Cuando un urbanita como yo se va al pueblo en verano, se da cuenta de que en la ciudad se pierden muchas cosas que merecen la pena. ¿La que más me gusta? Las noches ‘al fresco’ en la puerta de casa charlando con la familia y los vecinos. Una ‘vida de pueblo’ que los que habitamos en las grandes urbes ya no disfrutamos. 

Esas reuniones son el momento que te permite conocer a los vecinos, generar lazos de confianza e incluso de amistad con algunos de ellos. La famosa tribu. Unas charlas que permiten sacar a relucir al entrenador, al político o al cuñado que todos llevamos dentro. Aunque este verano han destacado dos personalidades por encima de todas: la de epidemiólogo y la de experto en energía. 

Ya se pueden imaginar el porqué. Porque hay tres temas que se han convertido en ‘hits’ del verano: la vergüenza que suponen las fiestas sin mascarillas en plena pandemia; el sofocante calor que hace (porque “estas temperaturas no las recuerdan ni los más viejos del lugar”) y el precio de la luz. Ese que ha batido récord tras récord en los últimos días y que triplica ya lo que se pagaba el pasado verano.

Hay tres temas que son los 'hits' del verano: las fiestas sin mascarilla, el sofocante calor y el precio de la luz 

Durante esas largas noches sentado en mi puerta he notado que aunque la Covid-19 sigue preocupando, empieza a notarse ya una cierta fatiga pandémica. Sin embargo, el recibo de la luz causa sensación. ¡Vaya discusiones! ¡Y vaya asesores se han perdido los ministros de Energía de este país! En una noche todo queda arreglado, se lo aseguro. 

¿Cómo? Pues unos dicen que cambiando al Gobierno, los otros que con más nucleares, los de la puerta de al lado apostando por más renovables; y la vecina del número 17 aboga por un cambio de no sé qué piscina de precios que ha escuchado en la televisión. (Imagino que en referencia al ‘pool’ energético que sirve para subastar a cuánto se va a pagar la energía en el mercado mayorista). 

No imaginan qué discusiones. Qué griterío oiga. Yo les escuchaba atento. Me gusta escuchar lo que dice la gente. Permite darse cuenta de lo que de verdad interesa. El caso es que una de las noches, donde volvíamos a intentar resolver los problemas de la factura eléctrica, alzó la voz ‘el zorro’, al que apodan así no por su inteligencia si no por su instinto de supervivencia. 

Apoyado en su bastón nos decía que no sólo el recibo de la luz se ha encarecido en los últimos meses. También la gasolina, la compra en el supermercado… En definitiva, que la vida se está encareciendo. Acto seguido me miró y me preguntó si estaba o no en lo cierto. 

El recibo de la luz se ha encarecido, la gasolina y la compra también. 

Tuve que darle la razón. Los datos del IPC, les expliqué, reflejan que en lo que va de año la vivienda acumula una subida del 7,3%; la alimentación de un 1,5%; el transporte un 7,9% y los hoteles un 2%. 

Si bajamos al detalle, continué explicando, nos damos cuenta de que en lo que va de año el aceite acumula un 20% de incremento, las frutas un 4,6%; los huevos algo más de un 3% y la calefacción, alumbrado y distribución de gas un 14,4%. 

El ‘zorro’, más listo que nadie, me escuchaba y lanzó una pregunta retórica. ¿Cuánto ha subido mi sueldo? Nada, se respondió a sí mismo. ¿Y el tuyo? Tampoco, aseguró. Así que una vez más tuve que darle la razón para recordar dos datos importantes: el IPC acumula un alza del 2,9% interanual mientras que los salarios firmados en convenio se han revalorizado un 1,58%. Es decir, por debajo de lo que está subiendo la vida, como diría mi abuela. 

Mi vecino se sonrió. Nos miró a todos y dijo: “Si tenemos en cuenta esos datos, y que en el banco no te dan nada por el dinero, este verano nos volvemos más pobres del pueblo”.

El IPC acumula una subida del 2,9% y los salarios en convenio se han revalorizado un 1,58%. 

¡Y más desiguales!”, exclamó el de la puerta de al lado. Razón no le falta, la inflación es el impuesto a los pobres porque afecta más a los que menos tienen. Este grupo de población es el que más dinero de sus ahorros tiene que destinar a pagar los productos de primera necesidad. 

Todos me miraron como si yo tuviera la última palabra. Solamente asentí, y les dije que todos los expertos esperan que se trate de un aumento de precios coyuntural por la reactivación económica. Sin embargo, sus miradas ya no eran iguales que antes de comenzar la conversación. Todos se dieron (o nos dimos) cuenta de repente de que vamos a ser un poquito más pobres. 

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