El coronavirus ha venido para quedarse en nuestras vidas. Aun cuando las cifras de contagiados empiecen a disminuir, sus consecuencias -sobre todo en la economía- se dejarán sentir durante meses. ¿Cuántos? Resulta imposible saberlo y ni siquiera el Fondo Monetario Internacional (FMI) o la OCDE se atreven a hacer pronósticos. 

Tampoco se atreven a decir cuál será el crecimiento de nuestra economía en el departamento que lidera Nadia Calviño. Tan solo el FMI ha dejado entrever que será inferior al 1,6% -lo que nos aboca a quedarnos a las puertas o a entrar en una recesión técnica-.

No es raro que con estas poco halagüeñas perspectivas el Gobierno se plantee la puesta en marcha de un paquete de apoyo a las empresas para minimizar el impacto del coronavirus. 

Ya hay sectores que están notando las primeras consecuencias. Las agencias de viajes y los hoteles llevan semanas viendo cómo las reservas se cancelan. Basta con leer los últimos datos de la patronal hotelera de Madrid, que indican que en este momento la ocupación no pasa del 15%. 

Lo siguiente que va a aparecer son los problemas para las grandes fábricas. El cerrojazo a la industria china (la gran fábrica del mundo) puede provocar problemas de abastecimiento de componentes a partir de la primera semana de abril.

La patronal hotelera de Madrid asegura que la ocupación no pasa del 15%. 

Aun superados esos problemas, el miedo al coronavirus y a que la crisis pueda desencadenarse, conllevará un frenazo del consumo lo que hará que muchas empresas se queden con el stock actual (y parte del futuro que ya estuviera contratado) en el almacén y sin posibilidad de venta.

Es decir, estaríamos ante un shock de demanda, que puede originar un shock de liquidez empresarial. ¿Por qué? Porque esas empresas que no vendan tendrán que pagar a sus trabajadores, proveedores, las cotizaciones sociales y los impuestos. Unos pagos que pueden generar unas tensiones de liquidez que pueden terminar con el cierre de la empresa. Es decir, un panorama muy similar a lo que ocurrió en el 2008. 

Esa es, y no otra, la razón que lleva a un Gobierno progresista a plantearse medidas que podrían considerarse como liberales.

A falta de conocer el plan completo que prepara el Ejecutivo, Sánchez ya ha dejado entrever cuáles serán los pilares esenciales: proteger el empleo -permitiendo, por ejemplo, más flexibilidad en los Expedientes de Regulación Temporal de Empleo o dando ayudas a los padres que tengan que reducirse la jornada para cuidar de sus hijos-; líneas de liquidez para las pymes y medidas extraordinarias para el turismo y el transporte. 

Pero una de las grandes claves de ese plan estará en la “moratoria” en el pago de impuestos como el IVA, el Impuesto de Sociedades o en las cotizaciones sociales.

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¿Por qué? Pues porque estos son los únicos pagos que no pueden aplazarse y que durante la crisis del 2008 acabaron con muchas empresas. Así que en esta ocasión el Ejecutivo no parece dispuesto a repetir la experiencia. 

Otra cosa será cómo afecta eso a las arcas del Estado. Un país que todavía se gobierna con Presupuestos del año 2018, elaborados por Montoro, y con un Ejecutivo que aún no ha conseguido el apoyo para sacar unas nuevas cuentas en el corto plazo. 

Todas las medidas que se pongan encima de la mesa van a suponer una auténtica inyección de dinero en la economía. Bien de forma directa en forma de líneas de liquidez, bien en forma de aplazamiento de la recaudación tributaria. Algo que habrá que tener en cuenta a la hora de encarar los números a cierre del año, no sea que el déficit vuelva a estar desbocado. 

Ya lo ha dicho el Fondo Monetario, luchar contra el coronavirus sin cuartel pero con mesura y tomando medidas para meter en vereda las cuentas. Esa es la clave.

¿Y dónde queda el famoso gasto social prometido? Quizá el vicepresidente Iglesias tenga que esperar, pero tampoco debiera olvidar que ayudar a las empresas es tan social como salir en auxilio de los trabajadores o los más desfavorecidos. Máxime en momentos de crisis como la del coronavirus. Sin actividad y sin empresas no hay empleo, y sin empleo no hay riqueza.