En estos días se han hecho muchas críticas al proyecto de Ley de Presupuestos Generales del Estado para 2022, pero se ha pasado normalmente por alto lo que es el mayor de sus pecados: que son unos presupuestos procíclicos. Es decir, unos presupuestos que, aunque se basan en la expectativa que tiene el gobierno de un crecimiento fuerte para 2022, se empeñan en reforzar esa recuperación económica ya “de por sí” muy fuerte con un aumento grande del gasto público, hasta llegar a un 7%. Buena parte de ese crecimiento del 7% para el PIB será solo aumento del gasto oficial.

Se llama “procíclicas” a las medidas de política económica que acentúan la tendencia imperante en cada momento y “anticíclicas” a las que tratan de compensar la tendencia dominante. Cuando hay una recesión, la política anticíclica consiste en aumentar gasto público y bajar los tipos de interés y, cuando hay una recuperación muy fuerte, normalmente, se hace lo contrario (es decir, subir los tipos de interés y reducir el gasto público: con ellos se frena la euforia consumista o la especulación inmobiliaria).

Es responsabilidad de los gobiernos y de los bancos centrales el comprender lo que conviene en cada momento, y así como hubiera sido suicida (“austericida”) hacer unos presupuestos procíclicos para el año y medio que ha durado la fase aguda de la pandemia (lo que en ese caso hubiera significado haber reducido el gasto en vez de aumentarlo) tampoco parece muy adecuado que, cuando las economías están en clara recuperación, el gobierno quiera lucirse con una recuperación aún mayor aumentando el gasto público.

Hay que insistir en alabar tanto al gobierno español como a la mayor parte de los demás gobiernos en que hicieran una política “anticíclica” durante la pandemia: durante las recesiones las políticas anticíclicas se adoptan precisamente para luchar contra las calamidades del ciclo recesivo.

Pero ahora que las cosas van mucho mejor, que el consumo y la inversión inmobiliaria rozan la euforia en numerosos países: ¿tiene sentido impulsar la euforia aún más lejos, que es lo que hará una política procíclica? ¿No sería mejor, si no unas políticas abiertamente anticíclicas, que al menos fueran neutrales?

Aumento de la inflación

Hay problemas que pueden derivarse de estas políticas procíclicas. El más evidente y tradicional de todos es el aumento de la inflación. Pero también el que este aumento de la demanda que impulsarán los presupuestos se dará en un momento de caída de la oferta, con lo que veremos el peor de los mundos: más demanda y menos oferta, lo que añadirá otra ronda inflacionaria a la ya propia de un ciclo expansivo.

Porque el mundo está sufriendo ahora lo que los economistas llaman un shock de oferta sui generis, que se está traduciendo en menos productos en el mercado (sean semiconductores o vehículos a motor; juguetes para Navidad o fertilizantes e, incluso, CO2, necesario para la conservación de algunos alimentos) y también escasez de algunas materias primas, (fundamentalmente el gas natural: las existencias europeas están muy bajas para esta época del año, a solo dos meses del invierno) lo que está provocando efectos inducidos de aumento del precio de la electricidad y de todo lo que necesita gas o electricidad para producirse o conservarse (alimentos).

Hay problemas que pueden derivarse de estas políticas procíclicas. El más evidente y tradicional de todos es el aumento de la inflación

También, de paso, está forzando el “cierre patronal” parcial de las plantas industriales que hacen un uso intensivo de la electricidad a fin de reducir sus costes (en España, Sidenor, ArcelorMittal y Fertiberia).

En resumidas cuentas, los presupuestos pretenden aumentar la demanda cuando hay una disminución de la oferta. Una situación complicada de la que ni este ni ningún gobierno es responsable directo (aunque si lo sean parcialmente por alguna de sus políticas imprevisoras como las de la llamada Agenda Verde) y que viene como consecuencia de haber parado la economía global para combatir la pandemia, y del desaguisado correspondiente que se ha producido en los flujos del comercio global, que ahora están extrañamente entorpecidos.

