En los años noventa algunos fabricantes apostaron por la entonces incipiente electrónica en el equipamiento tecnológico de sus vehículos. Esos sistemas primitivos se idearon para, teóricamente, ofrecer más información sobre el funcionamiento de distintos elementos, tanto de seguridad como de confort.

Ya por entonces los cuadros analógicos se llenaron de luces que nos decían si teníamos una puerta mal cerrada, el freno de mano sin quitar o alguna luz de nuestro coche que no funcionaba.

Todo muy básico, pero fue un pequeño paso que cautivó a los potenciales compradores, sobre todo de marcas italianas, que fueron las pioneras a finales de los ochenta.

Con el tiempo, muchos de esos interruptores dejaban de funcionar correctamente y al final los propietarios se acostumbraron a circular con algunos de esos testigos encendidos después de cambiarlos varias veces.

Treinta años después unos mil microchips por vehículo lo controlan absolutamente todo gracias a su abaratamiento, y vuelcan la información a la ECU, es decir, el ordenador que tienen todos y que decide en función de los parámetros que haya impuesto cada fabricante para cada componente que controle.

Por eso, la mayoría de los conductores ha llegado hasta nuestros días con el convencimiento, o eso les han hecho creer, de que mientras más equipamiento tecnológico tenga un vehículo más eficiente y más seguro es, aunque queda demostrado que ese exceso de tecnología no siempre sirve para conducir más seguros.

Las distracciones están implicadas en el 60% de los accidentes mortales mientras conducimos y nunca fue tan fácil como hoy día despistarse con la cantidad de información que un vehículo transmite a su conductor, con señales sonoras y visuales de todo tipo e intensidad, lo que convierte la conducción ahora en un verdadero incordio.

Hay un dispositivo que los fabricantes están intentando implantar en los vehículos y que presentan como un avance en la comodidad: las llaves electrónicas, es decir, aquellas que no necesitamos sacar del bolsillo.

Pero nada más lejos de la realidad. Primero, porque realmente no se hace por nuestra comodidad, sino porque es más barato para un fabricante al diseñar un vehículo, sobre todo motos, donde no haya necesidad de poner un bombín de unos 10 cm de largo donde entre una llave. Es más fácil poner un microchip y un actuador eléctrico que nos abra un asiento y que además nos ponga en marcha la moto, el coche o el camión.

Pero la realidad es implacable: al no tener que sacar la llave del bolsillo, ya que se abre por proximidad, es muy fácil colgar el pantalón en un armario y que a la mañana siguiente no seas capaz de recordar dónde está la puñetera llave si te cambias de ropa. O, como me ha pasado una vez, que esté en un pantalón dentro de la lavadora.

Otra situación mucho más frecuente de lo que parece es que alguien que conduce se baje del coche en la ciudad para hacer una gestión y que la persona que va a la derecha se suba al asiento del conductor para continuar la marcha… sin recordar ninguno de ellos que quien se ha bajado es el que tiene la llave en el bolsillo.

Como consecuencia, en el momento que pare el coche a kilómetros de distancia no arrancará, porque no detecta la llave. Además, como todo esto necesita de una pila en la llave o mando de apertura, es bastante frecuente que en el momento más inadecuado esa pila deje de funcionar y nos amargue el día, y yo lo he sufrido varias veces.

Y para acabar, como todas esas llaves funcionan con una señal de radiofrecuencia, si se tienen los conocimientos informáticos necesarios es fácil copiar el código de esa señal y clonarlo para que alguien pueda abrir y arrancar nuestro coche. En la práctica, nunca fue tan fácil como hoy día robar un vehículo moderno sin hacerle un rasguño.

Es hora de que los fabricantes se den cuenta de que ofrecer algún avance tecnológico antes que su competencia para venderlo como beneficio para el conductor, no siempre está justificado. Lo malo es que los usuarios no tienen la posibilidad de elegir porque todos los fabricantes acaban copiando las mismas tecnologías para no quedarse por detrás de su competidor.

Uno de mis coches todavía tiene esa llave que se mete en la columna de la dirección y que se gira suavemente para oír el ronroneo del motor al arrancar. Llamadme carroza, pero esa llave nunca acabará en la lavadora.