Trabajar en agosto no está tan mal, ni tan bien. Son peonadas calentitas dentro de un orden y de slow work. Si tiramos de aire acondicionado la cosa se encarece, te la clavan por la mañana y por la tarde te masajean. Todo erotismo es poco para las eléctricas.

Huir de la costa para que los veraneantes disfruten de más espacio es un acto de generosidad. O de cobardía. También están quienes deben quedarse en sus puestos de guardia por lo que pueda caer; y ahí estoy yo, como un gilipollas a las 8.30 horas en la puerta de CaixaBank. Los que se ocupan de la industria turística tienen un capítulo aparte, ellos son nuestros imprescindibles.

No está mal dedicar la mañana a producir y las tardes a holgazanear cuan cordobés en la Fuengirola estiva, siendo ellos muy trabajadores en lo suyo, momento y lugar, que no es durante los meses calurosos por muy atractiva que sea la ciudad brillante. Un Rodríguez discrepa por su liberación de obligaciones familiares con fresquito de máquina a todas horas y a toda copa (after work).

Una mañana a las puertas de la carrera para conquistar la playa estaba yo junto al mar, cuidando de las olas, que no de la marea, y vi a lo lejos gentes avecinarse a la arena para ir tomando cuerpo, y pensé: ¿les pagarán por el madrugón? Yo si no es bajo nómina o para ver a la selección de baloncesto me niego a amanecer antes que las calles. Eso también es verano playero marca de la casa.

La convivencia entre veraneantes y currantes en el litoral es fluida, amable, simpática. Ya los trabajadores no ligan con suecas como en las películas de Landa; más bien ellas y ellos son fruto de encuentros mestizos de culturas y lenguas de años atrás. Hoy el trabajador puede ser noruego y el veraneante de Alcorcón, todo cambia. También cambia las vestimentas, los abogados van de lino (¡qué daño ha hecho el lino!) y el turisteo con prendas ajustadas.

El que no se consuela es porque no quiere, si se trabaja en verano y en lugar del tajo tenemos el Mediterráneo, se acepta no salir de la zona de confort, de casa al curro y de la faena a la olimpiada. Pero no seamos tristes y hagamos patria chica, después del meneo acalorado de un día de batalla, demos al cuerpo un espeto y algo fresco, que el verano solo pasa una vez al año. Vamos a llevarnos bien.

Javier García León es abogado en Advokatkontoret