Un tribunal federal norteamericano ha sentenciado que las demandas antimonopolio que la Federal Trade Commission y 40 estados habían presentado contra Facebook no lograban demostrar fehacientemente que la compañía había conseguido una posición monopolística, así que ha rechazado directamente las 40 demandas estatales y ha dado a la FTC un plazo de 30 días para que intente sustanciar mejor sus argumentos. 

Como resultado de la bofetada federal a sus acosadores, las acciones de Facebook han subido un 4%, lo que ha provocado que la cotización de la compañía supere por primera vez la mítica barrera del billón de dólares, un selecto club en el que Facebook era la única gran tecnológica que faltaba: con su recién alcanzada valoración de 1.01 billones de dólares, la red social se une ahora a Apple (2.25 billones de dólares), Microsoft (2.02 billones), Amazon (1.74 billones) y Google (1.67 billones). 

Obviamente, que las grandes tecnológicas sean las únicas compañías que superan el billón de dólares en el mercado norteamericano (la petrolera Saudi Aramco está valorada en 1.87 billones de dólares, pero su evolución es claramente descendente y no cotiza en la bolsa de Nueva York) y que las siguientes empresas en valoración estén a una respetable distancia de esa mágica cifra es un claro indicador de que nos hallamos en plena cresta.

Es lo que Per Espen Stoknes, en su muy recomendable libro Tomorrow's Economy: A Guide to Creating Healthy Green Growth, denomina como la ola digital y de internet, que sucedió a la de la electrónica, la televisión y la aviación (1945-1990), a la de la industria (1900 - 1970), a la del acero, el vapor y los ferrocarriles (1830-1900) o a la de la mecanización (1760-1830).

Cada una de estas oleadas de innovación generaron prosperidad económica para las compañías que representaban su desarrollo y explotación. La oleada actual no es una excepción a esta regla. 

Pero es precisamente el hecho de que esas compañías representen una ola de innovación más en el curso de la historia lo que debería hacernos pensar en los efectos de su apabullante dominio: que el escenario tecnológico esté tan fuertemente polarizado implica que esas compañías, que en su momento fueron enormemente innovadoras, juegen ahora precisamente el papel contrario, el de la contención de la innovación.

Con su brutal tamaño y poderío económico, se han convertido en actores capaces de adquirir o copiar cualquier atisbo de innovación en su industria, susceptibles de hundir a todos sus competidores en un ámbito determinado con una simple decisión aparentemente menor. 

Que el escenario tecnológico esté tan fuertemente polarizado implica que esas compañías, que fueron enormemente innovadoras, juegen ahora el papel contrario

Ha sido precisamente el no hacer nada durante mucho tiempo lo que ha permitido que esas compañías se conviertan en lo que ahora son: monstruos prácticamente intocables que invierten millones de dólares en lobbying, que tuercen voluntades de políticos y que acumulan listas de centenares de adquisiciones, una detrás de otra, hasta conseguir que la razón para innovar de muchas pequeñas empresas sea simplemente la posibilidad de llegar a ser adquiridas por uno de esos gigantes. 

Que un tribunal federal afirme ahora que no ve claras las razones para considerar a una de estas compañías como monopolio es un problema, y que lo diga de Facebook, más aún. Porque Facebook es un caso de libro de esa estrategia que Mel Brooks personalizaba en la gigantesca compañía Engulf and Devour, Ltd., en su película Silent Movie.

Desde la cúspide de su pirámide, que le permite observar detalladamente los movimientos de más de 2.500 millones de personas en el mundo, Mark Zuckerberg es capaz de detectar cualquier mínimo movimiento o tendencia, y de tomar rápidamente decisiones sobre si adquirir a la compañía que lo protagoniza, replicar completamente su producto cuantas veces sea necesario hasta hundirla, o a veces, hasta encuestar a sus usuarios para entender mejor lo que ven en ella. 

Llevado por la obsesión de que en su entorno, el de las redes sociales, cualquier despiste puede significar que aparezca un competidor y te coma la tostada, Zuckerberg se ha convertido en un auténtico paranoico que se considera por encima de todas las reglas, y que es capaz de lo que sea, hasta de pactar con el mismísimo diablo, con tal de no perder su supremacía.

Lo único que necesitaba ahora es que llegase un tribunal y dijese que no le parece que esté bien sustentado el hecho de que sea un monopolio. Que el señor juez se lea la historia de las compañías que ha adquirido o las que ha tratado de adquirir a lo largo de su relativamente corta historia, y que juzgue después, porque es un caso clarísimo al que aplicar el conocido test del pato: si parece un pato, nada como un pato, y grazna como un pato, entonces probablemente sea un pato. Facebook no solo es un monopolio: es la mismísima definición de monopolio predatorio. 

Tras muchos años de no hacer nada, tanto la Administración Biden en los Estados Unidos como el Gobierno chino parecen querer seguir lo que la Unión Europea llevaba muchos años haciendo: regular a los gigantes tecnológicos para ponerlos bajo control.

Pero la decisión del pasado lunes parece demostrar que han esperado demasiado, y que ahora, esos grandes monopolios son prácticamente intocables. O al menos, que ponerlos bajo control va a ser cualquier cosa menos sencillo.