Alguna vez hemos hablado en esta tribuna de la inteligencia artificial como el meta-problema más importante al que se enfrenta el ser humano en este siglo XXI.

Una vez que hemos concluido ya que la estupidez humana que viene de serie en nuestra estirpe no tiene solución, vamos a ver si somos capaces entre todos de lidiar con esta hidra de siete cabezas que, a diferencia de aquella con la que se las tuvo que ver Hércules en la antigüedad, no es hija de la naturaleza, ni el resultado de una invasión alienígena, sino que es una entidad que hemos fabricado para ser mejores y complicarnos la existencia al mismo tiempo. Así nos las gastamos los seres humanos cuando nos ponemos a jugar "a buscar el Santo Grial". 

IA ética: espere, no vaya tan rápido. Se discute mucho cómo debería ser un desarrollo ético de la inteligencia artificial. El problema es que esa apelación, como muchas cosas de nuestro presente, constituye mera máscara destinada a quedar bien ante los auditorios.

¿La ética de quién o de quiénes? Cada persona, cada empresa y cada sociedad tiene sus propios estándares éticos. ¿Nos podemos poner de acuerdo sobre el marco ético de la inteligencia artificial? Para la sociedad china es ético utilizarla para hacer un gigantesco scoring social, para los norteamericanos es ético si contribuye al negocio y a mantener el liderazgo tecnológico mundial del país, y para los europeos (véase el Reglamento de IA) es ético sólo si cumple escrupulosamente con la declaración de derechos humanos (salvo que un Estado, por aquello de los conflictos a los que pueda verse abocado, tenga que saltárselos un poquito en nombre de su pueblo). Hay tantas éticas como cosmovisiones.

 ¿Y si aplicamos la moral? Previo al establecimiento de los estándares éticos está la praxis de aquello que hacemos en el día a día. En este sentido, también podríamos hablar de una moral en el diseño y en el uso de la IA. Y eso, hoy por hoy, está muy relacionado con lo que algunos denominan el solucionismo tecnológico.

Si hay un cacharro tecnológico que resuelve un problema, moralmente no sólo no es reprobable cómo pueda llegar a hacerlo, sino que es preferible a la inoperancia (incluso la percibida) humana. En un mundo donde el desarrollo tecnológico se ha convertido en una suerte de nueva religión, el fin siempre justificará los medios.

La IA nos permitirá resolver problemas hasta hoy inconcebibles (pensemos en aquellos usos médicos que nos ayudarán a vencer enfermedades hoy incurables), y al mismo tiempo será utilizada ampliamente para hacer el mal (bandidos y delincuentes serán los primeros en generalizar su uso). Vamos, como casi siempre ha ocurrido con todo gran avance tecnológico humano. Todavía es pronto para pronunciarse sobre cuál será el resultado de semejante batalla entre el bien y el mal.

Regulación ex-ante. Nos hemos acostumbrado a que el marco regulatorio de cualquier aspecto social siempre acontece bastantes años después de que alguna novedad surja en la sociedad. Ahí es cuando acontece lo que yo denomino "el desequilibrio temporal": los tiempos del desarrollo tecnológico no concuerdan con los tiempos de la deliberación política y democrática a la hora de regular aquel.

Es una diferencia insalvable, y que de alguna manera se convierte en una constante en esta ecuación. Con lo cual siempre vamos a tener ahí una falla. Lo ideal sería hacer un diseño de la IA que contemplara inicialmente los consensos políticos y sociales, pero entonces no habría margen para el hackeo que es inherente a los grandes desarrollos científicos y tecnológicos como este. Estamos abocados a ir corriendo detrás del experimento que se nos ha escapado de la jaula.

Es el negocio, amigos. La gente que está más alarmada por el plausible impacto negativo del desarrollo incontrolado de la IA, habla de impulsar proyectos de IA públicos (véase el caso del gobierno español anunciado hace poco tiempo), con un diseño humanístico, y también de recuperar la idea primigenia de internet como red de redes, como un procomún global y accesible a todo el mundo.

Me temo que estos proyectos están llamados a ejercer de bálsamos y de pomadas para calmar la urticaria de amplias capas sociales y hacerles creer que, con estos ejercicios de simulacro, se están ocupando del asunto. La realidad es que no hay apenas margen para modificar lo que está pasando, una vez que el modelo de internet asentado globalmente consiste en la extracción de datos de manera masiva con los que, primero, se han financiado modelos de negocio imbatibles (servicios de gran calidad a precio gratuito, y que han capturado al atención de la mayoría de la población mundial), y ahora, alcanzada una gran capacidad de cómputo y cálculo por el propio desarrollo tecnológico, marcar desde el principio el marco del asunto, a la vez que se asienta un modelo de negocio que exige un tamaño descomunal (tener acceso a ingentes cantidades de datos y luego a gigantescos servicios de computación para su tratamiento).

