Me tomo la licencia de cambiar las fontes de Rosalía de Castro, de sus Cantares Gallegos, que otro celtibérico, Amancio Prada, de Dehesas, León, musicó para dejarnos esa profunda pena por despedirse del hogar, del entorno, de los sitios de los padres y los ancestros.
Imagino a Prada ante la devastación de sus montes, de Las Médulas, un economista metido a sociólogo en la Sorbona que acaba dedicado a la cultura, a la música ancestral, la zanfona y los instrumentos ancestrales de los celtas, a San Juan de la Cruz, Santa Teresa, Lorca y Rosalía. Un hombre del alma. Su dolor, como el de tantos debe ser infinito.
La morriña gallega, tiene una versión en gaélico, en la misma cultura celta que compartimos con ellos desde hace más de 5.000 años. “Hiraeth” es la palabra, que significa mucho más que la nostalgia del hogar, no es, como ellos dicen “homesickness”.
Es, según ellos, la llamada de tu alma a regresar al hogar. Por eso quizá, aunque muchos se hayan ido, o los hayan echado, de sus hogares mantienen ese trozo de tierra, esa casa de piedra, a veces ya sin cubierta en un pueblo abandonado, o casi. Pero allí vuelven, cada vez que pueden, a conectar con el hogar, y la tierra, con los paisajes en los que sus ancestros cultivaron, criaron ganado, trabajaron el bosque, la madera, el metal…
Adios rios, adios fontes,
Adios regatos pequenos,
Adios vista dos meus ollos
Non sei cando nos veremos.
Miña terra, miña terra,
Terra donde m' eu criey,
Ortiña que quero tanto,
Figueiriñas que prantey.
En el alto Aragón los echaron, literalmente, los montes estaban aterrazados, un trabajo a fuerza de buey, de mula, de hombre, de ir labrando la montaña, de ir haciendo muro seco, igual que en los Costwolds de Inglaterra, siglos de trabajo en la montaña, ora sacando piedras, ora canalizando el agua, ora arando, ora sembrando.
Aún se pueden ver en muchas comarcas enteramente abandonadas, como La Solana en el Sobrarbe, las terrazas repobladas de pinos. Había que hacer embalses, proteger con árboles las cabeceras de los ríos y se hizo rápido, por el artículo 23 y con un coste humano tremendo.
Abajo, el río Ara, entre Javierre y Jánovas, se jacta de no haber sido domado, de ser aún el único río peninsular sin regular, sin presas. Aún resuenan las canciones de La Ronda de Boltaña. Una de ellas, “La Vela rota”, recuerda como su madre tendía la colada en el caserón de piedra, al viento, como una vela de barco para aquel niño que acabó en un piso de 60 metros cuadrados en Barcelona.
El milagro económico de 1959 a 1973, desde los planes de estabilización a la crisis del petróleo, la mayor incorporación de personas a la clase media, un crecimiento medio sostenido por más de 14 años superior al 7% tuvo sus víctimas.
La primera, las gentes que perdieron su forma de vida, la segunda, el medio ambiente. No fue el cambio climático el que sembró pinos a cascoporro, espesos, a apenas un metro uno de otro, donde las especies naturales, según altura, eran el espino albar, el serval, los abedules, las hayas y los Quercus, desde los robles en las caras frescas y húmedas a los quejigos y encinas en las bajas y soleadas.
El progreso de Zaragoza, Madrid, Bilbao, Barcelona, dejó su primera huella en la biodiversidad. La época dorada de los ingenieros de montes, que repoblaron media España, al abrigo de las confederaciones hidrográficas, los nuevos regadíos, los canales, desde los Monegros, al Cinca, al Segre, o la Vega del Guadiana. Vaciar las montañas, secar los humedales, regar los desiertos…. Mediano, El Grado, Mequinenza…
El progreso trajo bosques, pantanos, represas, canales, balsas, pinos, centrales hidroeléctricas y pueblos abandonados. Sabiñánigo tuvo la maldición de estar a pie de ríos, tener agua y electricidad. Se creó un polo industrial que ha producido una de las mayores concentraciones epidemiológicas de cáncer de España, produciendo pesticidas y derivados del aluminio, le sigue de cerca Monzón, con la misma maldición.
