La voz de Cheikh Kane refleja ilusión y esperanza. Irradia frescura, emoción y una energía imparable por trabajar y superar un pasado marcado por la oscuridad y el dolor en su país, Senegal. En España ha encontrado una nueva oportunidad, una segunda vida.
"A veces pienso que vivo en un sueño. Yo vendía hace meses por Marbella imitaciones de productos de marcas que ahora me contratan como modelo. Mis amigos encuentran mis trabajos en tiendas de Europa, ¿no es increíble?".
Como tantos otros compañeros migrantes, él también se subió a un cayuco buscando en España un horizonte lleno de oportunidades y momentos felices, pero sobre todo, un futuro para él y su familia.
Si puso un pie en esa barca de dudosa resistencia lo hizo, sobre todo, por su madre y sus hermanas. No podía verlas pasar hambre siendo "el hombre de la casa". Su padre tiene cuatro mujeres y tiene, sumando a todas, diecisiete hijos. Se le rompía el alma viéndolas sufrir.
Los mejores directores del cine internacional están perdiendo dinero sin dar una oportunidad a la historia de Cheikh, al que la vida le ha cambiado radicalmente en apenas cuatro años. Viene de un país precioso, "rico en recursos naturales, repleto de oro y petróleo"; pero donde no abundan las oportunidades ni un futuro para sus jóvenes.
Así lo considera el migrante, que nunca acudió a la escuela, solo a la Daara (aulario donde los niños estudian el Corán). Pese a ello, es todo un portento que sabe hablar español, inglés, francés, senegalés "y un poquillo de árabe".
Cuando llegó a la Costa del Sol, sin papeles ni permiso de trabajar, "lo único que podía hacer era vender bolsos de imitación en la playa. No me gustaba, me daba vergüenza correr cuando venía la policía, pero tenía que sobrevivir y mandar dinero a mi familia”.
Cuando logró estabilizarse, encontró un trabajo como relaciones públicas en un local del puerto de Marbella. Tenía que llamar la atención del público para que se animaran a tomar algo.
En una de sus jornadas laborales, se topó con un chico llamado Aleksander Santos. Le preguntó a Cheikh si se dedicaba al modelaje y le respondió que no, que "no tenía ni idea de ese mundo".
Le sacó unas fotos y las subió a redes. "Y ahí empezó la magia”, sonríe. Otros fotógrafos comenzaron a contactar con él y, poco después, las agencias. Sin formación ni escuela de modelaje, Cheikh empezó a desfilar y a posar para campañas internacionales.
“Aleksander me enseñó cómo moverme, cómo mirar. Yo solo aprendí observando. Y gracias a Dios ahora estoy trabajando en muchos proyectos más”, explica.
Sigue alucinando cuando gente de su entorno le envían sus fotos en tiendas de París, Berlín o Madrid. Su vida, insiste, es como el guion de una película. De hecho, ya prepara un libro —y sueña con hacer realidad una película— sobre su viaje y su transformación vital.
Hoy Cheikh vive en Marbella, trabaja de forma legal, cotiza, paga impuestos y sigue enviando dinero a su familia, que era su principal objetivo desde el minuto uno que decidió adentrarse en el mar y jugarse la vida.
Mira hacia el futuro con ilusión y con los pies en la tierra. Ha trabajado con marcas como Adidas, Nike, Ralph Lauren... pero asegura que su meta no es la fama, sino la estabilidad.
“Lo más importante es que puedo ayudar a los míos. Todo esto empezó por ellos”, asevera. Además, ha desfilado en la pasarela para Cartier y ha aparecido en portada en la edición italiana de la revista Vogue.
