Madame C. J. Walker (1867-1919) aparece en el libro de los Guinness por ser la primera millonaria hecha a sí misma en Estados Unidos. Una especie de John D. Rockefeller, contemporánea y vecina del magnate, pero que quizás, por ser mujer y negra su hazaña no ha tenido el mismo éxito en el imaginario colectivo que la del inversor industrial.

Sarah Breedlove, su nombre de soltera, fue la sexta hija de una familia de esclavos y la primera en nacer en libertad, por lo que estaba abocaba a ser otra mujer inculta que ganaba una miseria rompiéndose las manos lavando ropa ajena a principios del siglo XX. Pero dos cosas cambiaron su vida: su determinación y la idea de que tener un cabello bonito, sentirse guapa, acaba empoderando a la mujer hasta límites insospechados para esa sociedad.

Sobre todo si hablamos de una afroamericana pobre que no podía ni votar ni compartir los mismos espacios que la población blanca, tal y como relata la serie de Netflix 'Madame C. J. Walker: una mujer hecha a sí misma' que se ha convertido en una de las más vistas durante el encierro.

Viuda a los 20 años y con una hija pequeña, lo único que se sabe de los inicios de Sarah es que trabajaba todo el día para apenas ganar un dolar a la semana que sólo le permitía malvivir. Pese a que sus tres hermanos eran barberos, ella, como muchas otras mujeres afroamericanas de la época, sabía lo que era perder el pelo, estar llena de calvas: mala alimentación, estrés, uso de sosa cáustica en los productos de aseo, poco acceso al agua...

El cabello y lo que significaba, social y emocionalmente, se convirtió para Sarah en un motivo de lucha, personal y de género. Su línea de productos de belleza no sólo significaba un contacto directo con miles de mujeres que acudían a sus salones de belleza para estar guapas sino también proporcionar un trabajo a féminas afroamericanas que ganaban hasta cuatro veces más vendiendo los productos de Madame CJ Walker que lavando ropa o limpiando casas.

Era su pequeño ejército, como le gustaba imaginar. De la que antes de ser generala había sido soldado, en 1904, vendiendo ella misma a comisión los crecepelos de Annie Turnbo Malone, otra de las emprendedoras de la época en cuidados para el cabello de las afroestadounidenses, aunque la línea de Madame Walker finalmente derivó en una fórmula mejorada y en un imperio.

Casada de segundas con Charles Joseph Walker, de quién tomó prestado su apellido para dar nombre a su negocio, su ambición no podía quedar en un salón de belleza ni en cinco. En Indianápolis fundó una fábrica que dio ciento de empleos a la sociedad negra y hasta plantó cara a los primeros políticos afroamericanos que advertían de que el lugar de una mujer no podían ser los negocios, como ocurrió con el senador Booker Washington durante una reunión de la Liga de Empresarios Negros donde tomó la palabra sin que nadie se la diera.

Comprendió entonces, en ese rechazo, que sus crecepelos sólo eran una excusa para empoderar a la mujer, hacerlas independientes pero, sobre todo, darles una palabra que se había hecho símbolo de la lucha de la raza negra pero sólo para ellos: libertad de elección. Ese trabajo sería más importante para liberar a la población negra que muchas de las acciones que se estaban poniendo en marcha en esos momentos.

Algo más que belleza, escuelas

Y no se trataba de crear un modelo de belleza único, frívolo, sin consistencia. Ella misma siempre pensó que eso no podía ser una chica Walker como, entre otros, su marido quería hacer unir a la marca. Por eso, acabó poniendo su propia cara en los millones de productos que salían de su fábrica con la única intención de que como Madame Walker cualquiera que comprara esa línea pudiera sentir que era capaz de conseguir lo que quisiera con determinación y trabajo.

Era su pequeño ejército de hasta 40.000 mujeres y hombres que trabajaban para Madame Walker y que se basaba principalmente en la formación: enseñó a mujeres a crear presupuestos, hacer balances, llevar salones de belleza, comprar, vender y ser propietarias de sus propias aventuras empresariales.

Se involucró en movimientos sociales y de lucha de la población negra y se convirtió en una de las mayores filántropas del momento, donando hasta 5.000 dólares a la recién creada Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP).

Nueva York, y concretamente Harlem, fue su presentación en sociedad en una ciudad donde ocurría todo lo importante y donde se dio cuenta de que no sólo en los estados del sur estaba la población afroamericana. Allí vio jamaicanas, cubanas, latinas... que tenían las mismas ansias de belleza y de libertad. Hasta allí llevó sus negocios pero también su lucha por los derechos de las mujeres y de las afroamericanas en particular. 

De hecho, fue una de las organizadoras de la 'Marcha Silenciosa' que recorrió las calles de Nueva York en protesta por los linchamientos a la población negra y que convocó a más de 8.000 personas, la primera gran multitud contra la violencia racial.

Su guerra era por la libertad, la justicia y el derecho de cada mujer a verse como quiera verse, a sentirse como quiera sentirse. De hecho, su hija Leila, lesbiana y amante del arte, se convirtió en una digna heredera del imperio y en una de las mecenas más importantes del momento para los grandes poetas de Nueva York que arrancaban en aquellos años.

Pero esa es otra vida que surgió y se forjó al amparo del secreto del éxito de Madame CJ Walker: "Un trabajo muy duro y muchas noches sin dormir" pero sobre todo "no esperar a que la oportunidad venga a tu puerta. ¡Sal a por ella!".