“Polvo eres y en polvo te convertirás”, le dijo la nube al Ford Fiesta. Vaya, con el martes y vaya con la dichosa borrasca Celia, con nombre de exalcaldesa y con una sorpresa escondida debajo de la buena noticia del agua de esta semana. Alguno pensaba que la calima era nombre de cóctel y se encontró de sopetón con un capítulo de color anaranjado que bien podría ser una campaña de Ciudadanos para reflotar el barco ahora que los Marín y compañía parecen estar más fuera que dentro del tablero político. Pero no: era polvo del que mancha. Alegría para el sector de los túneles de lavado. Sus cuentas apuntan al éxito en unos días.

Llueve y sonreímos. No nos sienta mal ni mojarnos los pies en plena calle porque, después de catorce meses de clima seco, apetece saber que algo va bien… o que no va tan mal… o que yendo mal, se encamina un tanto. ¡Con qué poco nos conformamos ya!

Y es que, con el campo quebrado por falta de agua y con los embalses de Málaga más secos que el beso de una suegra, lo de las lluvias de esta semana es algo así como una bendición que no termina de remendar el problema, pero le pega un buen zurcido al paño. ¡Quédate unas semanas, Celia!

Anda el malagueño con un ojo puesto en el cielo y con otro, a lo Oriol Junqueras, atendiendo a Ucrania. Por si no lo sabían, el mencionado no es sólo nombre de un país del este, sino el lugar del que procede una buena parte de la población extranjera inscritos en nuestra provincia. Al dato, que decían los antiguos: de los 17.000 inmigrantes procedentes de ese país que ya residen en Andalucía, unos 11.000 están en la provincia. Eso, antes de la maldita invasión y de los primeros bombardeos. Serán muchos más lo que se sumen a nuestra tierra, a nuestro ambiente y a nuestras cosas en próximas fechas.

La Málaga solidaria, de nuevo dando la cara y lo que haga falta. Van 250 nuevos censados desde que Putin se vistió de Lucifer. Un total de 75 menores escolarizados, a los que se intenta trasladar normalidad, cuando su verdadera rutina está a 3.500 kilómetros… por no hablar de ese papá, que en la mayor parte de los casos se ha tenido que quedar en casa, porque su país le pide quedarse a defender mucho más que la honra: a defender a todo un país, a un coste tan caro como la propia vida.

La fotografía es tan triste como real. Una realidad teñida de rojo sangre, similar al tono de ese agua que el martes caía sobre nuestros tejados. ¿No será que lloraba el cielo? “Señales”, dirán unos. “Calima”, apuntarán otros.