siquiera me han preguntado como iba a hacer para mantenerme”, escribe Cris, en la página de Facebook “Eu empregada doméstica”, dedicada a las empleadas de este sector y con más de 162.000 seguidores. “Mi jefa no me ha dejado irme a mi casa y tampoco me ha comprado ni mascarilla ni geles desinfectantes”, escribe otra.

Lucha de clases

La situación que viven las empleadas domésticas en Brasil ha desatado una nueva lucha de clases en el país. La mayoría de infectados cuando todo esto empezó eran de clase alta. El Ministerio de Salud ha señalado que casi un 60% de los 9.000 casos identificados en marzo, cuando la pandemia empezó allí, habían sido detectados en personas que habían viajado a Europa.

Pero ahora, con más de 120.000 infectados y más de 8.800 muertos, la pandemia se está cebando con los más pobres: los que viven hacinados, sin condiciones de salubridad en barrios humildes o favelas y sin ninguna protección social. Ellos tienen más miedo a quedarse sin dinero por no ir a trabajar que al virus. 

Las ayudas anunciadas para los trabajadores informales, una subvención de 600 reales (98 euros) al mes durante tres meses, tarda en llegar y está convirtiendo a los bancos en un nuevo foco de contagio, por las enormes colas que generan sus peticiones.

“No es necesario decir que los más vulnerables son también quienes más padecerán esta epidemia. Es estructural", escribió Djamila Ribeiro, reconocida filósofa brasileña, en un artículo publicado en Folha de S. Paulo. En el mismo periódico, la escritora y ex empleada del hogar, Preta Rara, añadía: “¿A quién le importa la vida de las trabajadoras domésticas, aparte de ellas y sus familias? Quieren nuestra mano de obra a cualquier costo, pero no tienen empatía con nuestras vidas ".

La fragilidad en tiempos de coronavirus también se mide por el color de la piel. Según el último informe del Instituto de Pesquisa Económica Aplicada (IPEA) de Brasil, de las más de seis millones de trabajadoras del hogar del país, cuatro millones son mujeres negras. El mismo informe señala que ellas cobran casi un 20% menos que las mujeres blancas por el mismo trabajo.

“Tenemos una historia de casi cuatro siglos de esclavitud en este país. Eso significa que en 2020, vivimos en una sociedad estructuralmente racista. La gente dirá: "Pero yo no esclavicé a nadie", pero se beneficia de los privilegios heredados a través de este contexto de esclavitud", dice Juliana França en un vídeo gravado para la campaña. "Durante años, nuestras madres, abuelas, tías, han dedicado sus vidas a otras familias, todos estamos afectados por esta relación laboral de esclavitud. Hemos tenido nuestras vidas marcadas por este contexto, que debe ser repensado por toda la sociedad, especialmente por los empleadores.”, concluye.