Hace ya cinco años que Luz y Mariana esperan una misma llamada, la de sus abogados para anunciarles la fecha de un juicio. Pero el calvario de estas dos madres y, sobre todo, de sus dos hijos, empezó mucho antes, entre las paredes del Colegio Sagrado Corazón de Jesús de Antequera durante las largas noches en compañía de un monitor que, presuntamente, abusó de ellos cuando tenían cuatro y ocho años.

Las suyas son dos de las cinco historias que salieron a la luz en 2018 después de que uno de los menores que acudía interno al centro de los Salesianos denunciara públicamente los supuestos abusos que también él sufrió por parte del mismo acusado.

En total, son cinco las denuncias que forman parte de un caso que todavía está en proceso de instrucción y cuyos plazos están acabando con la paciencia de las familias y negándole a unos menores que ahora luchan cada día por enderezar sus vidas la oportunidad de pasar página.

Los testimonios de estas dos madres siguen un patrón similar. El hijo de Luz tenía cuatro años cuando ingresó en esta escuela privada y sufrió abusos hasta los nueve, según el relato de la familia. A los seis, comenzó a notar un comportamiento extraño y a los siete, a manifestar que quería quitarse la vida. “Cuando llegaba el domingo y empezábamos a preparar las cosas para entrar al centro el lunes, decía que no quería”, narra a EL ESPAÑOL de Málaga.

Su primera reacción fue acudir al colegio para tratar la situación. “Decían que eso pasaba porque lo tenía consentido, porque era hijo único y cuando sacaba sobresalientes le hacía regalos”, cuenta.

El sentimiento de culpabilidad, incrementado porque su trabajo no le permitía estar con él más allá de los fines de semana, la llevó a acudir a un psicólogo, pero no fue hasta que un compañero del centro denunció una violación por parte del monitor que se encargaba de los menores por la noche cuando saltaron todas las alarmas.

“En ese momento empecé a conectar todo lo que llevaba meses sucediendo. Saqué a mi hijo de inmediato de allí y lo llevé al Materno. Le hicieron unas pruebas y me dijeron que tenía que denunciar”, afirma.

Esa primera demanda fue también el detonante en el caso de Mariana. Como Luz, empezó a notar una actitud extraña en su hijo, que por entonces tenía 8 años. “Comenzó con juegos extraños, se acercaba y me tocaba las partes íntimas. A eso le sucedió una etapa en la que solo manifestaba que no quería ir al colegio, no quería dormir allí, que quería morir”, explica. Cuando saltó la noticia, le preguntó al menor si era eso mismo lo que le pasaba y le dijo que sí.

Sara, educadora social y psicóloga que ha trabajado junto al hijo de Mariana, confirma que el comportamiento es una de las primeras señales de alarma. En ese caso concreto, ella comenzó a percibir en una terapia que no tenía relación con el caso de los abusos mucha desconfianza del menor en los adultos en general, problemas con el contacto físico y con los temas sexuales.

“Mostrada desacuerdo al abordar esos asuntos y se ponía agresivo. De no hablar de sexualidad pasaba a hablar de términos como violaciones, cosas que no venían a cuento”, recuerda.



Ambas progenitoras narran ataques de ansiedad, de pánico y de ira y muchos silencios. “Él no decía nada, estaba enfurecido con la vida y nosotros no sabíamos qué pasaba, solo que había cosas que no eran normales. Que lo medicaban por las noches para que descansara y se quedaba dormido durante las clases… Pero el colegio lo negaba todo”, asegura Mariana.

Nunca llegaron a imaginar lo que en realidad estaba sucediendo. “Mi hijo estaba amenazado, no podía decir nada. Me he tirado cuatro años sentada a los pies de su cama por ataques de pánico y ansiedad. Me decía que si me contaba lo que pasaba, el monitor vendría a matarme porque sabía dónde vivíamos. Tenía ya un problema de salud mental importante”, explica.

La coacción que presuntamente ejerció el acusado se repite en los relatos de los dos menores, que comenzaron por reconocer el maltrato físico. “Decía que les pegaba mucho, que un día le metió un pan en la boca hasta casi asfixiarlo”, ejemplifica Mariana.

Según la educadora social, es habitual que los niños que han pasado por experiencias así tiendan “a anular el episodio”: “Quieren ocultarlo, borrarlo y cuando empiezan a sacar lo que llevan dentro aparece una actitud de boicotearse. No son capaces de liberarlo, lo tienen bloqueado. Son conscientes, pero quieren pasar página sin encararlo”.

De hecho, en el caso de Luz, no fue hasta casi un año más tarde de conocer el caso del primer menor e interponer la denuncia tras los consejos de los servicios médicos cuando el menor comenzó a hablar. “Después de muchos meses de silencio, una noche me llamó y me dijo: ‘Te voy a contar lo que me ha hecho’”, asegura.

