Empieza septiembre tras un muy cálido verano, para traernos el inicio de un otoño y titulares que hacen que a una se le hinche el pecho de orgullo malagueño al leerlos. Y el de estos días lo merece: Tres añitos consecutivos lleva Málaga siendo la primera ciudad en Europa y la tercera en el mundo más atractiva para ejecutivos nómadas. Tal cual. Por delante solo nos ganan Dubái y Abu Dabi. Y eso, absolutamente, tiene más mérito que marcar un gol en el último minuto en La Rosaleda.

Este reconocimiento viene de la consultora Savills, que cada año publica su índice Executive Nomad. Y no, no es una lista de esas que se inventan cuatro iluminados para rellenar portadas de revistas, o que tienen un precio por delante para salir en ella.

Es un ranking serio donde se mide qué ciudades son más atractivas para quienes hoy en día viven con un portátil a cuestas (entre ellas una servidora jjjj), gestionando empresas, equipos y proyectos desde cualquier rincón del planeta.

¿Pero, qué ven en Málaga?

Pues lo que vemos desde aquí cada mañana cuando abrimos la ventana: la luz que no tiene comparación, un clima amable que casi nunca falla, un aeropuerto con vuelos a medio mundo, y sobre todo un estilo de vida que engancha. Porque al final, más allá de los rascacielos y las oficinas de diseño, lo que uno busca es calidad de vida.

Y en eso, Málaga juega en primera división.

La ciudad ya no es solo esa postal de espetos, playa y Semana Santa, que también. Ahora es tecnología, innovación, universidades con talento internacional, centros de negocios que no paran de crecer y una oferta cultural que quita el sentío. Díganme ustedes qué otra ciudad puede presumir de tener el Museo Picasso, el Centre Pompidou, el Thyssen y, a la vez, una plaza de la Merced llena de vida y cañas a mediodía.

Pero ojo, no nos equivoquemos. Que Málaga aparezca en este podio mundial no significa que tengamos que dormirnos en los laureles. Más bien al contrario. Significa que ahora nos miran con lupa. Y aquí es donde quiero poner el acento.

Porque está muy bien que lleguen ejecutivos nómadas, que nos elijan para instalar sus oficinas improvisadas entre el Muelle Uno o la Malagueta, pero no podemos permitir que ese éxito se convierta en una losa para los de aquí.

No queremos una Málaga convertida en parque temático para extranjeros, donde los malagueños de toda la vida tengan que huir de sus barrios porque los precios se han disparado.

Ya lo dijo Antonio Machado: “Es propio de mentes estrechas embestir contra todo aquello que no les cabe en la cabeza”. Y yo añadiría: también es propio de mentes cortas no ver que si el progreso no incluye a los de dentro, de poco sirve. Lo autóctono siempre es el mayor atractivo.

Lo que hace irresistible a Málaga no son solo sus cifras ni sus rankings. Es su gente. Esa forma de recibir al que llega, de invitarlo a un café en el barrio, de abrirle la puerta de casa aunque apenas se le conozca. Esa cercanía que hace que un sueco, un canadiense o un japonés, al poco de vivir aquí, diga lo mismo: “es que en Málaga se siente como en casa”. Sin querer comparar a ninguna otra, pasa también algo parecido en Madrid con su gente y en Valencia, la que siempre digo que es hermana de Málaga en muchos ángulos.

Y es que en el fondo, los nómadas vienen buscando lo que nosotros llevamos siglos practicando: una vida con equilibrio. Trabajo, sí, pero también disfrute. Esas reuniones que terminan en un espeto en El Palo. Esas ideas que nacen en un café del Soho. Esas decisiones de negocio que se toman mejor con el sol en la cara y la brisa marina de fondo. Los boquerones que me lean saben bien de lo que hablo ;)

Claro que no todo es perfecto. Quien diga lo contrario miente. Tenemos que ponernos serios con el tema de la vivienda, porque la presión turística y ahora también la llegada de nómadas está encareciendo el alquiler.

No podemos dejar que se expulse a los jóvenes malagueños a vivir a kilómetros de la ciudad. Tampoco podemos conformarnos con que las oportunidades se concentren en unos pocos sectores y barrios, mientras otros siguen olvidados.

No debemos “enchularnos” con el alquiler turístico que está machacando a las comunidades de vecinos, porque todo esto nos puede explotar un día en la cara sin darnos cuenta. Málaga brilla, sí, pero no dejemos que ese brillo nos deslumbre tanto que no veamos las sombras.

La oportunidad está aquí

Si lo hacemos bien, este reconocimiento internacional puede ser oro molido. Porque atraer talento no significa solo traer gente con portátil y buen sueldo; significa que Málaga se convierte en un punto de encuentro mundial de ideas, de empresas y de proyectos. Y eso, si se gestiona con cabeza, genera empleo, innovación y oportunidades también para los malagueños de toda la vida.

Pero tenemos que exigir que las instituciones, las empresas y nosotros mismos no olvidemos que Málaga no se vende barata. Que no queremos ser escaparate de “sol y tapas”, sino ciudad donde se pueda vivir y prosperar de verdad.

A mí me gusta pensar que este ranking, más que una medalla, es un espejo. Un espejo que nos devuelve una imagen clara: la de una Málaga que ha sabido reinventarse sin perder su esencia. Que ha pasado de ser puerto de salida a destino de llegada. Que ha cambiado el estigma de “ciudad de paso” por el de “ciudad de vida”.

Lo decía Manuel Alcántara, con esa finura que tenía para retratar la tierra: “Málaga no se explica, se siente”. Y yo añadiría: se vive, se trabaja y se disfruta.

Hoy los nómadas la eligen. Mañana, quién sabe. Lo que está claro es que Málaga tiene algo que no cabe en estadísticas: un alma que atrapa. Y eso, ni Dubái ni Abu Dabi pueden copiarlo.