Isabel M. Ruiz Juan A. Romera Fadón

Cuando se pasea por las calles de la barriada malagueña de Palma-Palmilla se respira vida, la vida de un barrio condenado a la exclusión social. Decenas de vecinos charlan a media mañana en cualquier esquina, mientras otros tantos jóvenes, e incluso niños, pasean por las calles. Ellos son el reflejo más fiel de los lastres que pesan sobre un barrio con niveles extremos de desempleo y desigualdad pero, ante todo, un barrio “normal de gente currante que quiere salir adelante”, repiten una y otra vez.

Los vecinos cuentan que su día a día es igual a la rutina de cualquier otro malagueño que viva fuera de este distrito, aunque su normalidad se rompe con demasiada frecuencia con el sonido de disparos o de trifulcas callejeras.

La última vez que ocurrió fue este pasado sábado de madrugada. Los vecinos del bulevar Mari Ángeles Arroyo comenzaron a oír decenas de detonaciones, un sonido que activa automáticamente en ellos la reacción de tirarse al suelo ante el recuerdo de lo ocurrido en 2020, cuando un hombre de 74 años falleció al recibir el impacto de una bala perdida mientras se encontraba en la ventana de su casa. “Es muy triste que tengan interiorizado ese miedo”, relatan.

Los disparos escuchados esa madrugada no dejaron heridos, pero sí su huella en varias fachadas del bulevar. En el suelo, los agentes de la Policía Nacional encontraron hasta 60 casquillos de ametralladora, según confirman varias fuentes.

La problemática de las armas en Palma-Palmilla no es extendida, se limita a “unos pocos” que “hacen mucho ruido” y que tienen cada vez material más sofisticado.

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"Son armas de más calibre"

De hecho, en los últimos años se viene hablando del uso de armas de gran calibre, “de armas de guerra, que logran atravesar paredes”, exponen. La bala que acabó en 2020 con la vida de un vecino provenía de un Kalashnikov.

Este es uno de los principales problemas a los que se refiere Alfonso P. (nombre ficticio para proteger su identidad), inmerso actualmente en proyectos de integración social dentro del propio barrio. En conversación con este periódico, explica que los conflictos que se han producido en los últimos meses tienen su origen en peleas internas entre clanes

Sin embargo, la tensión existente entre esas familias no solo ha desembocado en un uso de la violencia de forma más reiterada, sino que también se ha visto reflejada en la "escalada del calibre" del armamento empleado: "Cuando hace cinco o seis años había reyertas, eran pistolas; ahora parece ser que estamos hablando de armas de asalto", subraya.

De hecho, rememora el suceso vivido hace cuatro años, cuando en la vivienda de una mujer residente en Fuenteolletas entró un proyectil disparado desde el barrio de la Palmilla: "Eso no sucede con una pistola pequeña", apunta Alfonso.

¿Qué es lo que ocurre en una parte del distrito cinco de Málaga? ¿Dejación de funciones? ¿Falta de recursos para combatir este problema? Aunque no hay una respuesta única, este trabajador apunta a la necesidad de un "cambio en la estrategia": "Los policías hacen lo que les mandan. Aquí hay armas ilegalizadas que no deben estar. No tantas, pero sí que hay un grupo que las tiene y las está usando", insiste. 

Un vecino se asoma a la ventana de su casa en La Palmilla.

Nueva reunión

Esto da cuenta de la magnitud del problema y del enfado que con cada incidente se acrecienta en los vecinos de la barriada, que no cesan en pedir “una actuación efectiva para erradicar las armas de fuego”. “Hay miedo y mucho cabreo porque necesitamos una acción suficientemente contundente para acabar con este problema”, apuntan.

Para ello, han solicitado a la Subdelegación del Gobierno una reunión para tratar de ver cómo puede ser esa intervención policial, que a su juicio debería ir más allá de meros controles de armas e ir al fondo del asunto: “Sacar las armas del barrio”. “No entendemos cómo es posible que no haya ocurrido ya”, apuntan.

Estas críticas no van dirigidas hacia los agentes de la Policía Nacional, a los que patrullan o investigan lo ocurrido, sino a “sus mandos” y a aquellos que “tienen responsabilidades institucionales en que esos mandos hagan su labor”. A juicio de los vecinos, el problema no es tanto la dejadez, sino que el sistema de actuación establecido “no funciona”, como demuestra cada nuevo tiroteo.

Hay quienes creen que uno de los lastres para atajar este problema es que “nadie denuncia, nadie dice nada” ni existe “una víctima como tal cuando se producen incidentes como los del pasado fin de semana. Eso, sumado a que en los últimos operativos que se han realizado en la barriada no se ha logrado encontrar ningún arma de fuego. “No está claro qué sucede”, apuntan.

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Otros, sin embargo, ya ven al barrio “perdido” y tienen claro que las administraciones no van a poner sobre la mesa los recursos necesarios para atajar el problema de las armas. “Ningún político va a solicitar a ningún juez las autorizaciones necesarias para hacer lo que hay que hacer. No están dispuestos a pagar el precio necesario para limpiar el barrio”, ni siquiera para reconocer lo que sucede porque, según alegan, “peor es decirlo públicamente provocando nuevamente un efecto llamada”.

La calma inquieta

Mientras tanto, la vida del barrio continúa. Una vecina cuenta que amanecer con noticias sobre un tiroteo “es ya algo común”, que hay peleas asiduamente y coches de la policía patrullando sin cesar. “Cuando pasa, hay veces que se comenta por las esquinas y otras que se intenta tapar”, asegura. “Hay gente que lo vive con miedo. Yo trabajo con personas mayores y siempre vengo con el uniforme y me respetan, nunca me ha pasado nada, pero tengo miedo de venir con ropa normal”.

Algunos vecinos destacan el carácter minoritario de estos acontecimientos, aunque no por ello dejan de generar una sensación de inseguridad que se mantiene en las conversaciones del día a día. Carmen (nuevamente se ha cambiado el nombre para preservar la privacidad) cuenta que su comercio está cerrando antes de la hora prevista ante el riesgo de que los sucesos se repitan por la noche: "Hace nueve meses que llegué al barrio y es el cuarto tiroteo que vivo", expone.

El sentimiento de enfado y enojo se repite entre algunas de las personas que van a comprar a su establecimiento; el mismo local que sirvió para que sus padres (y otros clientes) se resguardaran en medio de uno de los recientes altercados: "Cuando hay movimientos raros nos avisan y cerramos. Tengo entendido que son problemas internos, porque la relación con la mayoría de personas de la zona es muy buena. Aquí hay más tranquilidad que en mi país", asegura.

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