Dice Pedro Sánchez, en relación a los insultantes precios de la luz, que el Gobierno “ha actuado, actúa y seguirá actuando”. Estamos salvados. Por fin el presidente del Gobierno reconoce su cualidad de actor. Dudamos bastante que la factura se modere, pero al menos el inicio del curso político (lo que viene a ser como la vuelta al cole de nuestros dirigentes, pero sin simpatía ni cariño alguno) ha servido para hacer un ejercicio de sinceridad a quien no acostumbra a ello. Septiembre empieza bien, pese a lo que parecía. 

Málaga no puede permanecer ajena a cosas que abarcan mucho más: si hay pandemia, nos toca jo… fastidiarnos, y aplicarnos para pararla cuanto antes. Si los carburantes suben, no lo hacen menos en la Costa del Sol, por guapos que nos creamos. Si encender la lámpara del salón se ha convertido en un gesto de valentía, nada nos salva del problema porque, nos guste o no, en Málaga también se hace de noche. Evidente.

Aunque, a cuenta de todo esto, sí que resulta curiosa nuestra sinergia con quien prometió poner coto a las injusticias, si de consumo y otras liebres hablamos. Alberto Garzón, ministro de Consumo, presume de malagueño, pero Málaga no presume de él.

Lo cierto es que Garzón nació en Logroño, pero la sangre le tira al Rincón de la Victoria y es aquí donde el ahora coordinador general de Izquierda Unida en el país acabó haciéndose un nombre, muy a pesar de no haber pisado una administración provincial ni local en toda su trayectoria. Apoyado en un discurso muy leído, con un nivel intelectual elevado y siempre sobre las bases de un comunismo convencido, el ahora ministro supo estar en el momento adecuado en el sitio correcto, para así alcanzar cotas que ni los más optimistas podían predecir. “No se ha visto en otra igual”, apunta un vecino.

Ese mismo vecino que esta semana pasa por delante de lo que fuesen oficinas centrales de Correos en Málaga, inmueble que ha servido de particular lienzo sobre el que la plataforma Frente Obrero se ha acordado del ilustremalagueño-riojano. El ahora ruinoso y enfermo edificio (en busca de una rehabilitación integral desde hace mas de una década) es desde el pasado martes el foco de las miradas de cualquier viandante que, como el mencionado vecino, se acuerda de Garzón, del Gobierno… y del dichoso interruptor de casa. Un ministro que, de momento, acumula más palabras que hechos (muy político, eso) y al que o le cunde mucho el final de la legislatura, o pocos agradecerán su buen hacer.

Al más puro estilo Simpson, Garzón podría presentarse como el mítico Troy McClure: aquel periodista que en cada entradilla frente a la cámara presumía de sus anteriores trabajos. Hola, soy Alberto Garzón. Tal vez me recuerden de otros documentales como ‘Yo intenté echar a las casas de apuestas de los barrios’, ‘El turismo es precario y de bajo valor añadido’, ‘Donde se ponga una buena ensalada, que se quite un solomillo’ o ‘Ningún Gobierno decente debería tolerar estos precios de la luz’. Esta es buena porque, como nombre de película quedaría un poco largo, pero es que la frase es suya, solo que en un momento en que apuntar al Gobierno y vender las bondades del comunismo le iba al pelo. Corría diciembre de 2017, aquel incremento en la factura sumaba un 10% (el precio de la luz es ahora mismo un 188% más caro que hace un año)… pero el que gobernaba, claro, era Rajoy.

La mencionada pancarta recuerda al ministro que su (seguramente acertada) cruzada contra las casas de apuestas ha tenido de momento, poco efecto. Hubo un tiempo en el que lo que proliferaban en Málaga eran las heladerías: local vacío que se prestaba, tarrina de stracciatella que te servían. En el último lustro, no hay barrio sin local con su pegatina de colores, fachada oscura y juego del que cuesta dinero en su interior.

Fondo blanco y pintura negra (con algún trazo en rojo) para una pancarta que, en el otrora edificio de Correos, da protagonismo a quien enfadó al turismo, principal industria de la que dice es su tierra. Rostro bien dibujado de un Garzón al que Málaga recuerda esta semana por ser él y no otro, el ministro de Consumo en un país al que le duele la tripa por el simple hecho de poner la lavadora.

Sin lugar a dudas, el intrépido McClure cumplía más en su trabajo, tenía más gracia, y nos costó mas barato.