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La sincronicidad cerebral es un fenómeno conocido desde hace tiempo. Ocurre cuando dos o más personas comparten una actividad: en ese momento, se activan regiones semejantes en sus cerebros. Esta coincidencia en los patrones de funcionamiento se denomina acoplamiento neuronal interindividual.

Mediante electroencefalografías, se ha observado que las ondas cerebrales de distintas personas pueden, por momentos, sincronizarse. Sin embargo, este proceso va más allá de una mera coincidencia de ondas. 

Estos acoplamientos neuronales se dan en situaciones específicas: durante conversaciones cara a cara, al compartir un vínculo emocional, o al estudiar y resolver un problema en conjunto.

Pensar juntos, compartir emociones y colaborar activamente son situaciones que favorecen esta forma de conexión cerebral. La sincronicidad cerebral potencia el vínculo entre personas: mejora la comunicación, la atención conjunta, el flujo de información y la empatía.

Este fenómeno no se limita únicamente a las relaciones humanas. También se ha observado en otras especies, como ratones, murciélagos y simios, especialmente durante la socialización.

Lo novedoso es que la sincronicidad cerebral puede ocurrir también entre especies distintas. Así lo demuestra un estudio científico publicado recientemente por Wei Ren, un investigador académico de la Universidad de California, en 2024.

La co-evolución

En esta investigación se analizaron las señales electroencefalográficas de perros y humanos que no se conocían previamente. Se observó cómo, con el paso de los días y a medida que aumentaba la familiaridad, se incrementaban los procesos de sincronización cerebral entre ambos.

Una chica jugando con su perro feliz en el suelo de la casa.

"Existe un proceso de co-evolución con los perros que no deberíamos subestimar", afirma Vera Florin Christensen, bióloga especializada en medio ambiente y neurociencias y psicóloga clínica, en conversación con MASCOTARIO.

Durante miles de años de domesticación, nos hemos adaptado mutuamente. "Esto ha permitido que hoy tengamos una socialización fluida y una conexión muy especial con ellos".

El hallazgo más relevante es que esta sincronicidad cerebral no solo ocurre con mascotas con las que ya tenemos un vínculo estrecho, sino que también puede desarrollarse con perros desconocidos y se fortalece conforme aumenta el contacto.

Las miradas mutuas inducen un acoplamiento de la actividad cerebral en las regiones frontales, relacionadas con el procesamiento de señales visuales y faciales. En cambio, las caricias provocan un aumento de la actividad en las áreas parietales, asociadas a la percepción somatosensorial.

A medida que aumentaban las interacciones a lo largo de los días, se observó que la sincronización era mayor cuando se combinaban miradas y caricias.

Según los investigadores, el humano suele liderar el vínculo, mientras que el perro adopta el rol de seguidor. Esto resulta coherente con el comportamiento gregario de los perros, quienes se organizan en jerarquías sociales y suelen percibir a las personas como figuras de liderazgo.

Un paso más allá 

Este mismo estudio también incluyó observaciones sobre perros portadores de una mutación en el gen Shank3, asociado con condiciones del espectro autista. En estos casos, se detectó un desacoplamiento de la actividad cerebral entre perro y humano, así como una menor atención durante las interacciones.

Este hallazgo aporta información valiosa sobre las bases biológicas del autismo, una condición que afecta a muchas personas hoy en día y abre nuevas puertas para el desarrollo de estrategias terapéuticas.

"El hecho de que los perros tengan genes que influyen en su comportamiento de forma similar a como lo hacen en nosotros, a mi juicio, nos da una pista más de cuánto compartimos con ellos", sostiene Christensen.

A su vez, comprender el impacto que el vínculo humano-perro puede existir en los estados neuronales de ambos, nos invita a reconocer que apenas estamos empezando a entender la complejidad de estos animales.

Un vínculo profundo

"Saber esto aporta muchos beneficios a la relación entre personas y animales", afirma la bióloga. Comprender que los animales poseen una actividad cerebral compleja no solo aumenta nuestra sensibilidad hacia ellos, sino que también mejora la calidad del vínculo.

"Este estudio confirma que, como otros animales, los perros también piensan. Hay quienes lo ponen en duda, pero es así. Tal vez no razonen como nosotros, pero son mamíferos superiores", explica Christensen.

Los perros domesticados no están preparados para vivir en la calle. Por eso, esta investigación puede contribuir a comprender que no son objetos que se mueven, sino seres sensibles e inteligentes, que nos acompañan en la vida y forman vínculos profundos con nosotros.

"Esto nos ayuda a reflexionar sobre el impacto del abandono, el sufrimiento que puede provocar una ruptura tan profunda con un ser humano", concluye. Conocer mejor cómo funcionan nuestros vínculos con los animales, desde una perspectiva neurocientífica, puede reforzar nuestra conciencia sobre el respeto y el cuidado que merecen.