La aceptación de la oferta pública de adquisición que Elon Musk planteó sobre Twitter, tras el inicial rechazo de la compañía, nos deja muchas cosas claras y también muchos interrogantes. Y la primera cosa clara es que cuando a Musk se le pone algo entre ceja y ceja, tiende a conseguirlo. 

Su adquisición de Twitter ha sido fulgurante: primero una toma de posiciones importante -con el detalle, que ya veremos si le hacen pagar, de avisar tarde a la SEC, lo que le permitió reforzar su posición por mucho menos dinero del que habría tenido que pagar si lo hubiera hecho-. Esto seguido de un flirteo con la dirección de la compañía con oferta para integrarse en el consejo de administración incluida, convenientemente rechazada para tener las manos libres, y finalmente, de una oferta pública de adquisición. 

A partir de ahí, sabemos menos: la primera reacción de la dirección de la compañía fue interpretar la OPA como hostil y tratar de protegerse adoptando medidas como la conocida "píldora venenosa", destinada a encarecer la hipotética adquisición proporcionando más derechos a un precio ventajoso a los accionistas actuales.

Pero tras esa primera reacción, han bastado unas breves conversaciones, cuyo contenido desconocemos, entre la dirección de la compañía y Musk, para allanar el camino y obtener el acuerdo. Eso, y la evidencia de que había conseguido los compromisos suficientes como para materializar el dinero necesario, lo que otorga un premium sustancioso a una compañía que nunca se ha caracterizado por la brillantez de sus resultados financieros. 

Twitter nunca se ha caracterizado por la brillantez de sus resultados financieros

De una u otra manera, el consejo de administración, probablemente presionado por los mayores accionistas de la compañía, aceptó, por considerarla buena para la compañía, una de las ofertas más ágiles y atípicas conocidas en acuerdos de esta dimensión. Mientras, Musk comprometía buena parte de su patrimonio, incluidas sus acciones de Tesla, para financiarlo. 

La pregunta evidente, el gran interrogante, es: ¿y ahora, qué? Por un lado, parece muy poco probable que los planes de Musk tengan una motivación puramente económica.

Twitter no es ninguna estrella del parqué, y lo que sabemos del habitual desprecio de Elon Musk por la publicidad podría incluso hacer la compañía menos rentable de lo que ya es. Si alineamos esa idea con algunas pistas que Musk ha proporcionado, como la referida a potenciar el servicio de pago de la compañía, Twitter Blue, podríamos encontrarnos con un salto hacia un servicio de pago. Esto coincidiría bastante bien con su idea de sacar a la compañía del mercado (un mercado que nunca aceptaría que Twitter perdiese de la noche a la mañana una parte significativa de sus usuarios por pasarse a un modelo de suscripción). 

Por otro lado, está el espinoso asunto de la libertad de expresión: tanto Musk como los fundadores de Twitter se declaran radicales defensores de la misma, pero… ¿qué significa defender la libertad de expresión?

Los fundadores de Twitter ya comprobaron por sí mismos que la libertad de expresión no consiste en permitir que cualquiera diga lo que quiera. La dura realidad demuestra que, en esas circunstancias, hay gente que hace un mal uso de esa libertad, y no solo coarta la de otros mediante insultos, acoso o persecuciones que recuerdan a la quema de brujas, sino que llegan, como Donald Trump, a plantear la toma del parlamento de un país democrático, o a difundir información nociva. Hay ejemplos desde negacionismo de las vacunas hasta teorías de conspiraciones peregrinas o cualquier otra barbaridad. 

No parece probable, por tanto, que la radical defensa de la libertad de expresión protagonizada por Musk vaya a significar una total libertad para que cualquiera diga lo que quiera, entre otras cosas porque eso le pondría en problemas con gobiernos de todo el mundo. Y particularmente con la Unión Europea, que acaba de aprobar una Ley de Servicios Digitales que es especialmente cuidadosa en ese ámbito y que exigirá a las plataformas como Twitter que controlen cuidadosamente su contenido e inviertan en su moderación. 

¿Qué pretende, por tanto, Elon Musk? ¿Invitar de nuevo a Donald Trump a Twitter?

¿Qué pretende, por tanto, Elon Musk? ¿Invitar de nuevo a Donald Trump a Twitter, para defender que cualquiera, incluso el más irresponsable, pueda tener libertad de expresión? ¿O más bien, como algunas de sus declaraciones parecen indicar, plantear el uso ambicioso de algoritmos para no solo controlar determinados contenidos, sino incluso obligar a que Twitter sea utilizado por personas con cara y ojos, no por bots ni por granjas de perfiles falsos dedicados a manipular la opinión de la ciudadanía? 

Es muy difícil, al menos por ahora, saber cuáles son las intenciones de Musk. Lo que sabemos es que uno de los más fervientes usuarios de Twitter, con un uso prácticamente compulsivo de esa red, la ha adquirido, tiene, sin duda, muchos planes para ella, y no es de los que permiten que sus planes se queden solamente en eso. 

Preparémonos para ver muchos, muchos cambios. Agárrense, que vienen curvas.