Nuestro miedo irracional a perder dinero nos lleva a perderlo.

Es así.

Y lo es por la miopía que tenemos los inversores en cuanto a la aversión a las pérdidas y es una más de las irracionalidades en las que caemos cuando invertimos. Esas irracionalidades nos hacen ser poco eficientes en la gestión y acumulación de rentabilidades en nuestra cartera.

Tendemos a tener un miedo desmedido con la posibilidad de pérdidas en el corto plazo, pero, a la vez, nos olvidamos del coste de dejar ir las ganancias acumuladas.

Si bien lo que dice la teoría es que cortes cuanto antes las pérdidas y que te quedes en cartera aquellas posiciones en las que tienes ganancias, solemos hacer lo contrario.

¿Por qué? Porque emocionalmente materializar ganancias nos da un chute importante de confianza y optimismo en nuestras capacidades de gestionar inversiones (además de un gran tema de conversación para sacar pecho en una cena con amigos o, mejor aún, familiares de segundo o tercer grado).

Mientras, nuestra aversión al riesgo nos lleva a evitar a toda costa que se materialicen pérdidas aunque los activos en los que estamos perdiendo dinero no tengan muchas probabilidades reales y razonables de recuperarse.

Esto nos debería llevar a dos conclusiones:

   1.- Si tienes en tu cartera posiciones con ganancias… ¡mantenlas! Si las vendes, el siguiente activo que compres normalmente tendrá peor probabilidad de darte una rentabilidad positiva.

   2.- Si tienes en tu cartera posiciones con pérdidas… ¡véndelas! Y utiliza ese dinero para buscar otro activo. Si este último demuestra tener un comportamiento positivo, vuelve a la primera conclusión.

Una manera distinta de combatir esa miopía que sufrimos es mirar al largo plazo y darnos cuenta de que la probabilidad de pérdidas se reduce de manera muy significativa.

Incluso comenzando a invertir en un momento malo, el largo plazo lo “arregla” gracias a ese efecto espectacular que tiene sobre la probabilidad de pérdidas.

Pongamos un ejemplo muy visible y que seguramente está todavía en la cabeza de muchos inversores: la crisis financiera global de 2008. Crisis donde el índice más representativo de los mercados financieros globales, el S&P 500, llegó a caer más de un 55%.

Imaginemos que hubiéramos invertido antes de esas caídas tan extraordinarias. Hoy, (30 de septiembre de 2020) tendríamos acumulada una rentabilidad del 180% o de un 8,27% anual en el índice S&P500.

Ese efecto espectacular del largo plazo sobre la probabilidad de pérdidas convierte incluso al abismo anterior a la gran crisis financiera global en un momento espectacular para invertir.

¿Podremos asegurar lo mismo sobre el hecho de haber invertido antes del 19 de febrero de este año? Yo personalmente estoy convencido de que sí.

Obviamente, tanto vender aquello en lo que estamos perdiendo como ser tan disciplinados como podamos con el horizonte temporal es complicado. Pero, si conseguimos hacerlo, haríamos que nuestras inversiones fueran más inteligentes.

***Gonzalo Pradas es director de Openbank Wealth