La vergonzante retirada norteamericana de Afganistán constituye una debacle con graves repercusiones políticas y geoestratégicas. Por un lado, debilita aún más la ya mermada confianza en Estados Unidos de sus aliados, al tiempo que crea incentivos para que sus adversarios emprendan nuevas y peligrosas aventuras.

Por otro, proporciona un balón de oxígeno al alicaído islamismo radical y le ofrece una base territorial que le permitirá reconstruirse y fortalecerse, lo que constituirá una amenaza para la seguridad global. Este temor no es infundado. Al tomar Kabul, los talibanes han liberado a los numerosos militantes del ISIS y de Al Qeda encarcelados y, desde Gaza, Hamás ha festejado el triunfo talibán frente al Satán yankee y sus colaboradores.

Por otra parte, el régimen talibán no va a sufrir un aislamiento internacional. Nadie ha de engañarse. A partir de ahora, su gran soporte será sin duda alguna la China de Xi Jinping. El julio pasado, el máximo líder talibán, el Mullah Abdul Ghani Baradar visitó Pekín e invitó a China a participar de manera activa en el desarrollo económico del Afganistán liberado de los infieles.

El régimen talibán no va a sufrir un aislamiento internacional. Su gran soporte será sin duda alguna la China de Xi Jinping

Para los dirigentes del coloso asiático, esto tiene un enorme atractivo. El territorio afgano contiene ingentes reservas de minerales que son básicos para la producción de la tecnología necesaria para las energías renovables. Esto convierte Afganistán en un destino crucial para las inversiones chinas. A ello hay que sumar las minas de cobre y oro existentes en el país. Pero ahí no termina la historia.

En Asia Central, China ha invertido una considerable cantidad de capital en proyectos de infraestructuras bajo la Belt Road Iniciative (BRI). Una parte esencial de esa iniciativa es el desarrollo del corredor China-Pakistán para cuya construcción se necesita el Afganistán controlado por los talibanes.

Lo mismo ocurre con el relanzamiento del gaseoducto Turkmenistán-Afganistán-Pakistán que ha sido respaldado públicamente por importantes dirigentes talibanes en los últimos años. En esa misma línea hay que contemplar también la parte afgana en el programa CASA-1000 cuyo objetivo es exportar el exceso de energía hidráulica de Asia Central al sureste asiático o el ferrocarril que aspira a unir Uzbekistan y Pakistán vía Mazari-Sharif y Kabul.

La realización de todos esos planes y, en concreto, la participación afgana en ellos precisa de recursos. La desaparición de la asistencia técnico-financiera de los EEUU a Afganistán abre por tanto una extraordinaria ventana de oportunidades para que China se convierta en el socio estratégico del gobierno talibán en el terreno económico y, por lógica extensión, también en el político-diplomático.

Tendrán el soporte de la potencia ascendente en la esfera mundial y el rival por la hegemonía en ella de un Estado cuyo régimen es indiferente o, mejor hostil, a los ideales profesados por las democracias liberales.

Además, ironías del destino, la entrada china se verá enormemente beneficiada y abaratada por las infraestructuras e inversiones básicas que América ha realizado en aquel país a lo largo de los últimos 20 años. Los estadounidenses han trabajado para los chinos y gratis.  

Los estadounidenses han trabajado para los chinos y gratis

Los mandarines pequineses deben estar entre sorprendidos y entusiasmados por una salida norteamericana de Afganistán que se ha traducido en la renuncia a salvaguardar no ya la supervivencia de un aliado y de las personas que han colaborado con él o su prestigio como superpotencia, sino la preservación de sus intereses económicos en ese país.

El ridículo es tan notorio que los medios de comunicación chinos no se han cansado de satirizar la huida estadounidense de Afganistán y de exponerla como una muestra indiscutible de la decadencia de la gran democracia americana. La ha retratado en términos similares, por no decir idénticos a los de la entrada del Vietcong en Saigon. Eso sí desprovistos de aquel dramatismo.

El principal resultado de la acción de los EEUU en Afganistán, durante dos décadas, ha sido devolver a los talibanes al poder y otorgar a China la posibilidad de obtener importantes beneficios materiales en tierra afgana y establecer una plataforma de  operaciones vital en un estado fronterizo con cuatro zonas de alta importancia geoestratégica: Rusia, Asia Central, Oriente Medio y el binomio Pakistán-India.

Esto es en si mismo, aparte de otras consideraciones, una verdadera catástrofe para Estados Unidos, cuya reputación ha sufrido unos daños muy parecidos a los cosechado en Vietnam con un añadido: los talibanes no han tenido un apoyo exterior de las dimensiones del ofrecido por la URSS y China a Hanoi en su largo conflicto con EEUU-Vietnam del Sur.   

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