El mes de diciembre recién inaugurado suele llegar cargado de novedades previsibles: el cumpleaños de mi cuñado Carlos, el puente de la Inmaculada, la Navidad con toda su parafernalia pública y hogareña, las listas de deseos y los propósitos de Año Nuevo. Pero también se produce la liturgia más o menos conocida con respecto a la elección de la Palabra del Año.

En España es Fundéu, la Fundación del Español Urgente, la institución encargada de realizar esta selección. El año pasado fue ‘dana’ la palabra escogida, un término dramático que nos acompañará toda nuestra vida, cargado de tragedia y negligencia, de advertencia y de pánico.

Muy pronto conoceremos la decisión de 2025, que quizás tenga que ver con el clima de polarización social, o con el mundo digital, o con alguna otra cuestión que nos permita reflexionar sobre el año transcurrido, sus luces y su escala de grises.

En otros países se han adelantado a España. La primera noticia, para mí al menos, llegó de Cambridge, que ha elegido el término ‘parasocial. De hecho, iba a dedicar este artículo en su totalidad a comentar la idea de las relaciones parasociales, un concepto apasionante descrito inicialmente en el año 1956 por dos sociólogos de la Universidad de Chicago, David Horton y Richard Wohl, para definir el auge de las relaciones con las personalidades del cine y la televisión, estrellas mediáticas convertidas en modelos a seguir y con las que en muchos hogares estadounidenses se habían establecido una suerte de relaciones de seguimiento y admiración, sin reciprocidad.

Algo así como esos ejemplos de ficción en los que los espectadores de clase media podían verse reflejados, porque actuaban como si en efecto fuesen personas reales, y no personajes televisivos.

Esta capacidad de tracción está detrás, posiblemente, del auge de todo lo relacionado con la prensa rosa y el famoseo, ya que los ciudadanos de vidas anodinas necesitan espejos en los que mirarse.

Lo digital ha multiplicado exponencialmente estas relaciones parasociales, primero a través de los llamados ‘influencers’, pero ahora también de la mano de la asombrosa inteligencia artificial, cuyos chatbots ofrecen amores y amistades artificiales para mitigar la soledad real de millones de personas en todo el mundo. Un fenómeno en auge al que presta atención Cambridge en su decisión de 2025.

Oxford, rival de Cambridge en captación de alumnos de todo el mundo, en prestigio, en producción científica y en competiciones de remo en el contaminado Támesis, lleva dos años poniendo el foco en los nuevos hábitos digitales.

Si en 2024 su palabra del año fue ‘brain rot’ (esto es, el supuesto deterioro del estado mental de una persona como consecuencia del consumo excesivo de materiales triviales o poco estimulantes, una tendencia que de nuevo ha crecido por la infinita oferta en línea de este tipo de contenidos), en 2025 la palabra o neologismo seleccionado ha sido rage bait’, o ‘cebos de ira’, un término que señala el cambio percibido en la esfera pública para captar la atención de los usuarios mediante contenidos cada vez más extremos, agrios y polarizantes.

No deja de llamar la atención que estas tres expresiones estén relacionadas con el mundo digital y los hábitos digitales, desde el llamado ‘scroll infinito’ que propicia el ‘brain rot’ hasta las relaciones sintéticas con chatbots de inteligencia artificial o la profundización en la ya conocida ‘economía de la atención’ mediante la generación y diseminación de contenidos cada vez más agresivos y excluyentes.

Estas tres cuestiones apuntan al signo de los tiempos, que esta vez no es una canción de Prince, sino más bien la suma de los factores causantes del malestar social, que se retroalimenta a sí mismo. Un círculo vicioso del que parece cada vez más complicado alejarse, porque como también han demostrado diversos centros de investigación, cada cual prefiere difundir sus propias ‘fake news’, instalados en esa trinchera infinita de la que logró salir con vida Antonio de la Torre, y que dejó a tantos en las cunetas de la Historia.

La búsqueda de otras palabras del año me ha llevado a un curioso artículo publicado por Chad de Guzmán el 1 de diciembre en la revista TIME, sobre otras palabras del año 2025 ya conocidas. Para el Macquarie Dictionary, la elección es AI slop, en referencia a la basura generada por los modelos de AI Generativa, que inundan las redes de contenidos de mala calidad, llenos de errores y de las mal llamadas ‘alucinaciones’.

Para el Collins Dictionary, la palabra del año es vibe coding, un término coloquial que define el uso de la IA -¡otra vez la inteligencia artificial!- para ayudar en la programación de código informático, tan laboriosa como exigente. Una decisión que permite reflexionar sobre cómo estos modelos de IA Generativa están acabando con las oportunidades laborales de los recién titulados en medio mundo.

Pero quizás la palabra del año más sorprendente y llamativa sea 6 7, pronunciado ‘six seven’, una arriesgada decisión de Dictionary.com sobre la que se han escrito algunas cosas en España -lo hizo Guillermo Alonso en El País el 4 de noviembre.

Su origen parece deberse a una canción del rapero Skrilla llamada ‘Doot Doot (6 7)’, siguió su recorrido por oscuros caminos del marketing baloncestístico, relacionados con un jugador de una liga estatal llamado Taylen Kinney -esto lo he leído en el New York Times-, se hizo meme viral y se puso finalmente de moda en todo tipo de vídeos compartidos en Tik Tok e Instagram.

Chad de Guzmán sostiene en su artículo que esta expresión podría significar algo así como ‘más o menos’, ‘puede que sí, puede que no’, ‘quizás esto, quizás aquello’, y que se ha convertido en una respuesta elusiva y burlona utilizada por los menores de 20 años para frustrar o cachondearse -esto lo digo yo- de los mayores. En cualquier caso, las búsquedas en internet se multiplicaron después del verano para tratar de averiguar de qué iba la jugada.

A la espera del anuncio de Fundéu, las cosas parecen claras. Los hábitos digitales y la inteligencia artificial marcan el ritmo de las palabras seleccionadas, reflejo de los cambios sociales más allá del lenguaje. Y también las tendencias más juveniles. No son palabras cargadas de esperanza, pero es lo que hay, y es mejor saberlo.