'Good morning, Dreucol. Today is the end of the world. Enjoy the sun!'. Basta con dar una paseo por el centro de Málaga para conocer la obra de Dadi Dreucol. Desde Capuchinos a calle La Victoria, el artista ha llenado la ciudad de ingeniosos murales contra el turismo masivo, la especulación inmobiliaria y la gentrificación, "males comunes aquí y en muchas ciudades". El inevitable paso del tiempo y el "aleatorio" canon artístico también inspiran varios de sus "experimentos".

"Llevo unos meses dejando de lado la pintura mural porque estoy empezando a considerarla un arma poco eficaz. La gente la desactiva muy rápido: con un selfi. No se paran tanto a observar como yo querría", señala el misterioso creador, que no se deja fotografiar durante la entrevista porque prefiere mantenerse en el anonimato. Aviso a navegantes: el autor hará desaparecer muchos de sus murales del centro. Ha empezado esta semana con el de calle Muro de las Catalinas.

Nuevos formatos

El artista malagueño prefiere ahora centrarse en intervenciones más abstractas en el entorno que generen reflexiones interesantes al espectador. "Me han preguntado mucho si yo no vendo mi arte. Muchos tienen cierto reparo a la hora de poner un precio y vender. He planteado un tipo de obra que precisamente lo muestran de forma muy obscena", cuenta. Un ejemplo son los tranfers (transferencia de imagen) de dos suelos de la ciudad.

"Pinto el suelo, pongo un lienzo y traspasa el suelo al lienzo. Lo hice en la Malagueta, donde está el metro cuadrado más caro de Málaga (4.107 euros), y en la Palmilla, el más barato (700 euros). Los puse a la venta con esa diferencia abismal de precio. Simplemente estás exponiendo una realidad. La razón del precio es este. Es tan sinsentido como la tasación del arte y el suelo", explica. Rápidamente se vendió la obra de 700 euros; la otra no.

El creador anónimo pinta sus primeros grafitis con 12 años movido por la curiosidad y su pandilla de amigos. "Cuando eres un crío estás más interesado por lo creativo. El grafiti hizo que me interesase por el arte, aunque directamente no tiene mucho que ver. Lo considero un juego con sus propias reglas y estética", asevera. Ahora es el único vinculado al arte urbano junto a algún compañero más de generación.

Tras empezar la carrera de Bellas Artes y explorar más a fondo las posibilidades del arte urbano, Dreucol empieza su famosa serie con un hombre barbudo como protagonista. "Tenía que ver con el grafiti en el sentido de bombardear la ciudad, dejarse ver y ser identificable. Lo diseñé para contar historias por la ciudad. No era nada original. Eso me sirvió para aprender", explica. La desarrolló de 2012 a 2017.

La multa en 2015

La multa que se convirtió en obra de arte. E. E.

Con aquella serie gana visibilidad, entra en el circuito y le llaman de varias galerías, pero ese no parece ser su camino. Un día de verano de 2015, la Policía Local lo multa por pintar un mural en la calle. "No tenía ni idea de cómo pagarla y se me ocurrió hacer un dibujo sobre ella y venderla. Y resulta que tuvo éxito", recuerda. Alguien la compra por 252 euros, el precio la sanción, momentos después de publicar la historia en su perfil de Facebook.

A partir de ese momento le interesa mucho más lo que se genera a partir de algo así que el propio muro, la propia pintura sobre la pared. "Todo lo que hacemos es político. No me identifico con un tipo de arte explícitamente político o panfletario. Me gusta ser un poco más sutil. Las cosas son más complicadas de lo que parecen. No todo es blanco o negro", argumenta.

Artistas franquicia

En la última década se han muy famosos proyectos amables y coloristas como el del artista urbano Okuda San Miguel. "Viene al caso del artículo del artista paracaidista que publicó Rogelio López Cuenca a raíz del MAUS (iniciativa del Ayuntamiento para llenar el Soho con murales de Obey, D*Face, etc.). Pintas un gran mural en muy poco tiempo, a poder ser agradable, que no sea conflictivo con el entorno, cobras y te vas. Esto ya hoy es imparable. Se hacen murales gigantes patrocinados por marcas y ferias de arte, ayuntamientos de todo signo y color", afirma.

Un mural sobre las normas en calle Ollerías.

Sus mejores piezas, dice, están inspiradas en personas que conocen muy bien el entorno donde interviene. "Es extraño que un artista, por muy popular que sea, pinté un gran mural en una semana y sea algo valioso para la ciudad. Será valioso para el mercado y la política. Para el entorno no", critica.

El Puerto de Málaga

La charla en la plaza de Las Cofradías, uno de los pocos sitios del centro con bancos, acaba convirtiéndose en un debate sobre el futuro de la ciudad. Respecto al proyecto de la Torre del Puerto, Dreucol afirma que es "coherente con la línea que sigue este Gobierno, una línea absolutamente neoliberal sin complejos". "Ellos piensan que esa es la manera de potenciar a la ciudad económicamente. Mi posición es diametralmente opuesta", admite.

¿Cuáles son las señas de identidad de Málaga? "Da reparo decirlo por si se las cargan. Irte a las playas del Palo, al mercado de Huelín. El centro no es una seña de identidad de nada. Le quitas los turistas y se muere. Claro, nadie quiere que la gente se quede sin trabajo. No se trata de eliminar el turismo. Se trata de hacer un turismo sostenible", zanja. Una voz disidente, la de Dadi Dreucol, que queda plasmada en cada uno de sus murales y sus intervenciones.

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