El mayor peligro para la acelerada expansión económica que está teniendo lugar tras la fase aguda de la pandemia es precisamente su condición de "expansión acelerada".

Y no solo porque la inflación pudiera persistir durante un período mayor del que se necesita para absorber las subidas anuales de precio que van desde el hundimiento del de las materias primas en la primavera del año pasado hasta la euforia de 2021, sino porque se retrasara la vuelta a la normalidad de los dislocamientos que están teniendo lugar en la cadena de producción y de distribución mundiales.

Otro factor a tener en cuenta es el riesgo elevado de que se produzca un episodio agudo de inestabilidad financiera, algo que a lo largo de la historia ha ido siempre de la mano de euforias monetarias como la actual.

La velocidad a la que se están desarrollando los acontecimientos es de tal calibre que surgen las dudas de si estamos al inicio de un ciclo expansivo (como sería lo normal tras una recesión) o al final del ciclo anterior, que habría visto interrumpido su normal desarrollo por el cierre decretado de las economías en la primavera de 2020.

También existe otra alternativa: que éste sea un ciclo nuevo y de corta duración, condenado a una existencia quebradiza por la velocidad de los acontecimientos.

Así, en la economía de EEUU, la confianza de los consumidores se acerca a los niveles propios de fin de ciclo: ahora está en 127, diez puntos menos que en octubre de 2018 (que se puede considerar la fecha que señala el momento más alto del ciclo anterior: sin el apoyo excesivo de la Fed la economía estadounidense iba encaminada a una pronta recesión) y 15 puntos por encima del nivel previo a la crisis financiera.

La velocidad a la que se están desarrollando los acontecimientos es de tal calibre que surgen las dudas de si estamos al inicio de un ciclo expansivo o al final del ciclo anterior

El volumen del comercio global del mes de abril (último dato conocido) está ya un 3,3% por encima del máximo histórico que alcanzó también en octubre de 2018, y el petróleo se acerca al precio máximo relativo de 86 dólares/barril de Brent que tuvo por aquellas fechas.

Tanto las materias primas agrícolas como los metales industriales han superado con creces su nivel de 2018 y han vuelto a acercarse a los precios máximos que alcanzaron antes de que iniciaran un ciclo bajista de 10 años. Es decir, en el último mes de mayo casi habían recuperado todo lo perdido a lo largo de la década pasada.

También el PIB de EEUU ha superado su nivel de antes de la pandemia y los índices de Bolsa más importantes se han revalorizado en cifras que superan, según el caso, entre el 18% y el 50% los máximos históricos de febrero de 2020.

Pero si los síntomas de la economía real apuntan más a un ciclo económico maduro que a uno incipiente, los datos relativos al mundo financiero revelan todas las características propias de los períodos que preceden a las grandes crisis. Esas características no solo tienen que ver con lo que de manera laxa suele llamarse "especulación" sino con la bajada de la guardia por parte de reguladores y supervisores.

Los datos relativos al mundo financiero revelan todas las características propias de los períodos que preceden a las grandes crisis

Así, en el primer semestre del año han salido a Bolsa empresas por valor de más de 350.000 millones de dólares. De esas empresas, muchas eran las llamadas SPACs que hicieron furor en el primer trimestre del año ya que aprovechaban un agujero legal que permitía en EEUU la salida a Bolsa con mucha facilidad de una empresa vacía de actividad cuyo único objetivo era, después, comprar otra empresa que, así, sin más dilaciones estaría cotizando al día siguiente.

La misma tolerancia con el uso y abuso de las criptomonedas y la apatía de los reguladores que las han dejado correr libremente (con la consiguiente estela de los fraudes de todo tipo que se producen, como se han producido siempre, en terrenos que son una aparente "tierra prometida" que aún no tiene bien definido lo que está y lo que no está dentro de la legalidad) trae los aromas que suelen preceder a las grandes crisis.

Por citar algún ejemplo, los bucket shops americanos de los felices años 20(donde se apostaba a la subida o bajada de los valores bursátiles) o los CDOs que con su toxicidad agravaron y dimensionaron la crisis financiera de 2008.

Incluso en el terreno internacional se está produciendo fenómenos que señalan la chaladura del momento: el Gobierno de El Salvador declarando el Bitcoin moneda de curso legal y abriendo la puerta a que sus reservas de divisas corran el riesgo de terminar en manos de aventureros que aprovecharán esa ventana de oportunidad para blanquear capitales, ahora al amparo de las criptomonedas. Y lo que parece ser la decisión de Paraguay de seguir por el mismo camino.

Aunque recientemente las autoridades chinas, iraníes y coreanas han tomado medidas para poner coto al mundo expansivo y turbulento de las criptomonedas, lo han hecho a veces con razones vergonzantes (bien que reales) como el consumo de energía que provoca 'el minado' del Bitcoin.

En EEUU, se ha dado el mayor caso de 'pasotismo legal' que pudiera pensarse cuando muy recientemente la fiscalía de Nueva York llegaba a la conclusión de que la empresa que gestiona una de las llamadas "monedas estables" (stablecoins) mentía cuando aseguraba que tiene suficientes activos líquidos para hacer frente a sus compromisos de que "su moneda estable", el Tether, equivale a un dólar, sin provocar la reacción punitiva inmediata de la SEC, el organismo que ha servido de ejemplo para las comisiones del mercado de valores de todo el mundo.

En fin, las operaciones especulativas concertadas en las redes sociales para comprar o vender en Bolsa y la quiebra de un fondo al que varios bancos de negocios le habían prestado muy "por encima de sus posibilidades" (las del fondo) son síntomas todos de fin de ciclo financiero que apuntan a una pregunta ya famosa: ¿será diferente esta vez? O, ¿qué podría salir mal?

Solo puede ser un apósito para la preocupación la esperanza de que tanto el rápido crecimiento del comercio mundial como los excesos especulativos sean fruto, respectivamente, de lo que no se pudo comprar o vender durante la pandemia, y que quedó remansado, o la ansiedad por intentar recuperar el tiempo perdido. Pero, esa ansiedad del "¡a comprar a comprar que el mundo se va a acabar!" ¿es suficiente excusa como para que nos tranquilicemos?

Ni la economía ni los mercados financieros saben de psicoanálisis ni atienden a las razones de un prospecto de tranquilizantes. Habrá que estar pendientes sobre todo de que el sobreendeudamiento de corto plazo no está dedicado desproporcionadamente a la inversión a largo plazo. Esa es la labor de vigilancia de los bancos centrales. Dudo que estén realmente atentos a ello en las áreas grises donde no tienen una competencia clara. ¡Ojalá este juicio resulte equivocado!    

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