El rapero Kanye West acaba de anunciar que va a competir por la Presidencia de EEUU. Inmediatamente después, todo el mundo (sobre todo entre los demócratas) ha querido ver en él la figura inversa de Ross Perot, el candidato independiente que se supone que en 1992 dividió el voto republicano, lo que podría haber favorecido la elección del demócrata Bill Clinton. En este caso, se supone también que la presencia de Kanye West (de raza negra) como candidato dividirá el voto de los afroamericanos que, normalmente, es muy favorable a los demócratas en las elecciones presidenciales y perjudicará, por tanto, a Joe Biden.

Pero, hoy por hoy, todo parecen paparruchas. Ni la presencia de Ross Perot afectó al voto a George Bush de manera significativa (aunque durante años se ha discutido acaloradamente del tema, con hipótesis, cálculos y recálculos de qué hubiera podido pasar con los votos electorales por estados sin su presencia) ni parece que una entrada tan tardía en la competición electoral por parte del rapero vaya a alterar unos resultados que, en las encuestas, favorecen al que fue vicepresidente con Obama, Joe Biden.

La clave de todo está en si en EEUU van a ser o no capaces de contener la pandemia.

Hay que recordar que a George Bush padre le perjudicó en 1992 el hecho de que, si hubiera ganado una segunda Presidencia, su partido habría disfrutado de cuatro victorias consecutivas, lo que es algo especialmente raro. De la misma manera es muy raro que un presidente no revalide, lo que, como ya hemos comentado otras veces, favorece en principio a Donald Trump esta vez.

La clave de todo está en si en EEUU van a ser o no capaces de contener la pandemia tras el batacazo reciente en algunos estados del Sur y del Oeste (Texas, California, Florida y Arizona) donde no para de crecer el número de infectados y donde, hasta dentro de unas semanas, no se sabrá si el hecho de que el número de fallecimientos no aumente al mismo ritmo que el de infectados es fruto de un espejismo estadístico conocido como “paradoja de Simpson” que hace que un conjunto de datos evolucione de manera favorable aunque sus componentes estén yendo a peor. O, dicho con palabras de la Wikipedia: “En probabilidad y estadística, la paradoja de Simpson o efecto Yule-Simpson es una paradoja en la cual una tendencia que aparece en varios grupos de datos desaparece cuando estos grupos se combinan y en su lugar aparece la tendencia contraria para los datos agregados”.

Es decir, podría estar sucediendo lo contrario de lo que parece: que los datos de mortalidad por la COVID-19 estuvieran empeorando muy mucho en ciertos estados y ciudades de USA a pesar de que en el conjunto del país lo aparente sea lo contrario. No tardaremos en saberlo.

En la lucha contra la COVID 19 parece que los EEUU están aplicando lo que decía Winston Churchill sobre ellos: que antes de aplicar la solución correcta intentarán todas las demás.

En EEUU la recuperación económica se está produciendo, tal y como esperábamos aquí, en “V”.

Estrechamente ligado al comportamiento de la pandemia en EEUU está obviamente su futuro económico inmediato y a ese respecto, el tema es ahora especialmente dramático: en EEUU la recuperación económica se está produciendo, tal y como esperábamos aquí, en “V” pero si se produce el más mínimo retroceso, por la vuelta al confinamiento de varios de los estados más importantes, o bien el gobierno federal inyecta de nuevo ayudas masivas o bien el retraimiento de los consumidores pudiera ser catastrófico ya que se les está terminando la gasolina proporcionada por el plus aportado por el gobierno con el envío de cheques a las familias norteamericanas (tan beneficiosa ha sido la suma del subsidio de desempleo y el cheque que ahora la situación es mejor en términos de rentas que en febrero pasado).

El Congreso de EEUU está, de momento, y por culpa de la lucha partidaria, poco proclive a reanudar las ayudas, aunque, finalmente las aprobará, si la economía retrocede.

