Si me preguntaran qué ejemplo actual representa mejor la teoría de la demanda recíproca del comercio internacional enunciada por el inglés John Stuart Mill, el del comercio de los elementos químico que componen las llamadas 'tierras raras' sería mi elección.

Saltan las alarmas, de nuevo. Llevan haciéndolo cada cierto tiempo desde hace décadas: China es el mayor productor de estos metales que son imprescindibles para el desarrollo de las nuevas tecnologías.

Es cierto que es ahora cuando estamos viviendo, también de nuevo, un duelo arancelario, en esta ocasión entre China y el mundo occidental. Así que, es normal que las alarmas que suenan sean atronadoras. Porque, detrás de ese nombre tan extraño, nos encontramos con los elementos químicos gracias a los cuales se trata el cáncer de pulmón, se aterriza en Marte, o millones de personas se comunican a través de un smartphone. Son la materia prima de los bienes más demandados del mundo, el soporte de las industrias que generan más valor añadido, la madre del cordero de la economía mundial del siglo XXI.

En la Grecia clásica fue el trigo, el el siglo XVI fue el oro, en el siglo XX el petróleo, y después el uranio, y ahora son las tierras raras. Si miramos a nuestra historia económica, la tensión por la obtención de recursos ha generado guerras como las del Peloponeso y crisis como las de 1973 y 1978. Lo que tenemos encima son solamente gestos que muestran el poderío por parte de China y de Estados Unidos, pero lo que puede venir es muy serio.

Por suerte, la historia es generosa y siempre hay una lección que aprender de los pensadores que nos precedieron.  En el siglo XIX se desarrolló la explicación de las ventajas del libre comercio internacional más famosa: la teoría de la ventaja comparativa.

Esta teoría la enunció David Ricardo, a partir de las ideas de Adam Smith, y fue refinada por otro grande, John Stuart Mill. Ricardo había centrado su intento de determinar la tasa de intercambio entre dos países en la oferta.

Mill dio un giro a la perspectiva y se dio cuenta de que mi oferta de bienes, no es otra cosa que la demanda que un país tiene de esos bienes que yo produzco. Y esta lógica le llevó a considerar la importancia de la elasticidad de esa demanda recíproca en mi balanza comercial.

De esta forma, lo ideal es que yo exporte bienes imprescindibles para el resto de los países e importe bienes con muchos sustitutivos. En una época de crisis, mis exportaciones apenas se verían afectadas y mis importaciones podrían ser financiadas.

Esa es la razón por la que España tiene cierta dificultad en mantener un saldo comercial favorable. Por desgracia, estamos viviendo hasta qué punto es prescindible el turismo, y lo dependientes que somos de muchos bienes innecesarios para mantener nuestra producción.

Por desgracia, estamos viviendo hasta qué punto es prescindible el turismo, y lo dependientes que somos de muchos bienes innecesarios

El caso del poder comercial chino encaja en el análisis propuesto por Mill. Supongamos que somos Chen Deming, ministro de Comercio de la República Popular China desde hace 14 años. ¿Cuál sería la estrategia cuando asumió su cargo en el año 2007? Teniendo la mayor reserva del mundo de tierras raras en el yacimiento de Bayan Obo en Mongolia interior, y dada la proyección a futuro de estos elementos, sin duda, una de las prioridades sería el control del comercio internacional. Dicho y hecho.

En el año 2019, el 80% de las importaciones de tierras raras de Estados Unidos, principal potencia mundial, procedía de China. Cuando en mayo de ese año, el Gobierno chino emitía un comunicado amenazando con subir los aranceles a las tierras raras y afirmaba "no digáis que no os lo advertimos", iban en serio. Dos años después y ya sin Trump, la situación no ha mejorado. ¿Qué podemos hacer?

La "rareza" de estos elementos consiste en que no se encuentran en estado puro y, una vez extraídos, hay que procesarlos. Es un proceso ineficiente en el que se pierde más de la mitad de lo extraído. Es sucio, porque una de las impurezas que genera es un elemento radiactivo como el torio. Su proceso de obtención es agresivo con el medioambiente, y, por supuesto, es caro. 

No podemos multiplicar como por arte de magia las reservas de tierras raras en función de los intereses geopolíticos. Pero podemos investigar cómo extraer y purificar estos elementos de manera más eficiente y barata, para ser menos dependientes de China. Esto significaría que nuestra demanda sería menos rígida.

Ya hay científicos dedicados a esto. Y ahora viene la puñalada en la espalda. El geólogo que lidera uno de los grupos de investigación más exitoso es español. Asturiano, para más señas. Juan Diego Rodríguez Blanco, doctor en Geoquímica por la Universidad de Oviedo, lleva años investigando en el Trinity College de Dublín, cómo extraer y procesar estas tierras raras.

Por desgracia, el método de extracción depende de cómo se formaron los depósitos, así que sus logros son una gran noticia, pero necesitamos más investigadores que se dediquen a ello. En España, además de sol y playa, tenemos talento científico que emigra para poder desarrollarlo. Tal vez a alguien le parecerá falta de patriotismo.

Cómo es posible que no esté "devolviendo" a su lugar de nacimiento la educación, el uso de las carreteras, y de todos los servicios y bienes públicos empleados. Ese punto de vista es uno de los muros que nos separan del progreso económico y social. Mi perspectiva es la opuesta, es la de Mill: ¿qué tendríamos que haberle ofrecido al doctor Rodríguez Blanco para que eligiera investigar en España? Para él habría sido un logro enorme en su carrera, como el que está teniendo, por sus méritos. Para el país implicaría dejar de depender del turismo y ofrecer un servicio cuya demanda recíproca es muy alta.

Mientras tanto, nuestros gobernantes jalean la violencia y aplauden la desestabilización. La miopía política de elegidos y electores nos va a dejar en el vagón de cola por muchos años.