La semana pasada estuve en un coloquio acerca de la relación entre la libertad y la cultura. Fue una magnífica experiencia, especialmente por los participantes, de quienes aprendí puntos de vista muy diferentes al español, respecto a temas puntiagudos y difíciles de aislar, como la religión, los hábitos, la historia económica, el nacionalismo, o la mentalidad de la sociedad.

Uno de mis compañeros, el profesor danés Christian Bjørnskov, de la Universidad de Aarhus, sacó a relucir la diferencia que planteaba el historiador de la economía David Landes a la hora de estudiar el crecimiento económico de unos países y de otros.

Para Landes, cuando hay problemas, mientras que en unos países la pregunta central es "¿En qué nos hemos equivocado?", en otros, sin embargo, se derrocha energía tratando de dilucidar "¿Quién nos ha hecho esto?". Desde el punto de vista económico, esa diferencia es definitiva.

En España estamos en el segundo grupo. Y, si bien yo soy una firme defensora del Estado de derecho, y creo que debe haber rendición de cuentas en economía, en política, en el ámbito privado y en el estatal, si de lo que se trata es de resolver el problema, recuperarse de una crisis o salir del pozo, es muy importante que los economistas nos centremos en la primera cuestión y no en la segunda.

Porque señalar con el dedo es fácil y gratis. Uno de los méritos de los autores de la Escuela de Salamanca que estudiaron los fenómenos monetarios del siglo XVI fue, precisamente, deshacer un entuerto provocado por el señalamiento facilón.

Culpamos a los ricos, a los fachas, a los rojos, a los jóvenes, porque es más fácil que tratar de reconocer qué hicimos mal

La (mal) llamada revolución de los precios en Castilla, que consistió en un aumento de la inflación muy notable para la época, pero no comparado con nuestros días, los culpables "naturales", como siempre y ya desde entonces, eran los comerciantes: su egoísmo y ambición les llevaba a aumentar los precios de los bienes.

Martín de Azpilcueta y otros autores se dieron cuenta de que la causa del encarecimiento de las mercancías era el crecimiento de la oferta monetaria fruto de la llegada del oro americano.

La primera opción, culpar a los comerciantes, lleva a descargar el disgusto contra una parte de la población, pero no conduce a ninguna solución. El segundo análisis trae implícita la resolución del problema, no crear dinero si no está asociado a un aumento sostenido de la actividad económica.

En este tercer trimestre del 2021, no podemos decir que los españoles hayamos aprendido la lección. Culpamos a los ricos, a los fachas, a los rojos, a los jóvenes, porque es más fácil que tratar de reconocer qué hicimos mal, en qué nos equivocamos, qué hay que rectificar. Es verdad que una pandemia es un fenómeno imprevisto, global, que nos ha perjudicado a todos. Pero, vayamos un poco más atrás.

¿Qué aprendimos de la crisis del 2008? ¿Sabemos qué podríamos haber hecho de otra manera? Es decir, una cosa es el ataque estéril a la persona o al estereotipo, y otra la crítica al modo en que se toman las decisiones, los criterios que se siguen para adoptar unas medidas frente a otras, la contumaz persistencia en el error.

¿Confiamos más en el político que hace 'lo que sea' o en el que no hace nada para evitar hacer por hacer?

Este problema explica que los problemas de nuestra economía (desempleo, pensiones, deuda pública, agricultura, innovación) vengan de lejos: simplemente los decisores no hacen nada nuevo para corregirlos. Se habla, se debate, uno acusa, otro se defiende, pero los que tienen el mandato de "hacer", no hacen lo que debe.

Y este punto viene con otra pregunta de la mano. ¿Confiamos más es el político que hace "lo que sea" o en el que no hace nada para evitar hacer por hacer? Yo tengo la idea de que los españoles, en general, seguimos teniendo algo de aquellos hispanorromanos que miraban con recelo a los reyes godos venidos de lugares ajenos, y que miramos a la autoridad con la exigencia de que solucione lo que sobrevenga.

Y, de alguna manera, esa actitud ha hecho que sigamos admitiendo la sumisión siempre que haya una contraprestación: un pacto feudal modernizado.

La diferencia es que ahora votamos a nuestro señor y lo hacemos pensando más en lo que voy a recibir que en su capacidad para plantearse la primera pregunta que proponía David Landes, y responderla. No nos importa tanto que el país salga del fango, como que lo parezca.

Y ya luego proclamamos las bondades de las energías verdes, la transformación del sistema productivo y el reciclaje, sea como sea, para que parezca que nos preocupa el planeta y los humanos del siglo XXII. Mientras, seguimos endeudando a nuestros nietos.

No miramos la supervivencia de los creadores de puestos de trabajo, de los inversores, gracias a los cuales los españoles podremos mejorar nuestro sistema educativo, hacerlo competitivo, crear empresas, aumentar la actividad, todo ello sin el lastre del nuevo señor feudal que solamente se pregunta "¿Quién nos ha hecho esto?".

Sería muy positivo que tratáramos de plantearnos qué hacemos mal, también los votantes, y cómo remediarlo

"Esto" nos lo han ido haciendo las políticas económicas alejadas de las verdaderas raíces de los problemas de nuestra economía.

Por ejemplo, el desastre del sistema universitario, el desempleo estructural tan alto, el problema de las pensiones quebradas hace décadas y sostenidas con chapuzas, la penalización de la inversión, el endeudamiento del Estado, la expulsión de los agentes económicos privados, mediante la incorporación de empresas y agentes económicos estatales a los mercados. Y, por encima de todo ello, la politización y la visión cortoplacista consiguiente.

Por supuesto, esos gestores han sido votados repetidamente por los españoles. Por eso, al final, no se trata tanto de que quien tenga el mandato de "hacer" se dedique a hacer exclusivamente lo que funciona. También es necesario que en la sociedad civil reflexionemos acerca de cuál de las dos preguntas de Landes tendemos a hacernos.

Sería muy positivo que tratáramos de plantearnos qué hacemos mal, también los votantes, y cómo remediarlo. Nos quitaríamos, por fin, varios palos de las ruedas para que nuestra economía pueda avanzar.

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