La crudeza del relato pudo con ella. “No me encontré preparada para recibir más información”, afirma, aunque con el paso de los días se afanó en recabar todas las pruebas posibles y verificar que los lugares de los que el menor hablaba eran tal cual describía. “Fue horroroso”, resume Luz.

Cuando las familias interpusieron las denuncias, cuentan las partes, el monitor fue encarcelado y posteriormente puesto en libertad sin medidas bajo una fianza de 12 mil euros.

“Sabemos que va a firmar dos veces al mes y que sigue trabajando con niños, porque puede hacerlo al no tener una sentencia”, asegura Luz, que denuncia que el acoso a su hijo no acabó en 2018 cuando lo sacó del centro sino que continúa a día de hoy.

Según cuenta, el acusado pasea habitualmente por los aledaños de su negocio, en uno de los principales puntos turísticos de la provincia de Málaga. El próximo día 11 mayo acudirá de nuevo a la justicia para solicitar una orden de alejamiento, pero la fecha del juicio sigue en el aire.

Esperando el juicio

“¿Qué más tiene que pasar para que la justicia haga algo? Queremos una explicación. Viene a perseguir a mi hijo. Tenemos todas las pruebas. Son cinco años y no entendemos nada”, afirma en un grito de auxilio.

No hay soporte de protección como cuando una mujer denuncia un caso de maltrato y se impone una orden de alejamiento”, denuncia también Mariana, aunque ellos no han vuelto a tener contacto con el acusado ya que actualmente residen lejos de Antequera.

Eso, sin embargo, no la exime de denunciar que el proceso en los tribunales “ha sido muy lento”. “Pensaba que sería rápido por la cantidad de menores implicados y la relevancia del asunto, pero entiendo que no hay interés en que salga a la luz por la institución que hay detrás [los Salesianos]”, aduce.

Javier Rincón es el abogado que la asesora. Según explica, el caso se encuentra en instrucción y recientemente por parte del juez decano se hicieron gestiones para adelantarlo, pero hay valoraciones de los menores que están retrasando el procedimiento.

“Estamos a la espera del auto de sumario, de fecha de juicio. Faltan bastantes cuestiones”, afirma. Desde su punto de vista, el hecho de que haya tantos menores implicados lo complica todo. Eso, unido a la falta de recursos en la justicia.

“Está todo blanco sobre negro, solo falta un empujón”, afirma. Cuando llegue el momento, el abogado adelanta que pedirá una condena por agresión sexual sobre menores agravada por el abuso de superioridad.

Fuentes de justicia confirman a este medio que el asunto sigue una tramitación normal, pero se está gestionando con mucho celo por la especial sensibilidad que presenta. Según esta versión oficial, quedan todavía pendientes de recursos de las propias familias y algunas pruebas que están dilatando el proceso.

Vidas rotas

Cinco años después, los menores no han podido recuperar sus vidas y la espera del juicio aumenta aún más su calvario.

El hijo de Luz está desde hace seis meses internado en un centro hospitalario privado. “Va avanzando, ya sale los fines de semana, pero está atendido las 24 horas por psicólogos, psiquiatras y enfermeros”, cuenta su madre.

El hijo de Mariana tiene ahora 15 años y está estudiando 3º de la ESO en Antequera “con muchas dificultades”. “Le cuesta mucho, ir al colegio es un trauma, no tiene ningún interés. Llevamos cinco años terribles y no habla todavía mucho del tema. Ahora está bien, pero no lleva la vida de un adolescente normal y sigue en terapia”, asegura.

Sara explica que los menores con experiencias de abusos sexuales tienden a tener problemas en el ámbito escolar, en la gestión de la ira, en la confianza con los adultos: “Han sido educados con violencia y por eso en el trato social a iguales suelen tener conductas agresivas. En el ámbito escolar es común la inadaptación escolar porque el abuso se ha dado en ese marco. Las relaciones con adultos con mucho más complicadas porque les recuerdan al abusador y se reactiva el trauma”.

Sin embargo, esta educadora social considera que es posible encauzar sus vidas. “Pueden vivir con secuelas, porque éstas van a estar durante toda su vida. Se ha violentado su desarrollo educativo y por mucho apoyo y resiliencia que tengan, lo que ha pasado ha pasado y eso mella”.



Para ella es relevante que llegue cuanto antes el fin del proceso judicial. “Estos chavales no pueden entender por qué la persona que le ha hecho eso sigue en la calle mientras ellos siguen luchando para reconstruir sus vidas”, asegura.

Mariana tiene claro también que puede ser un punto y aparte. “Es importante que los chicos lleguen al juicio y se den cuenta de que la justicia está de su parte, que pagan por todo lo que han sufrido y que ellos no tuvieron culpa de nada”, cuenta.