La bolsa estadounidense ha experimentado una notable revalorización en los últimos años. Hoy los inversores nos preguntamos si este avance está justificado o si, por el contrario, las acciones están sobrevaloradas. Un indicador clave para evaluar esta cuestión es el PER, o ratio precio-beneficio, que mide cuánto están dispuestos a pagar los inversores por cada dólar de beneficio generado por las empresas.
Actualmente, el PER del índice S&P 500 se sitúa en torno a un 28% por encima de su media histórica y en el percentil 87 de su distribución histórica. Es decir, rara vez las acciones norteamericanas han cotizado a niveles tan elevados en relación con sus beneficios.
Parte de esta situación puede atribuirse a la creciente concentración del índice en grandes compañías tecnológicas y de crecimiento growth—como Meta, Microsoft o Nvidia—, que tienden a negociar a múltiplos más altos por sus expectativas de expansión futura.
No obstante, estas valoraciones exigentes no se limitan a ese segmento, se han extendido de forma generalizada a otros sectores, reflejando una preferencia sostenida de los inversores por el mercado estadounidense.
Todo ello ocurre, además, en un contexto de elevada incertidumbre económica y geopolítica, con epicentro en EEUU y posibles efectos adversos sobre el crecimiento global. Este entorno refuerza las dudas sobre la sostenibilidad de los niveles actuales.
Como advertía John Maynard Keynes, “el mercado puede permanecer irracional más tiempo del que tú puedes mantenerte solvente”
La evidencia histórica muestra una relación inversa entre el nivel del PER y el retorno futuro de la renta variable: a mayor PER, menor suele ser el rendimiento en los diez años siguientes. Una simple regresión estadística, con datos desde el año 2000, arroja un coeficiente de determinación del 70%.
Aplicado a la coyuntura actual, este modelo sugiere una rentabilidad media anual cercana a cero* para la próxima década, muy lejos del 11% registrado en los últimos diez años.
Ahora bien, en horizontes temporales más cortos, esta relación pierde fuerza. Una valoración elevada no implica necesariamente caídas inminentes. Como advertía John Maynard Keynes, “el mercado puede permanecer irracional, más tiempo del que tú puedes mantenerte solvente”.
En ausencia de un catalizador claro que altere la percepción de los inversores, es poco probable que los múltiplos actuales frenen por sí solos la dinámica alcista. Si limitan, en cambio, el potencial de revalorización a medio y largo plazo.
Este argumento sería menos concluyente si realmente estuviéramos ante un cambio estructural en las valoraciones del mercado estadounidense. Si la media histórica del PER ha dejado de ser una referencia válida, una reversión a la misma sería menos esperable.
La bolsa americana ha sido, y probablemente seguirá siendo, un pilar clave de las carteras globales
Esto tendría sentido si se asumiera una mejora estructural y sostenible en la capacidad de generación de beneficios de las empresas norteamericanas.
En efecto, el S&P 500 ha evolucionado hacia una mayor ponderación de sectores tecnológicos y de servicios, históricamente más rentables que los industriales o financieros tradicionales. El consenso de analistas prevé que el retorno sobre el capital (ROE) agregado del índice vuelva a situarse cerca de máximos históricos en los próximos dos años —sin correcciones hacia niveles medios, como ha sido habitual en el pasado—, lo que respaldaría una “prima de valoración” persistente frente a los promedios históricos.
Un elemento adicional de incertidumbre es la vuelta de Donald Trump a la presidencia de EEUU. La política económica de su administración podría estar alterarando algunas de las bases que han sostenido el atractivo del mercado estadounidense como destino del ahorro global.
Si ese “efecto imán” se siguiera debilitando, cabría esperar presiones bajistas sobre los múltiplos que hoy justifican parte del optimismo inversor. Incluso si los beneficios empresariales se mantienen sólidos, un cambio en los flujos de capital internacionales podría tener un impacto relevante.
En este contexto, los inversores haríamos bien en moderar nuestras expectativas de rentabilidad a largo plazo y evitar extrapolar al futuro las rentabilidades del pasado.
La bolsa americana ha sido, y probablemente seguirá siendo, un pilar clave de las carteras globales, pero asumir que su trayectoria reciente es la nueva normalidad puede resultar una apuesta con un alto coste de oportunidad.
*** Filipe Aires es profesor de Afi Global Education.
