Málaga

"Pienso en aquellos días, / en las celebraciones transcendentales. / En un milagro estar / justo donde la vida está ocurriendo, / casi nunca sucede, rara vez esas flores, / blancas y pequeñitas, / crecen junto a mi puerta. / Casi siempre me esfuerzo / en salir a buscarlas". Rosa Berbel (Estepa, 1997) ha vuelto a las librerías con un poemario rotundo, bello, descreído, necesario y también muy esperanzador.

El título que da nombre a su libro, Los planetas fantasma (Tusquets, 2022), alude a un cuerpo celeste hipotético, cuya existencia está probada científicamente, pero que no es visible mediante los instrumentos habituales de observación. Precisamente, la escritora sevillana cree que la poesía hace visibles nuevos planetas; de hecho, según ella la poesía los inventa. Incluso en una sociedad claramente en ruinas.

En sus nuevos poemas, atravesados por el desencanto, la autora reflexiona sobre la comunidad, la relación de la naturaleza con la experiencia amorosa y el duelo. Su anterior libro, que cosechó numerosos reconocimientos como el Premio Ojo Crítico de Poesía, era "más realista y denuncia". En este, Berbel se ha planteado poemas más utópicos y se ha movido en un plano más abstracto e intelectual. 

La graduada en Literaturas Comparadas por la Universidad de Granada recitará este sábado a las 19:00 en el cementerio de San Miguel en Málaga. EL ESPAÑOL ha hablado con ella durante una entrevista donde ha puesto banda sonora a su nuevo poemario: recomienda escuchar desde el último disco de María Arnal y Marcel Bagés (Clamor) a canciones de Simon & Garfunkel y el álbum Titanic Rising de Weyes Blood.

Ha tardado cuatro años en publicar un nuevo poemario. Han pasado muchas cosas desde entonces, incluida una pandemia. ¿Cuánto ha podido afectar esta crisis a su libro?

Mucho. A nivel individual, a mí la pandemia me sirvió para repensar mi relación con la escritura y la cultura en general. Genero una serie de debates a nivel colectivo. Estoy pensando en la industria editorial, en este exceso de publicaciones que hay a veces, en esta urgencia que tenemos por llegar a las novedades. Nos obligó a pararnos un momento, a respirar y a darnos cuenta de que quizá la cultura tiene que ver con otras cosas. Me sirvió como punto de inflexión parea reflexionar sobre muchas cosas. Aunque algunas de ellas no estén de forma explícita en este libro. La pandemia puso sobre la mesa algunas cuestiones sobre la comunidad. Esto de los convivientes salía a todas horas en nuestras conversaciones. Nos obligó a posicionarnos dentro y frente a una comunidad, en pensar en qué quiénes conformaban nuestro núcleo de confort. Esta idea de burbuja es representativa de todos estos cambios que hemos sufrido en relación con la comunidad. Es un libro donde me interroga sobre duelos posibles y duelos imposibles, y sobre cómo la escritura y la poesía pueden servir para hacer duelos. 

Su primera intuición al escribirlo tenía que ver con cómo pensar los afectos en un paisaje casi posapocalíptico. ¿Es difícil amar y escribir poesía en estos tiempos?

Todos los tiempos son a la vez especialmente malos para amar y escribir poesía, y a la vez especialmente buenos. Donde hay dificultad y contradicción también hay posibilidad de subvertirlo. Al escribir el libro partía de una imagen que tenía que ver con cómo pensar las relaciones interpersonales en un paisaje devastado, destruido, deteriorado. Trataba de congeniar esos pequeños fracasos individuales e íntimos con los grandes fracasos de nuestro presente y de nuestra colectividad. La crisis climática, la destrucción de la naturaleza, es la gran tragedia de nuestro tiempo. Me planteé cómo a través de esta idea del fracaso y lo trágico podía encontrar otras posibilidades más esperanzadoras y luminosas.

¿Cómo se cultiva el amor en un momento de crisis absoluta: económica, sanitaria, de valores?

Quiero ser optimista y pensar que los tiempos de mayor devastación colectiva son también los mejores tiempos para amar y los tiempos propicios para relacionarnos de otra manera. En esta idea de la crisis y del colapso hay cierta potencia para hacer las cosas de otra forma. Me interesa más un discurso que parte de ahí, de lo apocalíptico, y trate de aprovechar toda esta capacidad que hay en los momentos de crisis para generar nuevas formas de pensamiento y de amor. Es un momento con mucho potencia para amar y sobre todo amar de otras formas. La poesía es una forma de afecto. En los momentos de mayor preocupación y perturbación a nivel colectivo, la poesía siempre resurge como una forma de nombrarnos de otro modo, y de enunciar otras posibilidades.

Sus poemas están atravesados por el desencanto, el terror que no se ve y el escepticismo. Aunque al final haya un tono esperanzador en el libro.

Esto sigue un hilo cronológico que tiene que ver con la pandemia. La primera parte del libro, más descreída, está escrita antes de la crisis. Luego el libro va avanzando y al final se percibe una parte más luminosa y más confiada en las posibilidades del lenguaje poético para crear e inventar otros mundos. Para mí, poner la poesía al servicio de nombrar otras realidades y avanzar hacia un mundo nuevo va siempre de la mano de inventar otra forma de entender la poesía. Esa relación entre lo político y lo lingüístico estaba muy clara. 

