Mientras la Virgen de la Trinidad enfilaba la vuelta a su barrio, y a la calle que le da nombre, a poco más de dos kilómetros se producía un nuevo tiroteo en Málaga en esa madrugada del 26 de octubre.
Se ha vuelto rutinario, casi tanto como una procesión extraordinaria en octubre. En la tarde del domingo dos señoras se pusieron al día camino de la Rosaleda comentando el suceso con mucha naturalidad precisamente en las calles aledañas a la parroquia de San Pablo.
La una le indicaba a la otra si se había enterado de lo que había ocurrido en el “26”. Le informó que las detonaciones no fueron de armas cortas y que habían utilizado algún tipo de arma larga.
Conversaciones que suenan de otras latitudes, pero que se dan cada vez más frecuentemente aquí porque el narcotráfico está mutando a un perfil cada vez más violento. Esas mujeres no eran la primera vez que hablaban de estos temas, ni será la última. Cosas de su día a día.
La calle Francisco Carter fue el lugar donde se produjeron los disparos. Tampoco es casualidad que la vivienda más barata que se venda en Málaga está ahí mismo, 33.000 euros con 2 habitaciones. Lo negativo es que por desgracia vivirías al lado de un tipo que debe bastante dinero de droga.
La barriada donde se encuentra esa calle es el 26 de febrero dentro del distrito Palma-Palmilla, el décimo barrio con menor renta de España según la actualización del INE.
Las balas se dirigieron contra unas ventanas concretas de uno de los bloques de edificios de esa vía, un gesto intimidante y de advertencia.
Por los casquillos recogidos, todo indica que quien disparó utilizó un fusil de asalto y que la mujer de la Trinidad estaba bien informada. El uso de armamento militar no es nuevo y ya se llevó la vida de un inocente como Mateo Vallecillos en 2020. Aquello sucedió en la calle Ebro, a menos de 600 metros de la última balacera.
Estos tiroteos con tintes mafiosos, en el que se dispara contra viviendas o establecimientos, es muy habitual en Nápoles donde se creó un neologismo para definidlos como “stesa”.
La forma de actuar es siempre similar; el atacante circula en moto y con arma corta, subfusil o fusil de asalto dispara contra su objetivo y en poco más de 25 segundos el mensaje está entregado. O se paga, o esa bala acabará en la cabeza del acreedor.
En Málaga, esto empieza a ser menos noticia y es un mal síntoma porque se descubre que los clanes de narcotraficantes históricos de la ciudad ya no sólo trafican con drogas, ahora si quieren pueden equiparse con subfusiles o fusiles de asalto y no lo dudan.
El territorio donde venden el estupefaciente se defiende ahora de esta forma, alguien subió el listón, y no lo han bajado. Y eso trae problemas, muchos.
En Huelva el año pasado en la barriada del Torrejón se lanzaron granadas de mano de forma amenazante entre clanes dedicados al narcotráfico, algo que ya no es descartable que suceda en otros lugares de España porque se habla de barriadas deprimidas con problemas similares creados por las mismas organizaciones criminales que allí residen.
Esto mismo que se volvió a vivir en la Palmilla, se ha venido repitiendo en otros puntos como en las 3000 viviendas de Sevilla o los Pajaritos.
Las organizaciones criminales históricas andaluzas han sido normalmente más discretas que las internacionales que vemos en la Costa del Sol, pero todo lo malo se pega.
La tendencia no es buena, y hace falta limitar ese tráfico de armas en el que una pequeña organización criminal con puntos de venta de droga concretos puede llegar a adquirir armamento que hace 10 años era impensable. Trabajo policial, judicial y social queda para que esto no vaya a mayores.
