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Ricardo habla al otro lado de la línea desde un autobús camino a Sevilla por motivos laborales. Reconoce estar cansado, con mucha ansiedad, ya que su vida lleva meses sumida en un torbellino que no cesa. Cabeza visible de una pequeña tienda de decoración heredada de su familia, en Cruz de Humilladero, un distrito de Málaga, asegura que desde que decidió separarse de su mujer, su día a día es una sucesión de denuncias, enfrentamientos y golpes, emocionales, pero también físicos. “Es una pesadilla interminable”, repite varias veces durante la conversación.

En septiembre del año pasado, la convivencia en casa llegó a un punto límite, por lo que en noviembre, Ricardo tomó una decisión drástica: salir del hogar familiar y mudarse a otra vivienda de su propiedad que hasta entonces usaba como residencia vacacional. “Cogí cuatro cosas y me fui. Todo había sido maravilloso durante 23 años, ella había sido buena persona, pero todo se torció”, dice.

Pese a la separación, su expareja siguió trabajando en la tienda que regenta. Durante un tiempo separados compartieron el espacio de manera cordial. Él la recogía y la llevaba al trabajo. Todo cambió cuando apareció sobre la mesa la propuesta de divorcio, en abril de 2025. Ricardo asegura que las condiciones económicas que ella le ponía eran inasumibles: pagos fijos elevados, altas indemnizaciones para sus hijos y mantenerla contratada en la tienda con un sueldo que, según él, estaba muy por encima de la capacidad del negocio. Al negarse, siempre según su versión, comenzaron los problemas.

Hay un episodio que no se le borra de la cabeza especialmente. Tras mostrarle su rechazo a las peticiones del divorcio, encontró su furgoneta, vehículo de trabajo, completamente vandalizada: cristales rotos por todos lados, rayones en la chapa con insultos escritos y toda su ropa tirada en el interior. “Me quedé helado”, cuenta. Fotografió los daños y acudió a la Guardia Civil.

Las cámaras de seguridad, sin embargo, no grabaron el momento exacto de la agresión al vehículo, pero, según cuenta Ricardo, sí captaron a su expareja cargando toda su ropa. "Todo se quedó en nada porque no se la veía", expresa.

Ante las peticiones constantes de dinero para sus hijos por parte de su mujer, Ricardo asegura que le pidió una cuenta bancaria para darle lo que fuera necesario a sus hijos y que esta le dijo que no quería su "limosna". "Poco después me dijo que si le llevaba al límite y nuestros hijos no podían vivir tranquilamente, iba a matarme, no lo entiendo", añade.

Dejaron de hablar durante unos meses y el episodio más grave llegó tiempo después, dentro de su propio comercio, el 16 de septiembre, según se recoge en la denuncia que interpuso el hombre tras ocurrir los hechos.

Ricardo relata que su exmujer apareció con su hijo de 17 años a la tienda después de enviarle un WhatsApp horas antes avisando de la visita y reprochándole que "iba a buscarle la ruina a su hijo" de diecisiete años. La pareja tiene mellizos, un chico y una chica.

La mujer cumplió su palabra y se personó en la tienda con su hijo. Supuestamente habían acudido para preguntarle por qué motivo había devuelto Ricardo el recibo del teléfono y el Internet de la casa donde residía anteriormente.

Pero no se trataba de una conversación formal. Sobre las 17.15 horas, cuando la mujer entró a la tienda y se plantó delante del mostrador, siempre según la versión de Ricardo, esta le dijo claramente: "Hay cuatro formas de arreglar esto: pagas el teléfono e Internet, te mato, me matas o nos matamos los dos".

La discusión escaló rápidamente pese a que Ricardo le dijo que si ella se desvinculaba de la línea, él sería el primero que le pagaría a sus hijos ambas cosas. Según su denuncia, a continuación, ella intentó acceder a zonas de la tienda a las que ya no estaba autorizada, como el baño, y al imposibilitárselo, esta lo empujó y le arañó la cara. Fue cuando el hijo entró por dentro del mostrador y decidió gritarle para que no tocara a la madre. Ricardo insiste en que no la agredió en ningún momento ni verbal ni físicamente.

