Los efectos de la pandemia sobre los mercados de capitales y su interacción con la tecnología están generando todo tipo de Poltergeist, de fenómenos extraños que son, para algunos, auténticas películas de terror, y para otros, simplemente una exploración de territorios previamente inexplorados. 

Empecemos por los hechos probados: desde el inicio de la pandemia, que supuso el cese o la fuerte reducción de la actividad económica para muchísimas personas, muchas de ellas que se encontraban ya en situación de vulnerabilidad, el Gobierno de los Estados Unidos ha aprobado ya paquetes de ayudas económicas por valor de 4.1 billones de dólares -billones de los de verdad, de los nuestros, no de los suyos: millones de millones-. 

El dinero que se ha repartido en esas ayudas no procedía de ningún tipo de venta de activos ni de recaudaciones adicionales de impuestos, sino de un solo sitio: de la impresión de dinero adicional.

Cada día más, resulta interesante pensar en los Estados Unidos como el país que tiene la máquina de imprimir dinero y que la utiliza a su antojo cuando estima oportuno, y las consecuencias que eso tiene sobre la economía mundial: históricamente, desde la cancelación unilateral de los acuerdos de Bretton Woods con la derogación del patrón oro mediante la suspensión de la convertibilidad directa del dólar estadounidense con respecto al oro en 1971 por parte de Richard Nixon, hemos confiado en que un dólar valía un dólar no porque tuviese una contrapartida en oro en la Reserva Federal, sino porque nos lo decía el Gobierno del que ha terminado siendo el país más endeudado del mundo. 

Resulta interesante pensar en los Estados Unidos como el país que tiene la máquina de imprimir dinero y que la utiliza a su antojo cuando estima oportuno

Sin discutir en absoluto la necesidad de esos paquetes de ayuda pandémicos, la realidad es que han supuesto una expansión sin precedentes en la masa monetaria: alrededor de una cuarta parte de los dólares en circulación en los Estados Unidos fueron impresos el año pasado, y sin ninguna contrapartida real, por un país que, en términos generales, no incrementó sus ingresos ni su valor en modo alguno, sino al que más bien le ocurrió todo lo contrario: contrajo su economía. 

La generosidad en el reparto de esos cheques de estímulo y la demanda reprimida debido a meses de confinamiento y de restricción de la economía han llevado a que una buena parte de ese dinero termine en los mercados de capitales, algo que podemos comprobar con simplemente echar un ojo a las bolsas, eufóricas a pesar de la que está cayendo.

Además, y aunque resulte casi obsceno afirmarlo, han generado tasas de ahorro récord en muchos consumidores, lo que podría impulsar una ola de gastos en una post-pandemia que, dada la impresionante eficiencia logística norteamericana a la hora de administrar las vacunas, se ve cada vez más cercana. 

Todos estos factores permiten prever una próxima crisis de inflación. Tradicionalmente, eso habría desencadenado un incremento en la demanda de los productos básicos tradicionales de reserva de valor, como los metales preciosos.

Sin embargo, la tecnología ha acudido al rescate con un producto cada vez más convincente llamado bitcoin, una criptomoneda basada en un principio fundamental: su suministro es finito y se ha emitido ya en un porcentaje muy elevado. Eso le otorga una ventaja fundamental en términos de confianza frente a muchas otras opciones, como las stablecoins basadas en cestas de monedas o de activos que, como ya hemos visto, están sujetas a una inestabilidad real muy superior. 

Cada vez son más los actores importantes en la economía, desde compañías como Tesla, Square, la china Meitu y muchas otras; bancos como Citi, Goldman Sachs, JPMorgan; inversores como Guggenheim o Paul Tudor Jones; o aseguradoras como MassMutual, que han decidido tomar posiciones en bitcoins como cobertura crítica contra la posible devaluación del dólar.

Esto ha generado un efecto llamada para una gran cantidad de compañías que, cada vez más, introducen en su balance corporativo algunos porcentajes, aún relativamente bajos, de reservas denominadas en bitcoins, redundando a su vez en un fuerte incremento de valor de la criptomoneda. Solo falta que a algún país le dé por llevar a cabo una operación similar, y ya veremos la que se lía. 

¿A dónde vamos tras la pandemia? Nadie lo sabe, pero cada vez más, todos aceptan y entienden el creciente papel que un desarrollo tecnológico como el bitcoin va a jugar en el futuro de la economía.

En lo que creías saber sobre economía, ya nada es verdad ni es mentira. A todos los efectos, y en la coyuntura post-pandémica más aún, su valor como activo es muy superior y más confiable que el del oro, la plata, el dólar o el euro. Algo que muchos, para su pesar, aún van a tardar en comprender.