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Escuchar a David es entender que nunca es tarde para aprender. Bajo su inseparable gorra azul —a la que cuida como si fuera un amuleto—, su rostro surcado de arrugas revela una vida llena de viajes, pérdidas y aprendizajes.

Hoy, a sus 81 años, este ilustrador argentino afincado en el distrito Cruz de Humilladero de Málaga se reinventa entre recuerdos y pinceles, con la mirada fija en un reto que pocos se ponen a su edad: la pantalla de una tablet en la que intenta digitalizar sus dibujos con un objetivo que no es otro que tratar de seguir creciendo como profesional, pero sobre todo como persona.

Su historia es la de un viajero incansable. Nacido en Argentina, donde dio sus primeros pasos en el mundo de la pintura, ha pasado por Venezuela, donde logró comenzar a vender cuadros y ser reconocido como profesional tras 27 años en activo. Más tarde vivió en Estados Unidos durante un tiempo hasta llegar a España, concretamente a La Coruña, en Galicia, tierra de sus antepasados.

Pero su último destino llegó hace algo más de un año: Málaga, una ciudad que pese a su belleza, dice, le ha traído más tristeza que alegría. Afortunadamente, cuenta, tiene al arte, que lo ha acompañado siempre, desde aquel primer caballo que dibujó a los tres años a su hermana mayor, cuando esta le retaba a hacerlo para que "dejara de molestarle".

Lo que nunca me abandonó fue el dibujo y la pintura. Eso es lo que me sostiene hoy con la edad que tengo”, confiesa David, que no ha tenido una vida especialmente sencilla.

Detrás de su pasión se esconde un dolor profundo. Hace apenas unos meses, la vida de David dio un vuelco cuando su esposa, con la que compartió 25 años de matrimonio, fue diagnosticada con alzheimer.

Así, siempre según su relato, los hijos de ella —de una relación anterior— decidieron llevarla a una residencia en Noruega y cortaron casi todo contacto entre la pareja porque no les gustaba David.

Me han dejado aislado de mi mujer. Veinticinco años juntos y, de repente, silencio. Es un golpe durísimo”, relata con la voz entrecortada y entre lágrimas. Ahora vive solo, debatiéndose entre la tristeza y el increíble deseo de regresar a Argentina para reencontrarse con su hija y sus dos nietos en Merlo, a las afueras de Buenos Aires.

“Doy por perdida a mi mujer, casi prefiero no ir hasta allá para no molestar. Y no me quiero morir aquí solo. Quiero ver a mi hija y a mis nietos y ayudarlos, porque ellos pasan necesidades en Argentina, están regular", lamenta.

Aunque el desánimo lo acompaña llegando a empañarle los ojos en varios momentos de la conversación, David se agarra al dibujo como una salvación. A mano alzada continúa haciendo caricaturas, retratos e ilustraciones para libros. Incluso recibe encargos desde Norteamérica, donde un amigo le paga por dibujar escenas políticas, aunque reconoce que estas no son sus favoritas.

En Málaga, ha encontrado en Sara, una joven que lo ayuda a manejar la tablet dándole lecciones semanales; toda una aliada para poder dar el salto al mundo digital. “Me cuesta mucho, no me acuerdo de los comandos, toco algo y se me va la pantalla. Pero Sara tiene mucha paciencia conmigo”, dice con una sonrisa, calificándola como "un ángel".

Así, su meta ahora es clara: conseguir encargos como ilustrador, ya sea en papel o en digital. Aunque cree que para dar todo en la ilustración digital aún queda mucho. "Pero lo conseguiré, espero", dice. Quiere ahorrar todo lo posible para estar cerca de su hija.

Sabe que cada trazo puede convertirse en un ingreso que lo acerque a su sueño de volver a Argentina. "Estoy dispuesto a trabajar en cafeterías haciendo caricaturas, creando ilustraciones para los novios en una boda o creando retratos para los que lo deseen... La tablet aún se me resiste un poco, pero estoy trabajando en ello", insiste.

David se formó en academias de dibujo, pero sobre todo aprendió observando a los grandes. Recibió lecciones de Hugo Pratt, conoció a Quino —creador de Mafalda— y a Divito, referente del humor gráfico argentino. “Tuve la suerte de cruzarme con genios sin buscarlo. Ellos me enseñaron que la fama muchas veces llega por accidente”, recuerda.

El octogenario llegó a la cita para la entrevista con un carpetón bajo el brazo repleto de algunos de sus trabajos, la mayoría de ellos, caricaturas de personajes famosos, aunque también algunas personalizadas para parejas que se casan o con un toque sarcástico ilustrando a sus amigos. Tiene retratos muy realistas, pero sus trazos viajan hacia el humor normalmente, creando estampas de lo más divertidas. Aunque él no se cierra puertas. “Todo lo que camina va para mi pincel”, asegura.

Cada mañana David se levanta, reza y pide por quienes lo ayudaron y también por quienes lo dañaron, ya que le hicieron muy fuerte. Es muy creyente y al ser argentino es imposible no preguntarle sobre el papa Francisco. "Fue un hombre bueno. Siempre me gustó que se acordara de los pobres", dice. En su bolsillo guarda una pequeña estampa de San Cayetano que, según él, lo acompaña desde los tres años. A esa edad fue cuando comenzó a caminar tras una promesa de su madre pese al problema de salud que padecía.

Pese a las adversidades y todas las complicaciones que le ha puesto la vida, David no pierde la esperanza. Desea con fuerza que algún lector de esta entrevista descubra sus ilustraciones y le ofrezcan nuevos encargos. “La fama puede encontrarte a cualquier edad. Quizás me encuentre a mí ahora, con 81 años”, dice, con una mezcla de ilusión y humildad.

Mientras tanto, sigue aprendiendo a usar la tablet, trazo a trazo, como quien vuelve a empezar desde cero. Porque Dios aprieta, pero no ahoga y David tiene por seguro que el arte es lo único que nunca lo abandonará.