Los grandes desafíos de nuestros tiempos conforman un panorama incierto para el sector del automóvil. Esta industria ha sido uno de los buques insignia de nuestro desarrollo.
España fue el segundo mayor fabricante de vehículos europeo y el noveno a nivel mundial en 2024. La industria de automoción representa cerca del 10% del PIB español y del 18% del total de las exportaciones.
Proporciona cerca de 2 millones de puestos de trabajo, tanto directos como indirectos, y en su conjunto invierte una media de 4.000 millones de euros al año en ampliación y modernización de plantas. En los últimos 5 años, España fue el primer destino en Europa para inversión en nuevos proyectos de multinacionales de automoción.
Además de por sus costes competitivos, por contar con profesionales con alta cualificación, por disponer de la cadena completa de suministro y por la elevada inversión en I+D+i. Todo ello se plasma en un superávit de los intercambios con el exterior. Este ascendió a 16.000 millones en 2024. El 89% de los vehículos y más del 60% de los componentes fabricados en España se exportaron en 2023 a todo el mundo.
La guerra comercial, sin embargo, supone un duro golpe para el sector. En el primer trimestre de 2025 entró en vigor un arancel del 25 % sobre todos los vehículos importados a Estados Unidos, en aplicación a la política arancelaria del presidente Trump.
Este arancel también se aplica a componentes del automóvil, como motores, transmisiones, baterías y neumáticos. Si se consideran las reducidas exportaciones de vehículos a Estados Unidos, el impacto es limitado, pero sí afecta de forma indirecta al sector de componentes, que tiene una fuerte presencia exportadora y sufre las consecuencias por el encarecimiento de las piezas en otros mercados. Tras la reciente negociación entre EEUU y la UE, del pasado 27 de julio, se han reducido los aranceles a un 15 % sobre bienes europeos, incluidos los automóviles, aplicados a partir del 1 de agosto.
Todo ello, unido a la caída de la demanda en Europa por su débil crecimiento, y a la fuerte competencia del mercado chino, ha hecho que este año el sector fabricante de vehículos español reduzca su aportación exterior -se exportan muchos menos vehículos (un 10,6% menos) y se importan muchos más (un 8,8% más)-.
El saldo comercial de la primera mitad de 2025 ha sido positivo (5.683 millones de euros), pero representa una caída del 38,6% respecto al mismo periodo del año anterior.
Por su parte, el saldo comercial del sector de los componentes en la primera mitad de este año es negativo (-2.533 millones de euros, de modo que, sumando vehículos y componentes, la automoción española aportó a la balanza comercial 3.150 millones de euros, un 47,7% menos que en el mismo periodo del año anterior.
Además de la ola proteccionista, la industria del automóvil se enfrenta a otros grandes desafíos. En primer lugar, la transformación digital del sector implica una inversión permanente en I+D+i para adaptarse a las nuevas tecnologías, a la robotización y a la inteligencia artificial.
La industria 4.0 del automóvil abarca desde la e-movilidad a la conducción autónoma, y a la forma de diseñar, producir e interactuar con los vehículos, combinando sostenibilidad, seguridad, confort y conectividad.
En segundo lugar, la transformación del sector hacia la movilidad eléctrica y sostenible, adaptándose tanto a las nuevas regulaciones ambientales como a los cambios en el comportamiento y las preferencias de los consumidores, es estratégica para la economía española. Asistimos a una disminución de los vehículos de combustión (de gasolina y diésel), cuya venta ha prohibido la UE a partir de 2035 para alcanzar el objetivo de neutralidad climática en 2050, y al propio tiempo, a un cambio hacia vehículos híbridos y eléctricos.
La competencia global, fundamentalmente de la industria china, es otro gran reto, agudizado por el momento de guerra comercial. El gigante asiático lidera todos los rankings: este año prevé vender 32,3 millones de vehículos, un 3% más frente a 2024, de los que 15,5 millones serán modelos electrificados, lo que supone un crecimiento anual del 20%.
Todo ello en su apuesta por la investigación, la innovación y los nuevos avances tecnológicos para mejorar el sistema de reciclaje y utilización de baterías de vehículos eléctricos, así como el reciclaje de recursos minerales clave. La apuesta de China, aunque pretende también mejorar su consumo interno, es seguir aumentando las exportaciones de vehículos.
O localizar producción en Europa, algo que entraña riesgos --la presencia de constructores chinos podría desplazar las industrias ya instaladas— pero también oportunidades para nuestra economía.
La industria del automóvil española tiene la oportunidad de convertirse en el socio local que necesitan las empresas chinas, colaborando en la cadena de suministro para producir vehículos adecuados al mercado europeo, facilitándoles sortear las tasas de importación y cooperando en la relación con las instituciones financieras para apoyar el acceso a financiación.
En suma, la industria del automóvil ha alcanzado elevadas cotas de competitividad gracias a un posicionamiento favorable en términos de costes laborales y energéticos, y a la presencia de un potente sector de componentes.
Hoy por hoy, no basta con estas ventajas, ya que el devenir depende en buena medida de fortalecer la industria de fabricación de baterías y de acompañar con una infraestructura adecuada que respalde la adopción masiva de tecnologías (particularmente, estaciones de carga para vehículos eléctricos y mejora de las redes de comunicación).
Y muy especialmente, depende de la capacidad de ajuste a los cambios tecnológicos y regulatorios, con la prohibición de la venta de vehículos de combustión a partir de 2035, en un mapa geopolítico en plena mutación.
*** Mónica Melle Hernández es profesora de Economía de la UCM.
