Todavía hay quien ve en la figura del empresario/a a una persona egoísta, mandona y falta de escrúpulos, que dirige un negocio desde una oficina y disfruta de una jornada laboral flexible. Sin embargo, la realidad de los verdaderos empresarios es bien distinta. El empresario de hoy en su mayoría no tiene días libres marcados en el calendario, de hecho, está al pie del cañón de manera presencial o virtual las 24 horas del día, los 7 días de la semana, los 365 días del año. Su compromiso es absoluto, y su vocación comparable a la de un misionero, por su entrega total y pasión por servir a los demás.
Me viene al recuerdo las palabras del maestro Alcántara cuando dijo que el empresario auténtico debe tener las tres virtudes teologales: fe, esperanza y claridad. En otras palabras, el empresario es pura vocación, con un estilo de vida que implica una entrega constante y resiliencia demostrada a prueba de reveses. Dedica toda su energía, tiempo e ilusión para mantener viva su empresa, que en ocasiones es también su familia, su legado y su proyecto de vida.
Esta dedicación va más allá de lo profesional, ya que es un compromiso ético y personal con la creación de valor económico y social, que impulsa la innovación, genera empleo y contribuye al desarrollo del país donde opera. En palabras del economista Joseph Schumpeter, el emprendedor es un “creativo inconformista” que promueve la renovación constante del tejido productivo mediante nuevas ideas y modelos de negocios disruptivos que cambian las reglas del juego preestablecidas. Pongamos por caso a los que considero empresarios por antonomasia. Qué decir de Amancio Ortega con su corporación Inditex o Juan Roig y su gran creación Mercadona, sin quitar mérito a los cientos de miles de españoles que son también empresarios por derecho propio, como es el caso del gran empresario y amigo Pepe Cano de Rincón de la Victoria, entre otros muchos empresarios a destacar.
En efecto, el empresario que está al pie del cañón 24x7x365, debe manejar la incertidumbre y los riesgos propios de un entorno económico cambiante y, a menudo, hostil. No se trata solo de trabajar mucho, sino de gestionar el estrés, tomar decisiones difíciles, asumir responsabilidades y liderar con integridad y visión a su equipo. En ningún caso gestiona su empresa con el único afán de ganar dinero in crescendo para sí mismo. El empresario auténtico no busca recompensas inmediatas, sino la satisfacción de ver crecer su proyecto y contribuir a un bien mayor, que no es otro que la prosperidad compartida.
En tiempos de crisis, este compromiso se vuelve aún más evidente. Mientras algunos empresarios apócrifos sucumben y optan por abandonar, el empresario de raza se enfrenta a los retos con valentía y creatividad. Reinvierte, adapta su modelo de negocio, busca alianzas estratégicas y encuentra nuevas oportunidades donde otros solo ven oscuridad. Ya se sabe que el buen capitán se crece ante los embates de las olas y pone todo su empeño en llevar el barco a aguas más tranquilas. Por tanto, la crisis, lejos de ser un problema es una oportunidad, y la aprovecha como momento de transformación y aprendizaje.
Aún la sociedad sigue sin valorar ni reconocer al empresario como la clave de bóveda que sostiene y da estabilidad a la economía de un territorio. Que siga siendo una figura estigmatizada, ligada a la especulación o el interés desmedido es no hacer justicia de este agente económico y social. Aunque es importante distinguir entre quienes practican la especulación a costa del bienestar colectivo y quienes, por el contrario, trabajan incansablemente para crear riqueza sostenible y puestos de trabajo. Estos últimos son los verdaderos empresarios sociales, aquellos que entienden que su empresa es también un activo de la comunidad. De igual manera, el empresario no olvida que su empresa debe ser rentable y viable, en caso contrario no podría perdurar y, mucho menos, crear valor compartido con todos sus stakeholders o grupos de interés, por destacar, trabajadores, proveedores, accionistas, acreedores, etc.
En otras palabras, el empresario dedica su vida a su empresa porque siente una responsabilidad profunda, porque su proyecto es también una misión, una causa. Como el misionero que entrega su vida para mejorar la de otros o el médico que salva vidas con dedicación, el empresario entrega su tiempo, su energía y su creatividad para construir algo que trasciende su individualidad. Este nivel de compromiso implica sacrificios personales, renuncias y a menudo momentos de soledad. Ciertamente, no es fácil llevar el peso de las decisiones, afrontar incertidumbres y lidiar con la presión constante. Sin embargo, es esa pasión y dedicación la que impulsa el progreso económico y social de un país.
Vale la pena destacar que sin empresarios concernidos, la innovación se detendría, el empleo disminuiría y el bienestar común se vería amenazado. Por consiguiente, debemos reconocer y valorar la entrega total del empresariado como colectividad, y apoyar sin ambages a quienes trabajan día y noche, generan empleo y aportar soluciones en tiempos difíciles.
En conclusión, el empresario 24x7x365 no es un simple gestor de negocios, sino un verdadero apóstol de su empresa, que gestiona su empresa con pasión y dedicación constante. De ese modo cuida y hace crecer el tejido productivo y social de su comunidad.