Muchos de los que dejaron sus casas en Echo, Embún, Ansó, Javierregay (qué bonito suena a euskera, por no ser indoeuropeo, esta toponimia celtibérica de los valles occidentales de Aragón) acabaron en quimioterapia. Lo peor de la vida urbana sin haberla disfrutado.
¿Cuánto bosque primigenio nos quedaba? Algunos hayedos, y algunos espacios en los parques naturales. El primero el de Picos de Europa, el segundo el de Ordesa, hace más de 100 años.
Hemos vuelto de Inglaterra y Gales, tristes de escuchar cada noche los podcasts de las noticias del fuego. La Hispania Ulterior se quema. La de los Celtas y Celtíberos, la de los que morían de pena por su tierra y su hogar por lejos que estuvieran. La Hispania vacía, vaciada, dejada y regulada desde despachos en ciudades.
Oímos a los vecinos que, no solo no se iban, sino que, como hace siglos, en aixena, mano a mano, compartiendo aperos, y esfuerzo trabajaban juntos por lo que les quedaba, la memoria viva de una estirpe, sus pueblos, sus casas, sus montes, sus ganados.
Yo tampoco me habría ido, ya también habría cogido la motosierra y me habría sumado a hacer defensa. Yo tampoco habría esperado a que me salvaran ni los “hunos ni los hotros (sic)”. Las zonas de ganadería extensiva en las que había caballos y vacas, limpias por el ramoneo, no ardían, o se apagaban con facilidad. ¡Qué casualidad!
Los tartesios eran pueblos íberos, de la parte costera, de la Hispania Citerior, eran grandes ganaderos, sus mayores restos arqueológicos han aparecido con enterramientos de caballos sacrificados, sus herederos, turdetanos y túrdulos, practicaron la trashumancia y el intercambio de pastos y ganado con Vetones, Astures, Galaicos, Cántabros. Los Ilergetes de la actual Lérida y Huesca, que comerciaban y movían sus ganados con los Jacetanos y Vascones. Los ganados, limpiaban los rastrojos, los cauces, los bosques ….
El profesor Bryan Sykes de Oxford, en 2006, resumió años de investigaciones y una de las mayores muestras genéticas tomadas en todo el Reino Unido con un libro “La sangre de las islas” en el que evidencia que la huella genética de los celtas del Reino Unido, no sólo de los galeses, es casi idéntica a la de los pueblos celtas ibéricos y que hace unos 6000 años, estos, procedentes de nuestra cornisa cantábrica y de esa Hispania Ulterior, poblaron las islas británicas.
La verdad es que las coincidencias cuando miras sus campos y construcciones medievales y te das una vuelta por Echo o Ansó es increíble. Allá no hubo que aterrajar, pero los muros secos, las lindes de espino albar, endrino, zarza o espino… las casas de piedra y madera con los tejados de arcilla cocida plana…. La vida en el campo como forma esencial de organización social…
En la Selva de Oza hay huellas de los más de 120 círculos de los muertos, que datan del epipaleolítico hasta la edad del bronce y que, a pesar del nombre, según el Dr. Antonio Ubieto, son evidencias de los asentamientos que los pueblos ganaderos desde el 9000 al 200 antes de Cristo, tenían para el asentamiento de las tiendas de cada clan ganadero que llevaba sus animales a los pastos de la montaña en verano.
Pepe “el Realo” salía cada día en mi pueblo con su rebaño de más de 100 cabras, su perro, una vez a los rastrojos, otra a los cauces, a las acequias, a la alameda y las choperas del río, a los cerros. Otros cuatro o cinco rebaños salían en mi infancia del pueblo, dejaban un reguero de bolitas negras.
En Fuente de Piedra y otros pueblos facilitaron que los corrales estuvieran a las afueras y prohibieron que las cabras cruzaran el pueblo para evitar las bolitas y las temidas “calenturas maltas”. Los Montes de Málaga los mantenían limpios cientos de rebaños desde Ardales, Riogordo, Casabermeja, Casares, Almogía al mismismo Torcal de Antequera, que tenía dueño, la familia Garcia-Verdoy.
El chivo en Canillas de Aceituno es insuperable. La ganadería extensiva, desde las cabras y la oveja Merina introducida por los árabes, a la Mesta que nace en el siglo XIII y establece caminos, cañadas, realengas, la prohibición de vallar los campos comunales y la capacidad para que los ganados pastaran hasta dos días en terrenos privados sin pedir permiso ha mantenido limpios, campos, montes y cauces.