Riesgo de desequilibrio comercial

Otro de los problemas de que la economía española crezca mucho más que las de los demás países (algo que el presidente del gobierno suele dejar caer con orgullo en sus apariciones públicas) es el aumento de las importaciones y la disminución relativa de las exportaciones con lo que se fomenta un eventual déficit de la balanza de pagos por cuenta corriente que tendría que ser financiado con ahorro proveniente del exterior. Y más en un caso como el de España que tiene que importar casi toda la energía fósil que consume y muchas otras materias primas, a precios muy altos, tras haber estado 13 años deprimidos.

Para más complicación, todo esto puede ser que esté sucediendo en un entorno de economías que se desaceleran: desde la de China, inmersa en su crisis de impagos de las inmobiliarias y aquejada por cortes de luz y parones de la industria para ahorrar energía, hasta la de EEUU que, con los últimos datos ya parece que ha crecido el trimestre pasado a un ritmo de solo 0,29% trimestral.

En la historia de los partidos socialistas europeos hay un ejemplo inolvidable de errores de ese tipo: el que cometió el presidente de la República Francesa, François Mitterrand, en los tres primeros años de su gobierno, salido de la Unión de la Izquierda. Mientras el mundo entero estaba en recesión, en 1980-1981, Mitterrand se empeñó en que la economía francesa creciera y aplicó un programa de expansión del gasto público.

Exagerando, se puede decir que nadie compraba productos franceses, pero sí le vendían a una Francia que aumentaba el poder adquisitivo de sus ciudadanos. El resultado fue que aquello se hizo insostenible y provocó varias devaluaciones de la divisa (el franco francés, entonces) y finalmente la salida de los comunistas del gobierno acompañado de un cambio radical en la política económica.

Depreciación del euro

La situación de la industria europea, tan vulnerable en estos momentos por la falta de componentes y el encarecimiento de la energía (junto con la amenaza de una guerra comercial con el Reino Unido) hace previsible una depreciación adicional del euro que encarecerá más el precio de todo lo que se importe de países ajenos a la Eurozona.

Así, al 150% que ha subido el precio del gas en lo que va de año (así era en el peor momento de hace unos días) hay que sumarle un encarecimiento de casi el 7% que ha bajado la cotización del euro frente al dólar desde Reyes. Lo que amenazará aún más el equilibrio comercial (la balanza por cuenta corriente española acumula cinco meses con superávit: 4.600 millones de euros en los primeros siete meses del año).

¿Se cree el gobierno sus previsiones de crecimiento?

Pensando de manera muy retorcida se podría llegar a la conclusión de que el gobierno no se cree sus previsiones de crecimiento económico por las mismas razones señaladas más arriba de deterioro de la economía global y que, al aumentar el gasto público de manera tan llamativa, lo que está haciendo no son políticas procíclicas sino anticíclicas preventivas, pero sin decírselo a nadie, por si acaso. Una situación en la que todo lo que creciera el PIB español se debiera al aumento del gasto público.

De esa manera, si la economía global dejara de crecer, la española se habría cubierto adecuadamente para mantener un ritmo de crecimiento del 2% o el 3%. Y si, por el contrario, China, EEUU y Alemania reanudan un crecimiento fuerte (en una situación ideal en que los cuellos de botella mundiales desaparecieran y se restaurara la normalidad prepandemia) al gobierno no le importarán los desequilibrios y aplicará el ¡vivamos el presente fugitivo! Y los problemas y los desequilibrios… para el futuro.

Este planteamiento preventivo (si fuera el caso, y si no, también) solo es posible por la inyección de dinero creado de la nada que están haciendo los bancos centrales, directamente o canalizado a través de los fondos Next Generation de la Unión Europea.

Algo que está provocando una situación bipolar en la que, desde hace 18 meses, los consumidores no saben si están viviendo en Mordor (debido al terror causado por la mortandad de la Covid-19 y la recesión económica subsiguiente) o en los mundos de Yupi donde no pasa nada por tener un déficit público insostenible y donde se puede seguir viviendo del aire. O ambas cosas a la vez. El despertar no será muy agradable.

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