Alberto avanza descalzo sobre el asfalto y el camino empedrado; Carmen vive su particular penitencia a ciegas, con un pañuelo tapando sus ojos y ocultando la senda. Ambos son protagonistas directos de la subida al Monte Calvario, convertida en tradición anual para miles de malagueños que desde el barrio de La Victoria avanzan sin descanso.

Alberto y Carmen lo hacen, a diferencia de otros muchos, con el deber asumido de cumplir una promesa hecha de antiguo y que, "mientras las fuerzas lo permitan", seguirán cumpliendo de manera religiosa. No se reconocerían si se cruzaran por la calle, pero están unidos, en esta ocasión, por un sentimiento común.

En 2010, Alberto y su mujer se encontraron en el paro. De un día para otro, la empresa en la que estaban empleados cerró. "Pasó justo unos días antes de Semana Santa", cuenta emocionado. A su lado está su hijo, un adolescente que acompaña a su padre en el duro trance de caminar sobre el empedrado sin zapato que le consuele.

Alberto, junto a su hijo, en la parte final de la subida.

"La promesa que pedí con mucha fuerza era que en el momento en que alguno de los dos encontrase trabajo yo subiría descalzo", explica. Y fue tal el empeño que le puso a la petición que se cumplió apenas días después. "Fue pedirlo y a la semana y media, mi mujer encontró trabajo", valora.

Son ya trece los años que Alberto se descalza antes de empezar la subida al Monte Calvario. Una caminata dura por la pendiente, pero agradable por el ambiente natural que se respira. Se mezcla con otros cientos de malagueños y visitantes que hacen suya la tradición. Padres e hijos pequeños, ancianos ayudados de bastones, grupos de creyentes que recitan la oración en cada una de las estaciones de penitencia instaladas en el recorrido. 

Puestos de limones 'cascarúos' y de caña de azúcar.

Los pies descalzos de Alberto destacan entre el gentío. Suma una nueva experiencia en su promesa que, asegura, seguirá haciendo mientras las cosas vayan como van. Su mujer mantiene el trabajo, en el sector de la hostelería (precisamente hoy no ha acudido por este motivo), y él en un centro comercial. "Desde chiquitito siempre he subido aquí con mi familia y mientras las fuerzas me acompañen lo seguiré haciendo igual", confiesa.

A pocos metros de Alberto, que se aventura a subir las escaleras que lo separan de la pequeña ermita en la que aguarda el Cristo Yacente, camina Carmen. Lo hace a ciegas, cogida al brazo de su marido. "Hago esta promesa para que mis hijas estén bien, para que luchen en la vida y que haya paz en esta tierra y que la guerra se termine", reclama.

Desde hace años sube del mismo modo, pisando a tientas, avanzando con la lentitud propia de quien acostumbrado a ver, prescinde del sentido de la vista. Quizás es un modo de acercarse más al Dios en el que cree. Por lo que cuenta Carmen, de momento a sus hijas las cosas les van bien, pero le queda la espinita de la guerra. 

Un grupo de personas subiendo al Monte Calvario.

"Hasta que pueda mi cuerpo lo haré", responde cuando se le pregunta por el día en que prescindirá del pañuelo. Carmen, malagueña de nacimiento, se marchó muy joven de Málaga. Eran sus padres los que le hablaban de esta subida

Dos testimonios que representan una de las muchas caras que tiene la Semana Santa de Málaga. Una mezcla de sentimiento religioso, pertenencia cofrade, folclore popular, reclamo turístico… Todo tiene cabida en el periodo de pasión malagueño, conformando una mezcla inigualable de matices.

Una experiencia masiva en la que más allá de las procesiones por la Alameda Principal y la entrada de los nazarenos frente a la Tribuna de los Pobres, se sigue haciendo un hueco la subida al Monte Calvario.