Esta crisis le hizo tener más esperanzas en las posibilidades de la poesía y el lenguaje. ¿Cree en eso que decía Celaya de que "la poesía es un arma cargada de futuro"?

Es una frase que tiene más capacidad de referencia de la que parece. Se ha convertido casi en un cliché, un lugar común, y parece que ya no significa nada. La poesía es un arte, un medio expresivo, orientado al futuro. La frase la leo desde esta cosa profética y anticipatoria que para mí tiene el ejercicio poético. Tiene todo el sentido para mí pensar que la poesía es un arma cargada de futuro. La poesía es puro futuro. No es una recreación del pasado ni una forma de agarrar el presente. 

"No logramos llegar a fin de mes, refugiarnos del frío", escribe. ¿Cómo llega a fin de mes una poeta?

Pues con otro trabajo distinto a lo específicamente poético (ríe). Sólo se puede llegar a fin de mes escribiendo poesía si la poesía no es tu forma de llegar a fin de mes. La poesía, por suerte o por desgracia, siempre queda en la periferia del sistema literario y de la industria editorial. Si ya es difícil vivir en general de la cultura, un sector con tanta precariedad y trabajas, la poesía es algo que mueve muy poco dinero. Se mueve por prestigio y capital simbólico. Tienes que complementarlo con otro trabajo porque vivir de esto es imposible.

También reflexiona sobre la relación extraña y paradójica que tenemos con el tiempo. ¿Las pantallas lo han empeorado todo?

Tenemos una relación muy deformada, muy extraña, con el tiempo. La pandemia lo ha revelado bastante. Estas cosas que parece que pasaron ayer y al mismo tiempo parecen que pasaron hace una eternidad. Esta compresión del tiempo quizá ha roto con la linealidad y ya parece que el presente, el pasado y el futuro sean consecutivos, sino que todo está ahí en una especie de nube, de simultaneidad de tiempos. Nuestra relación con el tiempo es muy extraña y muy fantasmal. La idea del fantasma que atraviesa todo el libro tiene que ver con esto. Como el fantasma (se ve muy bien en las películas de terror) es siempre alguien que viene del pasado pero que está en el presente y transforma el futuro. Tiene una relación muy extrema y muy intensa con la temporalidad. Las pantallas nos obligan a vivir en una inmediatez y a simultanear los tiempos de una forma muy rara. También está esa obsesión en las redes sociales con los recuerdos, y por hacernos vivir una especie de nostalgia, y a la vez proyectamos posibilidades de futuro. 

Su libro está lleno de referencias esotéricas: brujas, espectros, fantasmas. ¿Qué le ve de atractivo?

Me interesa el fantasma como figura política y cómo nuestras formas de relacionarnos están llenas todo el tiempo de fantasmas y espectros del pasado que condicionan nuestro presente, y que limitan nuestros futuros posibles. Quería repensar el fantasma desde lo político. Me encanta explorar las posibilidades más esotéricas, más proféticas y más adivinatorias de la poesía. Me interesa mucho todo lo que la poesía tiene de irracional, de salir de la lógica convencional de las cosas, de escapar de los caminos habituales del pensamiento. 

Relaciona el amor con lo climático. De hecho, está escribiendo una tesis sobre eso. En su poemario hay granizo, gota fría, inundaciones, sequía. ¿Los fenómenos naturales podrían compararse con lo que uno siente cuando se enamora: primero un estallido, luego las cosas se enfrían y después se agrietan?

(Ríe). La cita de Ron Badgett que va al comienzo del poemario va por ahí, y reflexiona sobre cómo en literatura habitual para hablar del amor se suele recurrir al imaginario del clima y del tiempo atmosférico. Me interesaba hablar de un amor contaminante, que por ahí va la cita de Juan Luis Guerra, y de cómo interacciona el imaginario de lo climático con las grandes catástrofes naturales y con toda la devastación y lo extremo que hay en la experiencia amorosa. Quería relacionar estos caprichos de la naturaleza que destruyen el mundo tal y como lo conocemos con cómo se vive la experiencia amorosa. 

Habla de qué hacer después del final de las cosas, de esas pequeñas derrotas íntimas y personales. ¿La literatura puede ayudarnos a reponernos de ellas?

Totalmente. La poesía relativiza la relación entre las derrotas y los éxitos. Es un arte que trabaja siempre muy bien con la idea del error y del fracaso. El fracaso en la poesía puede ser también una forma de crear nuevas posibilidades a la hora de nombrar. Esos errores, esas grietas y esas fracturas en el poema luego se convierten en éxitos. O al contrario, cómo lo que entendemos como grandes historias colectivas e individuales se filtran en el poema. La poesía es una forma espléndida de sobreponernos a los fracasos porque redimensiona de alguna forma la idea del fracaso. 

Y más ahora en un momento donde se nos pide ser exitosos y triunfadores. No hay termino medio: o triunfas o fracasas.

Tenemos mucha conciencia de lo que es el fracaso y el éxito social. Y nos movemos en esos dos polos. Reivindico la poesía como arte del error y como arte de saber perder, de aprender a perder. La poesía tiene mucho que ver con eso: con cómo aprendemos a errar y a fracasar y hacer que eso que sea la línea de fuga más potente de los poemas.

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