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Las claves

A las ocho de la mañana, Luis se pone en marcha. Enciende su furgoneta e inicia su ya habitual ruta por los pueblos de la Axarquía.

Su primera parada es la casa de Carmen, una mujer que roza los 70 años y que espera para que le configure el ordenador que le regaló su nieto para poder estar en contacto con ella.

Un poco más adelante, visita una pequeña panadería de Periana, donde el dueño necesita instalar un nuevo TPV y configurar la facturación digital.

En cada parada, el reto es diferente: ordenadores, tablets, routers, cámaras de seguridad…

Hace tres años, Luis vivía en Málaga capital y trabajaba como técnico informático en una empresa de servicios. Sus jornadas no bajaban de las diez horas y la urgencia era la nota dominante.

"Me gustaba lo que hacía, pero sentía que en mi vida no había freno", recuerda.

La pandemia y el teletrabajo abrieron la puerta a replanteárselo todo. Con 35 años, decidió marcharse al pueblo de sus abuelos, Comares, y probar suerte por su cuenta.

Al principio, pensaba que nadie necesitaría un informático allí. Pero se equivocaba. Entre autónomos rurales, pequeños negocios, centros educativos y vecinos con dispositivos prestados o recién instalados, las llamadas comenzaron a multiplicarse.

La Axarquía, como muchas comarcas del interior andaluz, vive una transformación silenciosa.

El despliegue de fibra óptica, los nuevos programas de digitalización de pymes rurales y el aumento de trabajadores que se instalan fuera de las ciudades han creado una demanda constante de soporte técnico.

Una realidad que queda corroborada por los datos del Ministerio para la Transición Digital, que indican que la cifra de autónomos en servicios tecnológicos en municipios de menos de 10.000 habitantes ha crecido un 23% desde 2020.

"Ya no hay pueblo sin wifi ni negocio sin TPV", resume Luis.

Puerta a puerta

Juan Luis se mueve entre Periana, Riogordo, Colmenar y Alcaucín, con su furgoneta cargada de piezas, cables y herramientas. Atiende a bares, talleres, academias y vecinos que han aprendido a depender del correo electrónico o la administración electrónica.

"No hay semana sin que me pidan configurar una factura digital o rescatar un portátil lleno de polvo", bromea. Sus clientes lo recomiendan: "Aquí todo va de confianza. Si te portas bien con uno, te llaman cinco más".

El cambio no ha sido solo laboral. Vive en una casa modesta con vistas al campo. "Trabajo igual de duro, pero tengo tiempo para salir a andar y no mirar el reloj", dice.

No echa de menos los semáforos ni el alquiler desorbitado de la ciudad.

Eso sí, admite que ser autónomo no es fácil: "La burocracia es igual en el campo que en Málaga, y los meses flojos se notan". Pero no se arrepiente.