“¡El Perchel no se vende! ¡El Perchel no se vende!”. Ese es el grito de guerra que los vecinos del tradicional barrio malagueño han abanderado en las últimas semanas. Después de que saliera a la luz la operación inmobiliaria más grande que se recuerda en la zona, todas las miradas se han dirigido hacia un lugar en el que su historia se conserva en poco más que su nombre. Una tierra en la que El ventero de Miguel de Cervantes había ejercitado la ligereza de sus pies y sutileza de sus manos

El arquitecto especializado en patrimonio, Enrique Bravo, explica que las circunstancias que se están viviendo en este antiguo arrabal de pescadores tienen cierto paralelismo con lo que ha ocurrido en el Centro. Una almendra urbana que, además de la rehabilitación y peatonalización viaria, ha sufrido la sustitución de su tejido habitacional: “Se han cambiado viviendas por apartahoteles, por lo que la gente ya no vive ni se relaciona allí y no se identifica con ese lugar”.

Una vez que desaparece ese arraigo, se produce la desconexión. Por eso, en otros espacios como la Trinidad o la Victoria, esa ruptura antropológica no se ha consolidado de tal manera: “Se ha mantenido de alguna forma, similar a lo que pasa en Triana”. La cuestión urbanística, encargada de vertebrar el entorno con sus usos, plantea un debate fundamental: “No se trata solo de defender las fachadas, sino su contenido”. Bravo destaca que es aquí donde “lo tipológico” entra en juego: “Con esta transformación, las estructuras vecinales que existían desaparecen, y con ellas, las relaciones entre estos grupos”. 

Una situación que se aprecia en las “nuevas edificaciones” de la parte de atrás de Santo Domingo. A la espalda de la parroquia perchelera se han reinterpretado los edificios clásicos existentes durante décadas: casa con patio comunitario, galerías corridas, patio comunitario… Una evolución que no ha venido acompañada de una respuesta sociológica acorde. ¿El motivo? “Hay que destacar el alojamiento de familias nuevas, por lo que el modelo de vida anterior se pierde. Pero la clave está en los bajos de estos nuevos inmuebles; se han construido viviendas en la planta baja, cuando históricamente esos lugares han albergado negocios y artesanía”.

Así, toda la vida comercial que se producía en la calle ha desaparecido. Enrique Bravo cuenta que la fuente más cercana que conoce procede de su propia familia: “Mi abuela nació en la antigua plaza de San Pedro, en el epicentro de un barrio del que apenas queda calle Ancha del Carmen. La gente desarrollaba su vida acorde a una proximidad con los establecimientos más cercanos. Por ejemplo, era muy común encontrar pisos que estaban en la planta de arriba del negocio familiar. Esa conexión de trabajo y casa ya no se da”, puntualiza. 

En cambio, sí que se ha mantenido en Lagunillas o la Trinidad: allí sigue existiendo esa base identitaria alrededor de bares, floristerías, alfareros o mercerías que mantienen vivo el arraigo a unas calles y unos edificios que los vecinos sienten como propios. Bravo subraya que se trata de un ejemplo en el que el urbanismo ha mantenido su lectura tipológica, sosteniendo la sinergia entre los espacios públicos y privados. La situación en El Perchel es diferente.

"La situación de El Perchel es distinta a otros barrios"

Se trata de un espacio que, aunque mantenga en el imaginario colectivo cierto romanticismo, pocos elementos conserva de aquellas imágenes en blanco y negro de principios del siglo pasado: “Lo que conocemos es lo más barrio que hay, pero a la vez es una ficción porque no tiene nada que ver”. Los edificios adquiridos por la promotora madrileña se corresponden con las “primeras edificaciones en altura” que se hacen, pero conviven a su vez con casas históricas: “Lo podemos ver en la propia configuración de los bloques; se mantienen los anchos viarios y en las plantas bajas había talleres, comercios… Ahora no, están todos tapiados. De una manera pretendida, han esperado a que expiren las rentas antiguas”. Con todo este proceso, se ha abierto la puerta a la deshabitación de la calle, ya que su urbanismo está diseñado para la actividad, el comercio… “Para la vida”, añade.

Esta degradación urbanística genera una situación inhóspita: “La gentrificación ha actuado quitando el tejido residencial en favor de unos turistas que no tienen ningún arraigo en la zona. Al final no resulta agradable pasar por Malpica o Montalbán por el estado en el que se encuentran, optando por otras vías. Eso conlleva el abandono de una parte de la ciudad”. Pese a que los inmuebles puestos en el centro mediático son construcciones relativamente modernas, incide en que El Perchel arrastra consigo la forma de vivir de muchas personas: “Hay gente que lleva allí 50 años. ¿Cómo le vas a decir que eso no es barrio? El urbanismo no se tiene que proteger en fachadas, sino en contenido”, expone. 

Las cofradías, ancla identitaria

El estado de salud de los distintos enclaves ciudadanos reside en factores culturales, económicos, comerciales, y también devocionales, porque “lo espiritual es lo último que se pierde”. Apunta a la facilidad con la que se pueden encontrar alusiones a la Virgen del Rocío en Lagunillas: “Es la resistencia, y eso genera identidad”.  

Jesús de la Misericordia, antes de la llegar a la iglesia del Carmen. @cfdmisericordia

En El Perchel, la parroquia del Carmen sigue actuando como eje vertebrador de realidades dispares que convergen en la histórica iglesia malagueña. Prueba de ello es el sentimiento casi cantonalista que las dos corporaciones de la feligresía manifiestan en sus días grandes. La Misericordia, El Chiquito, y la Virgen del Carmen son dos iconos devocionales que hoy siguen encendiendo una llama de proximidad con el entorno inexistente en otras hermandades. Más allá de los actos navideños o de carácter benéfico, en los que las vías colindantes con calle Ancha cobran protagonismo, estas dos cofradías llevan muchos años apostando por el barrio en dos momentos señalados: el rosario del Gran Poder, y el rosario de los difuntos.

Ambas procesiones marianas utilizan las inmediaciones de plaza de Toros Vieja, Nobleja o Peregrino para volver a reencontrarse con aquellas paredes que un día sirvieron de cobijo. Parte de estas reflexiones ya fueron recogidas por el manifiesto que un grupo de cofrades publicaron en 2018 en defensa del antiguo recorrido oficial. En aquel documento, Enrique Bravo, junto a otras personas, explicaban que para valorar con rigor el fenómeno histórico, urbano, arquitectónico y antropológico del trazado común, había que identificar una serie de valores patrimoniales que son la razón de ser este fenómeno inmaterial.  

Así, afirmaba que el discurrir de las procesiones por un trazado de casi un siglo de vigencia demostraba el arraigo de una celebración cofrade en la ciudad: “La continua celebración de la paraliturgia católica por las principales calles conlleva un ejercicio de sacralización del espacio urbano que contamina la trama de la ciudad histórica, verificando el valor religioso de la fiesta”. La trascendencia y el alcance que esta manifestación ha tenido a lo largo de los siglos, con hincapié en su modelo y configuración, lo convierte en un valioso ejemplo que remite a la memoria colectiva de Málaga y ayuda a la comprensión de la sociedad pasada, recalcando así su indiscutible valor antropológico. Algo similar a lo que ocurre en el caso de la reclamación ciudadana.

Pero una vez que la cera se ha derretido del pavimento y los reposteros vuelven a dejar paso a los desconchones de la pared, la decadencia asola en el barrio. Percheles sin peces y rúas sin adoquines. En unos meses, quizá sin vecinos. 

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