La historia nos enseña que no debemos hacer ciertas cosas, pero ya se sabe que el ser humano es el único animal que tropieza más de tres veces en la misma piedra. En ese sentido, los manuales académicos insisten en atribuir el origen de las grandes guerras a atentados, invasiones o tratados incumplidos.
Sin embargo, el telón de fondo que se repite es, invariablemente, la economía. Ciertamente, las dos guerras mundiales no surgieron únicamente por disputas territoriales, sino también por batallas comerciales, crisis financieras y pulsos hegemónicos, como el que actualmente protagoniza Trump con su agenda MAGA, que de manera explícita conlleva un nacionalismo exacerbado, populismo y una clara política proteccionista.
Se trata de una estrategia clásica: cuando una potencia percibe que está perdiendo peso en el tablero mundial, recurre a aranceles, bloqueos, tratados desiguales… y, si todo falla, el siguiente paso es “soltar los perros” (misiles, movilización de su flota y ejército).
Trump ha cambiado de un plumazo las reglas del juego y está marcando un punto de inflexión geopolítico. Además, representa una ruptura clara con el orden comercial multilateral construido tras la Segunda Guerra Mundial.
Asimismo, su política arancelaria no tiene respaldo en ninguna escuela de pensamiento económico. De hecho, si repasamos la teoría económica, no hay corriente doctrinal que defienda el uso del arancel como política económica razonable. Por ejemplo, la escuela austriaca, con referentes como el premio Nobel Milton Friedman, considera los aranceles una forma de intervención estatal inaceptable.
¿Qué debe hacer Europa? En ningún caso una bajada de pantalones. Yo abogo por poner en valor nuestro peso económico y nuestro legado histórico. A pesar de nuestros errores, Europa sigue siendo el crisol de la humanidad.
Somos autocríticos —y está bien que lo seamos—, pero sin duda las ventajas comparativas de Europa en política social frente a otras potencias son enormes. Europa aplica sin rubor lo que los economistas denominamos capitalismo social. Sabemos que a veces pecamos de buenismo y que no actuamos con la contundencia necesaria en asuntos sociales o económicos. Pero siempre será preferible ese escenario a tener un líder mesiánico que dice hablar con Dios, se salta a la torera la separación de poderes y presume de tener el botón rojo bajo su pulgar.
Trump está poniendo a Europa en franca tesitura, o como se dice en el argot pugilístico, nos está arrinconando contra las cuerdas. Ante este escenario, Europa debe actuar con audacia, porque si no lo hace, los libros de historia que se escriban a partir de ahora dirán que Europa cayó en el ostracismo económico y no escribió ni una línea en las reglas del comercio del siglo XXI.
No nos queda otra que seguir negociando con la administración Trump con el objetivo de cerrar un acuerdo razonable para ambas partes. Y para que eso ocurra, ambas partes deben ceder en sus posiciones iniciales. Es mejor un mal acuerdo que ningún acuerdo. Ahora bien, matizo mis palabras: un mal acuerdo nunca debe suponer la renuncia a intereses clave de las empresas europeas.
Europa debe ponerse las pilas, comprender que necesita autonomía en defensa y mayor cohesión interna, y para lograrlo debe aprender la lección de la crisis generada por Trump. Aprender significa pasar a la acción con un plan al estilo del llamado “Plan Draghi” o “Manual de Draghi”.
Este manual representa una doctrina de acción contundente, pragmática y flexible, que incluye, entre otras medidas, la intervención masiva del BCE para reducir e igualar las primas de riesgo (a través del programa OMT). La defensa de la unidad del euro como objetivo político y no solo económico. El uso de políticas monetarias no convencionales. Reformas estructurales y política fiscal activa por parte de los Estados.
La firmeza de Mario Draghi en defensa del euro fue clave. Baste recordar su famosa frase de julio de 2012: “El BCE está preparado para hacer todo lo que sea necesario para preservar el euro. Y créanme, será suficiente”. En efecto, el euro fue blanco de ataques especulativos ese año, y la intervención del BCE fue decisiva para contenerlos y alejarlos.
En síntesis, el Sr. Draghi no solo salvó el euro como presidente del BCE, sino que hoy sigue siendo un activo político para Europa. Escuchemos sus enseñanzas y actuemos con seriedad frente a Trump, con el objetivo de que en unos años Europa regrese al tablero internacional más fuerte. Solo entonces podremos negociar con otras armas frente a tipos duros al estilo Trump.