Tener un rebaño de más de 50 ovejas te otorgaba en automático ser miembro del Honrado Consejo de la Mesta. Los pastores, estaban exentos de servicio militar, tenían su propio fuero y sólo los podía juzgar la propia Mesta, estaban exentos de impuestos en portazgos, montazgos y pontazgos. Podían llevar 10 yeguas por cada 1000 ovejas que convenientemente preñadas permitían la venta de potros tras el destete. Nuestros campos son así, en parte gracias a esta institución que duró 600 años, ni más ni menos.
Nos tiramos siglos, milenios, trabajando los campos, mejorando los montes, canalizando el agua, haciendo abrevaderos, represas, terrazas, muros, acequias. Nos pasamos siglos sacando madera, leña, pasto, setas, miel, resinas, carne, leche, queso, nueces, castañas, algarrobas, bellotas o hayucos de nuestros montes. Nadie es más ecologista que el que vive en el campo, en los pueblos, en la naturaleza.
Ecologistas de despacho y ciudad, que cada vez han influido más en hacer que el pastor pasara de ser un privilegiado y un activo estratégico del país a un desgraciado que trabajando de sol a solo no cubre los costes.
Dicen que los incendios son de sexta generación y que la culpa es del cambio climático. Nadie niega ninguna de las dos cosas. Hay quien cuestiona qué parte del cambio es antropogénico y cual es natural.
La Península Ibérica, por su posición fue la que primero salió en Europa de la última glaciación hace unos 11.000 años. Nos calentamos primero para lo bueno, entrar de líderes de desarrollo humano en el Holoceno, y para lo malo, ser los que más sienten la subida de las temperaturas ahora. Debemos evitar nuestra contribución, pero también adaptarnos y mitigar los efectos de este cambio climático.
El fuego se combate con montes limpios, llenos de colmenas, de herbívoros, con saca de leña y madera, se lo debemos a aquellos hijos de nabateros, que bajaban con las crecidas de los ríos los mejores troncos río abajo. Lo primero es que ser pastor valga mucho la pena, que haya cola para apuntarse a un oficio de más de 10.000 años, que nace en el Neolítico y en el que los pueblos de Iberia fueron los primeros de Europa, por motivos también climáticos.
Prados, ríos, arboredas,
Pinares que move o vento,
Paxariños piadores,
Casiña dó meu contento,
Muíño d' os castañares,
Noites craras de luar,
Campaniñas trimbadoras
Dá igrexiña dó lugar,
Las abejas se nos mueren por falta de agua, exceso de calor, parásitos… Para que los paneles no se fundan deben estar por debajo de los 40 grados a la sombra. Cada vez hay que tenerlas más altas, en los bosques y a la sombra. ¿Por qué no le ponen un arancel del 50% a la miel no europea? Con los litros que nos llueven, que cada vez son menos y cada vez más irregulares nos apañamos si nos dejamos de ecologismo de salón y miramos lo que han hecho cientos de generaciones en estas tierras, las citeriores y las ulteriores, administrar el agua.
Los arroyos hay que represarlos, y crear reservas de agua, balsas en altura, que sirven para que los animales beban, incluidos anfibios e insectos polinizadores, o pájaros. Tenemos la mejor orografía del mundo para almacenar energía en forma de agua en altura, agua que da vida al monte, que facilita la extinción del fuego, que sirve para bombeos reversibles. Somos una potencia mundial en geomembranas, tenemos la industria, y excelentes Ingenieros de Caminos y de Montes. Sólo falta que hacer lo correcto con impacto a largo plazo de votos. Para ello, quizá haya que contarlo bien. Agua y herbívoros mejor que aviones bomberos, broncas y lágrimas. Sólo hay que mirar la historia y aprender del legado de 9000 años de civilización.
Miré los bosques al llegar a España desde Santander a Barcelona, como si me estuviera despidiendo de ellos. Cada día es más probable que dejen de estar, si no mimamos a los que viven en ellos y de ellos, que en definitiva somos todos.
Amoriñas d' ás silveiras
Qu' eu lle dab' o meu amor,
Camiñiños antr' ó millo,
Adios, para sempr' adios!