Por ahora, lo cierto es que todo va a favor, económicamente hablando, en USA: creación de empleo en junio cercana a los cinco millones de puestos de trabajo; el índice de confianza de los consumidores, que no había llegado a caer al ritmo de otras recesiones, se recupera con rapidez, por no hablar del índice de sorpresas económicas favorables que ha subido tanto que se sale del gráfico y hay que “reescalarlo”.

Algo parecido sucede con la confianza de los gestores de compras de las empresas, que se ha recuperado en buena parte del mundo casi en “V” también, tal y como expresan los PMIs manufactureros y de servicios. Todo ello gracias al impulso fiscal proporcionado por los gobiernos. Impulso que abarca desde el equivalente al 4% escaso del PIB proporcionado por el gobierno español en términos de gasto estricto (y casi un 11% adicional como avales y préstamos) hasta el 12% de gasto en Alemania (y 39% en préstamos y avales). En EEUU las cantidades respectivas ascienden al 9% y el 5% de su PIB. Aparte están los estímulos monetarios proporcionados por los respectivos bancos centrales.

Insuficiencia española

Ya se ve que lo hecho en España es insuficiente. Parece que al Gobierno le está costando reconocer algo bastante básico: si provocas una recesión por decreto, tienes que iniciar la recuperación por decreto. O, dicho de otra manera: no debes decretar una recesión si no tienes la capacidad de decretar una expansión. Para eso hay que gastar mucho dinero. Y, si lo haces así, tienes que asumir el coste. Un coste que, por la dependencia del turismo en nuestro caso, va a ser muy elevado, dado que turismo y “distancia social” son términos antitéticos.

Creo que lo sabe todo el mundo ya: de las recesiones sale más pobre todo el mundo: empresarios, trabajadores y el propio Estado. Y hay que insistir en que, una vez socorrida la gente que necesita ayuda del Estado para vivir, el esfuerzo fundamental debe dirigirse a que las empresas y lo autónomos sobrevivan y que el daño económico que debería ser transitorio no se convierta en permanente. Todo lo que esté, a escala, por debajo de lo que hace Alemania en gasto público corre el riesgo de no cumplir el objetivo fundamental: que con el cierre transitorio, la adaptación de espacios y la reinvención del negocio el sector hostelería/turismo esté dentro de un año listo para una temporada equivalente a la del verano de 2019.

Lo ha dicho el Director de la OCDE, Ángel Guría: a España le ha tocado la tormenta perfecta. Y eso tiene un coste extraordinario. Si no se toman las medidas adecuadas y contundentes de gasto, y se les orienta adecuadamente, parte de lo gastado se habrá ido a humo de pajas. Las dilaciones y titubeos no hacen más que acrecentar el mal.

China ha demostrado una vez más que una acción decidida puede contener los rebrotes del coronavirus.

Entretanto, China ha demostrado una vez más que una acción decidida puede contener los rebrotes del coronavirus: el brote de Pekín lo han combatido con mascarillas, aislamiento rápido de los barrios del contagio, tests masivos y trazabilidad de los posibles contagiados.

En España estamos aún a la luna de Valencia. No hay más que mirar lo de Lérida para ver cómo de inefectiva sigue siendo aquí la reacción ante un brote del coronavirus. Para cuando se publiquen estas líneas ya toda la provincia de Lérida debería haberse hecho el test. Como en Wuhan. Como en Pekín. Una vez controlada la expansión de la pandemia, la solución es la comentada que aplican en China. Pero aquí, aunque hayamos avanzado mucho, se siguen diciendo bobadas como lo de las “mascarilla insolidarias” del portavoz del Ministerio de Sanidad para las pandemias. Y sigue faltando esa gran campaña pública de publicidad coercitiva y aterradora sobre la necesidad del uso de las mascarillas.

Decía Churchill de los americanos que ensayaban todas las soluciones equivocadas antes de dar con la correcta. ¿Será cosa de los españoles también? ¿O solo de sus gobiernos? ¿Sera cosa de todo el mundo?