Sin embargo, Ricardo cuenta que la mujer ordenó a su hijo que cogiese los libros de pedidos de los clientes, una especie de agenda donde el empresario anota los trabajos de los clientes, así como dos libretas de contabilidad. "Ella sabía que sin ellas no podía trabajar con normalidad", añade.

En un forcejeo, Ricardo logró hacerse con las libretas, que cayeron al otro lado del mostrador, momento en el que el hombre trata de recogerlas y salir de la tienda, pero al parecer su hijo le pegó un empujón y cayó contra unas jardineras de hierro. Con muy mala suerte, se abrió la cabeza.

“Escuché a mi hijo preocupado diciendo que estaba sangrando mucho y a su madre contestarle: 'Anda y déjalo que se muera'”, relata. Una ambulancia lo trasladó de urgencia al hospital, donde le cerraron la herida con 21 grapas.

Allí mismo, mientras lo atendían, se enteró de que la mujer lo había denunciado por violencia de género por una presunta agresión que insiste en que no ocurrió. Fue atendido en el centro hospitalario en calidad de detenido.

Según su relato, pasó la noche en los calabozos, compartiendo celda con varios detenidos, sin apenas poder descansar por el dolor de la herida. Al día siguiente, la jueza lo dejó en libertad sin medidas cautelares. Además, tras el suceso, Ricardo asegura que comprobó que le faltaban 600 euros de la caja registradora y que sospechaba de que "solo había podido ser ella" la que los hubiera sustraído.

Paralelamente, aunque Ricardo asegura que había pedido a sus clientes que le hicieran las transferencias de pago a su cuenta individual, algún rezagado le envió 300 euros a la que tenía conjunta con la que fue su mujer. Al parecer, aprovechando que le habían dado dinero, esta aprovechó para retirarlo y mandárselo a su cuenta individual. Además, anteriormente ya había devuelto recibos ya pagados. Ricardo también ha denunciado los hechos con capturas de la app bancaria.

El conflicto, asegura, no terminó ahí. Semanas después, un cliente le avisó de que la tienda figuraba en el perfil comercial de Google como “cerrada permanentemente”. Ricardo descubrió que los datos habían sido modificados desde la cuenta de correo de su expareja. Además, apareció una descripción falsa en la que se vinculaba el negocio a "un sex shop para pervertidos". También denunció el hecho y ha tenido que empezar de cero un perfil comercial que tenía reseñas positivas "de años".

En el terreno familiar, la fractura es evidente. La relación con su hijo, que protagonizó el incidente en la tienda, parece rota. Ricardo cree que su madre lo ha puesto en su contra. Con su hija, en cambio, la situación es distinta: ella ha optado por mantenerse al margen y concentrarse en sus estudios. Ricardo cuenta que sigue ocupándose de sus necesidades, desde los gastos de vivienda hasta la matrícula de formación. “Ella no quiere tomar partido ni por su madre ni por mí”, explica.

El proceso judicial se ha complicado tras abrirse diligencias por violencia de género. La fecha del juicio por la denuncia que ella le ha puesto a él, según Ricardo, se ha fijado para abril de 2027. El caso ha pasado del juzgado de familia al penal, lo que ha retrasado también el divorcio.

Mientras tanto, sigue al frente de la tienda, tratando de salvarla del daño a su reputación que presuntamente dice haber sufrido. Ricardo asegura sentirse atrapado: entre la justicia, que avanza lentamente, y una guerra familiar que lo deja cada vez más solo. “Me siento totalmente desamparado ante todo, si hubiera sido al revés, creo que estaría en prisión”, critica.

Desde el mostrador de su tienda en Málaga, intenta seguir adelante. Lo hace con heridas visibles —las cicatrices en la cabeza y en la cara— y otras invisibles, las que dejan las disputas familiares que acaban en los tribunales. “Yo lo único que quiero es trabajar, cumplir con mis hijos y que esto acabe de una vez”, resume.