El lunes, 28 de abril de 2025 y parte del martes, 29, pasará a la historia para toda España por el apagón nacional que ha dejado a gran parte de los hogares sin luz y a la mayoría con problemas de comunicación en sus teléfonos ante la falta de datos móviles. En algunas localidades el suministro eléctrico ha vuelto a lo largo de la jornada, incluso antes de que se hiciera de noche, pero en otras zonas este no ha vuelto hasta pasadas las cuatro de la madrugada. Entre ellas, aunque pueda parecer irónico, la barriada de La Luz, en Málaga capital, que no ha hecho precisamente honor a su nombre en las últimas horas.
Con más de 20.000 habitantes, La Luz es uno de esos lugares donde aún pervive la Málaga auténtica, esa que a veces creemos extinta. Aunque desde fuera pueda parecer un mar de ladrillos entre torres modernas y edificios de los años sesenta, por dentro sigue latiendo como un pequeño pueblo, sobre todo en momentos tan extraordinarios como este. El verdadero significado de La Luz no está en sus farolas, sino en su gente.
Vivimos el apagón desde dentro. Todo comenzó a las 12:33 horas, cuando, de repente, todo se fue a negro. Sin wi-fi, sin luz en los interruptores, apenas con la tenue chispa de las luces de emergencia, una voz a tu vecino de confianza siempre es una solución. Desde un séptimo piso escuché:
—Vecino, ¿tú también te has quedado sin luz?
—Sí, hija. ¡A ver qué es esto ahora! —respondía otro desde el octavo, mientras se lamentaba porque tendría que bajar ocho plantas a pie para recoger a su mujer del trabajo.
Las conversaciones cruzadas desde los balcones se multiplicaron, como en aquellas casapuertas de los pueblos blancos entre abuelas con sillas de playa. Pronto, el apagón se convirtió en tema de debate improvisado: unos aseguraban que era "cosa de Putin", otros culpaban a Pedro Sánchez de "gafe", y otros recordaban que ya por la mañana, mientras preparaban el desayuno, habían notado pequeños cortes de luz que hacían indicar que todo se debía a un "subidón" eléctrico.
Sea como fuere, el tema de conversación en las calles estaba ya servido para todo el día. En la frutería y la pescadería no se ha hablado de otra cosa, por no hablar de Mercadona, que con sus propios grupos electrógenos se ha mantenido con la persiana abierta y como ya pasara en la pandemia, la gente ha acudido en masa en busca de agua y pan. "Esto ha sido como si fuera la guerra, es tremendo", me contaba una trabajadora de la cadena de supermercados de Roig, aún sin palabras por el día vivido, a eso de la media tarde.
Dar un paseo por la Carretera de Cádiz, tras un ratito bajando escalones y algo ahogada, daba que pensar. Los parques, abarrotados de niños jugando con patinetas y bicis que daba la sensación que no utilizaban desde el Día de los Reyes Magos. La gente, hablándose a la cara y no frente a una pantalla. Las terrazas, a reventar de público brindando y tomando cerveza por si la vida se acaba. Todas esas estampas me han llevado a pensar que si era el fin del mundo me había pillado en el mejor barrio del mundo.
Pero recapitulando, a eso de las ocho de la tarde volví a casa tras estar 'patrullando' las calles haciendo un viejo periodismo que me contaron en la universidad, pero que yo, perteneciente a la generación Z, no había vivido con tanta intensidad. Libreta, boli, un móvil con baja batería para sacar unas fotos, y a hablar con la gente. Pero ojo, que los reportajes pueden salir en tu propio bloque. Sobre las 21.00 horas, la luz volvió en gran parte de los hogares del entorno de la plaza del Limeño, así como en Isaac Peral y en la avenida de la Luz, pero ni rastro en otra tira de edificios como los de Torres Quevedo o la calle Miguel Ángel.
Ahí es donde entra en juego el hueco del ascensor, donde una maraña de linternas de móvil se dejaban entrever varias cabezas en los diferentes pisos. "¿Pero mañana hay cole?", pregunta una vecina que tiene un niño pequeño. La mayoría no tiene transistores, pero en casa, sin duda, nos ha salvado el día la radio. Les informé de lo poco que han contado fuentes oficiales y se vuelven a sus casas, algo más aliviados. Mientras tanto, mi madre, que nació apretada por naturaleza, se encomendaba a todo lo existente para que la comida del congelador no se eche a perder. Y es que ese arcón congelador que tenemos en la terraza podría dar de comer a todo el barrio.
Mi padre, mientras tanto, trataba de coger alguna radio local con la antenita del transistor, misión imposible. Así, recordó que al tener vitrocerámica, el café mañanero en la cafetera italiana se antoja complicado... Pero ahí está nuestra vecina de abajo, que tiene hornilla y se ofrecía a hacerlo si por la mañana la situación no ha vuelto a la normalidad. "¿Y qué vais a cenar? Si queréis podéis bajar a hacer algo", le dijo a mi madre con una sonrisa.
Mientras tanto, la de la puerta de al lado, que tiene tres críos pequeños, nos da algo de agua caliente para que nos podamos ir duchando con un barreño. Al rato, la mayor de sus hijos, que tiene siete años y entiende más la situación que sus hermanos, pega a la puerta de mi casa para decirme que tengo que contar en el periódico que "no es justo" que los del bloque de enfrente tengan luz y ella no, que no quiere comer bocadillo.
Al final, lo mejor de estas situaciones es cómo las gestiona la gente. Aunque tras leer esta crónica te salgan cinco vídeos en TikTok, muy probablemente, de personas peleándose en supermercados o hospitales o haciendo el tonto por la calle. Si me tengo que quedar con la mejor imagen del día, esta sucede al otro lado de la mirilla, casi a las diez de la noche. Es mi novio, que ha venido a vernos para saber si todo está bien ante la imposibilidad de contactar tras tantas horas. El amor de la gente de La Luz ha dado luz a un barrio tras horas de oscuridad. Ojalá estas 'bombillas' no nos fallen nunca, vengan los apagones que vengan.