Me temo que esto no está al alcance ni de una pyme, ni de una startup y probablemente tampoco de la mayoría de los Estados. En las empresas que dominan este negocio se suceden las dimisiones de los directivos que lideran las departamentos de "desarrollo ético y responsable". No me extraña en absoluto. Sigue habiendo gente con algo de conciencia.

La geoestrategia no es un videojuego. En el principio fueron las buenas intenciones, después llegó el negocio y finalmente los bloques de poder internacionales. Sí, me temo que muchas narrativas que hablan de capacidad tecnológica, emprendimiento, inversiones y todo eso, se olvidan de la historia y de las dinámicas de placas tectónicas de poder geoestratégico que emergen de ella.

El actual desarrollo tecnológico y el futuro que nos espera no se puede entender sin la actual lucha por la hegemonía mundial del actual líder, Estados Unidos, y quien aspira a sustituirlo, China. Europa se ha quedado atrás con carácter definitivo y aspira no se sabe bien a qué. A veces no hay dinero para las cosas importantes y otras se saca de donde haga falta cuando tus hijos se casan.

Al Presidente J.F. Kennedy le preguntaron para qué iba a gastar tan ingente suma de dinero (con el que se podría resolver en aquel momento de un plumazo el problema del hambre y la pobreza en el mundo) en llegar a la luna. ¿Qué había en nuestro satélite que merecía tal dispendio presupuestario? La contestación de aquel Presidente que nunca llegó a ver el final de la epopeya, fue épica: "Lo vamos a hacer para demostrar que podemos hacerlo".

Vamos que quería llegar antes que los soviéticos. Esa epopeya nos permitió inventar el microondas y el papel de aluminio, cuya generalización han ayudado más a las personas que caminar sobre la superficie lunar. Apliquen la moraleja de aquel episodio de hace 60 años al momento actual con la IA y verán la luz.

Para qué queremos la democracia. He de decir sin ambages que mi principal temor con la IA no es de índole económico, ni social, sino político. En una época en la que los líderes populistas están de moda y que el iliberalismo corroe las cada vez más frágiles democracias liberales, las prácticas de consultoría política utilizando herramientas a partir de la IA pueden llegar a terminar de enterrar de manera definitiva nuestros espacios democráticos.

He comentado en muchos círculos cómo hace una década algunos nos entusiasmamos con la aparición de aquel internet 2.0, el cual, mediante la desintermediación y el uso masivo de redes sociales al alcance de cualquier ciudadano, pensábamos que resolvería los problemas de calidad democrática para siempre.

Lamentablemente, diez años después vemos que aquellos viejos problemas de nuestros sistemas políticos democráticos siguen entre nosotros (algunos de ellos incluso potenciados) y, además, contemplamos cómo el uso masivo de redes ha sumado unos cuantos problemas más que antes no teníamos. Vamos que hicimos un pan como unas tortas.

De hecho, embebidos en el actual solucionismo tecnológico y en la imperfecta infalibilidad de la IA, muchos ciudadanos comenzarán a preguntarse: ¿para qué necesitamos líderes y gobernantes si le podremos preguntar a una IA cómo resolver nuestros problemas? No tardarán en votar una candidatura que así lo promueva.

Una nueva teología. José María Lasalle plantea en su libro de reciente aparición 'Civilización Artificial' que el principal reto de la IA general que llegará pronto es que tendremos que afrontar un problema sobre el que los humanos llevamos tiempo leyendo y reflexionado como hipótesis , pero que no lo habíamos experimentado jamás: me refiero a que esta vez sí parece que vamos a dar rienda suelta a nuestra pulsión de parecernos a los dioses y jugar a la creación.

Desde el mito de Prometeo creemos ser diferentes al resto de seres animales por el hecho de disponer de una herramienta con la que dominarlos: el fuego. Aquel fuego, hoy transformado en esta hidra de siete cabezas de la que estamos hablando, también promete alcanzar el bien para toda la humanidad, pero ya tenemos la experiencia de conocer lo que ha pasado (otra vez la historia) cuando a los seres humanos les ha dado por jugar a ser dioses.

De todas formas, esto va a pasar, hagámonos a la idea. Desaparecida la idea de Dios —aquello que daba sentido, coherencia y limites a la civilización— en nuestras secularizadas sociedades, y tiradas en el desván de la historia las grandes ideologías que durante el siglo XIX y el siglo XX articularon para bien y para mal el pensamiento y la acción de varias generaciones, la IA se convierte en una nueva religión que dará forma a lo que vamos a pensar, hacer y vivir.

Por ello le recomiendo, querido lector, que si quiere entender de qué va esto vuelvan a estudiar teología. Las narrativas son muy similares, y los seres humanos aunque nos consideramos racionales, solemos adorar las historias que nos contamos unos a otros de forma masiva. San Agustín, por poner de ejemplo a mi tocayo lejano, dejó dicho aquello de que "la mejor prueba de la existencia de Dios es la superación del escepticismo y del relativista". Cambien la palabra Dios por IA y verán como todo cobra más sentido a lo que está pasando.