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Una mañana fría amaneció con un hallazgo insólito en la Biblioteca Pública de Spencer. Entre devoluciones de todo tipo, apareció una pequeña caja de vida, apenas latiendo: un gatito de ocho semanas, sucio, helado y al borde de la muerte.

"Estaba tan frío, tan sucio, tan indefenso, que no sabía si iba a sobrevivir", confiesa Vicki Myron, la bibliotecaria que lo rescató, en un vídeo de YouTube. El animalito, con las almohadillas agrietadas y el cuerpo tembloroso, fue sumergido con cuidado en un baño tibio.

Lo que ocurrió después aún arranca una sonrisa a quienes lo conocieron: "Entró marrón y llorando, y salió naranja y ronroneando", relató Myron años más tarde.

Ese mismo día, nacía Dewey Readmore Books, el gato que convertiría la biblioteca local en un lugar no solo de lectura y estudio, sino de consuelo y compañía.

Un nombre, un destino

Con el permiso del ayuntamiento, Dewey pasó a ser oficialmente "el gato de la biblioteca". Vicki recuerda el momento como un pacto silencioso: "Lo miré a los ojos y le dije: 'Voy a quedarme contigo. Este es tu hogar'".

Desde entonces, Dewey no solo vivió en la biblioteca; se convirtió en su alma. Su carácter pronto sorprendió a todos. "Era como una mezcla entre Buda y Superman", relataba Vicki con humor.

Sereno, afectuoso, pero también juguetón, desplegaba un repertorio de travesuras que se volvieron legendarias: viajar en el carrito de libros, esconderse entre estantes, trepar escaleras, o dormir plácidamente en cajas diminutas, como si fueran tronos improvisados.

Dewey ronroneaba como si entendiera que había conquistado otro corazón, sorprendía a los lectores y jugaba con ellos en medio de los libros.

El gato que sabía escuchar

Pero no se quedó en las anécdotas simpáticas. Su misión parecía ser más honda. En una pequeña ciudad que aún cargaba las secuelas de la crisis agrícola de los años 80, el gato de la biblioteca representaba alivio.

"Los ancianos venían no solo por libros, venían por Dewey", explicó una usuaria habitual. Muchos no podían tener mascotas en sus apartamentos; Dewey suplía esa carencia con paciencia infinita.

Con los niños, la historia era similar. Soportaba tirones, risas inquietas y caricias a contrapelo, hasta que aprendió la manera de girar suavemente, ofreciéndose "en la dirección correcta".

En una ocasión, al encontrar a una niña llorando sola en la sala, Dewey buscó llamar su atención. Saltó a una caja diminuta, haciéndola reír, y luego se acurrucó en su regazo. Ese era su talento: detectar la tristeza y convertirla en compañía.

Una fama que cruzó fronteras

Con el tiempo, su papel dejó de ser accidental. Se volvió parte de la vida institucional: recibía visitantes en la puerta, acompañaba a madres y abuelas, rondaba los estantes como inspector curioso.

Una foto de Dewey Readmore Books. Wikipedia

La noticia del gato de Spencer se expandió más allá de Iowa. Llegó gente desde todo el país, periodistas, escritores y artistas atraídos por la figura del felino naranja que parecía entender a todos. Dewey apareció en reportajes, ilustraciones y, finalmente, en libros.

"Era imposible olvidar que en esa biblioteca él era el verdadero dueño del lugar", recordaban en Iowa PBS. Su historia quedó plasmada en la obra Dewey: The Small-Town Library Cat Who Touched the World, que lo inmortalizó como símbolo de resiliencia, ternura y comunidad.

Legado de un bibliotecario especial

Dewey murió después de 19 años de vida. Para entonces, ya era mucho más que "el gato de la biblioteca". Era un emblema de cómo la calidez puede nacer de lo más frágil, un cachorro abandonado en una noche helada y dejar huellas imborrables.

"Cuando pienso en él", confesó Myron, "recuerdo que la biblioteca nunca estuvo tan viva como cuando él estaba allí".

Hoy, su recuerdo sigue revoloteando entre las estanterías de Spencer, donde cada libro parece guardar un ronroneo suyo. Porque ser un gato de biblioteca, para Dewey, "no se sintió mejor que genial. Se sintió perfecto".