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El 13 de julio de 1990, un joven Jesús Parra llegaba a los pueblos malagueños de Benalauría y Benadalid cargado de nervios, ilusión y responsabilidad. Era su primer día como "médico de pueblo", un término que le apasiona aún a día de hoy. Sin saberlo, aquel día comenzaba una de las etapas más importantes de su vida profesional y personal. Lo que empezó como un destino provisional en el Valle del Genal, se convirtió en su hogar durante más de tres décadas.

Al principio, la estabilidad de su plaza no estaba asegurada. Las oposiciones no se habían convocado y su puesto como interino podía ser ocupado en cualquier momento. Pero cuando finalmente tuvo la oportunidad de elegir, optó por quedarse. Aunque pudo elegir una plaza en Málaga capital y eligió el camino rural para vestir su bata blanca. Lo tuvo claro desde el principio.

Para Jesús, ejercer la medicina en los pueblos ha sido mucho más que un trabajo. "Aquí se cura con palabras, con tiempo, con presencia", explica con emoción. En los pequeños pueblos del Valle del Genal, ha aprendido que el vínculo con el paciente va mucho más allá del diagnóstico. "Conoces a tus pacientes fuera de la consulta, los ves en la calle, en la tienda, en la plaza. Eso crea una relación de confianza muy especial", declara.

Durante estos 35 años, Jesús ha vivido momentos duros, especialmente al acompañar a pacientes y familias en situaciones de enfermedad avanzada o despedidas. Pero también ha disfrutado de innumerables momentos gratificantes: la mejora de un paciente, la gratitud de una familia, el simple gesto de compartir un café después de una consulta.

"En la ciudad, el ritmo es más rápido, los equipos son más grandes y a menudo se tiende a una mayor especialización. Hay más recursos, pero también más distancia entre médico y paciente. Todo es más anónimo, más fragmentado", relata.

Jesús ha sido testigo de los cambios que ha experimentado Benalauría a lo largo de los años: el progresivo envejecimiento de la población, la marcha de los jóvenes en busca de oportunidades a la ciudad y la propia evolución del sistema sanitario.Todo ello le ha hecho tener que adaptarse en su día a día como médico.

"La tecnología ha traído avances como la historia clínica digital o las consultas telefónicas, lo que ha generado cierta frialdad o dependencia de lo inmediato, a veces, en detrimento del contacto humano. Eso en mis pueblos no ha pasado", sostiene, alegando que "ni siquiera en pandemia abusé de las citas telefónicas; en estos pueblos no hay aglomeraciones". La cercanía y el trato humano siguen siendo el pilar de su forma de ejercer.

Le enorgullece ver cómo han crecido los pueblos del Genal, en cuanto a "infraestructuras y servicios". Además, cree que hay más conciencia sobre la salud pública y el autocuidado y la figura del médico rural, que antes pasaba más desapercibida, ha adquirido mayor reconocimiento, hasta el punto de que Benalauría le ha puesto a su consultorio el nombre de Jesús, algo que considera como uno de los mayores honores de su vida.

"No es un orgullo personal, sino una muestra de que he formado parte de algo mucho más grande: la vida de un pueblo", confiesa emocionado. El homenaje que le brindaron los vecinos fue un momento profundamente emotivo para él. "Escuchar palabras tan bonitas, ver miradas llenas de afecto, abrazos sinceros… fue como repasar toda una vida en unos minutos", relata.

El homenaje le llega a Jesús en un momento complicado de su vida, cuando está padeciendo una enfermedad complicada que él mismo define como "una montaña rusa". Está sintiendo el cariño de familia, amigos y vecinos, el mismo que él le ha dado durante años al otro lado de la mesa de la consulta. "Me siento profundamente agradecido por todo lo que la vida me ha dado", asegura. Para él, el cariño que ahora recibe del pueblo es más curativo que cualquier medicina.

A los jóvenes médicos que acaban de llegar a los hospitales tras el MIR, les aconseja mantener siempre la humanidad en el ejercicio de su profesión: "Escuchar, mirar a los ojos, tener paciencia… eso cura tanto como un buen diagnóstico". Y les anima a no temer equivocarse, a confiar en los pacientes y, si algún día dudan de su vocación, a acercarse a un pueblo donde la medicina aún conserva su esencia más pura y humana.

Cuando se le pregunta cómo resumiría su vida profesional en una palabra, Jesús responde sin dudar: vocación. Más que una simple carrera, ha sido su forma de dejar una huella en el mundo. "Me llena de gratitud saber que, a través de mi trabajo, he podido aportar algo positivo en la vida de las personas que he acompañado", afirma con humildad.

A sus 64 años, Jesús Parra mira hacia atrás y ve una carrera profesional llena de sentido y entrega. Y si mira hacia delante, lo tiene claro. Solo ve unas "ganas de vivir" tremendas con las que piensa vencer a todo. "Llegué con la intención de cuidar y ayudar, pero con el tiempo me di cuenta de que también estaba siendo cuidado, acogido y acompañado. He aprendido de la paciencia, la sabiduría, sus formas sencillas y profundas de entender la vida", concluye, lleno de "fe y esperanza".