"Debemos huir de la complacencia". Fue uno de los mensajes que el aspirante a la presidencia del Gobierno, el socialista Pedro Sánchez, lanzó este lunes en la primera jornada de la sesión de investidura en la que solicitará el respaldo del Congreso de los Diputados para repetir en La Moncloa. Lo dijo en referencia a la situación económica que atraviesa España, con un crecimiento que superará el 2% en 2019 y que ya quisieran Alemania, Francia o Italia. Se felicitaba por ello, pero manifestaba a la vez la necesidad de no confiarse porque, como reconoció, la economía "tiende a aminorar su ritmo de crecimiento".

Complacencia. Huir de ella. Con reformas. Pero no. Aún no, al menos. Porque el bloqueo manda en la política española, sin que en la votación prevista para este martes existan opciones de que Sánchez sea investido, porque necesita una mayoría absoluta ahora imposible, y con muy pocas posibilidades, tras lo visto y escuchado este lunes, de que lo logre a la segunda, este jueves, cuando necesitaría una mayoría simple -más síes que noes-. ¿Qué pasará luego? El Rey Felipe VI explorará si puede convocarse una segunda investidura para septiembre y si no hay candidato viable o la fractura persiste, nuevas elecciones para noviembre.  

Lo dicho: el bloqueo manda. E impone que los retos económicos y las reformas deben esperar. No es que puedan esperar, es que deben esperar, que así lo dicen los políticos. Como trasfondo, ese crecimiento que este año se moverá entre el 2,2% y el 2,4%, el doble que el 1,2% previsto para la Eurozona por el Banco Central Europeo (BCE), y que siembra, aunque se niegue en público, la semilla de la complacencia en los partidos españoles.  

Poco parece importar que la tasa de paro siga próxima al 15% o que el récord de afiliados ocupados no baste para pagar las pensiones sin necesidad de que la Seguridad Social se endeude. Como denuncia el economista jefe para Europa de Bank of America-Merrill, Rubén Segura-Cayuela, España sí necesita reformas urgentes, pero quienes mandan no lo entienden así. Y la resultante es que "España está perdiendo un tiempo precioso, porque las reformas hay que hacerlas cuando hay viento de cola". 

MÁS DE LO MISMO

Vientos de cola. Los famosos vientos de cola que el entonces ministro de Economía con Mariano Rajoy y actual vicepresidente del BCE, Luis de Guindos, puso tan de moda cuando la economía española retomó el crecimiento a partir de finales de 2013. Encarnados en una suerte de 'Santísima Trinidad', consistían en unos reducidos costes de financiación patrocinados por los bajos tipos de interés del BCE, un euro más débil o menos fuerte que favorecía las exportaciones y un petróleo más barato que aminoraba la factura energética de las compañías, los consumidores y el conjunto del país. 

"Durante la crisis, primero con Zapatero y luego con Rajoy, España solo ejecutó medidas o reformas cuando estuvo contra las cuerdas; ahora la situación invita más a la complacencia que a las urgencias. Y esto, en sí mismo, es un riesgo colosal"

Tres elementos que, por ahora, siguen soplando a favor. Con los tipos de interés no se esperan subidas, sino todo lo contrario, porque hay más bajadas en marcha y así lo refleja un euríbor a 12 meses que ya está por debajo del -0,30%; el euro se cambia a 1,12 dólares, lejos de los 1,25 dólares de comienzos de 2017 o de los casi 1,40 dólares de mayo de 2014; y el barril de petróleo Brent, aunque cerca de los 65 dólares, tampoco amenaza con precios más preocupantes, de 80 dólares o más, a corto plazo salvo escalada de las tensiones entre EEUU e Irán en el Estrecho de Ormuz.

Más crecimiento que los países vecinos y viento aún favorable, el escenario perfecto para relegar a la economía, para no adoptar unas reformas que España y sus políticos han demostrado que solo adoptan por las malas o cuando la amenaza es extrema. Como en los tiempos de José Luis Rodríguez Zapatero, recortando el sueldo de los funcionarios o congelando las pensiones en mayo de 2010 tras el rescate de Grecia, o en agosto de 2011, cuando acordó con el PP cambiar el artículo 135 de la Constitución para reforzar el compromiso español con "la estabilidad presupuestaria" a cambio de que el BCE comprara deuda española en el mercado; o como en los de Rajoy, ya con el rescate bancario firmado en julio 2012 a cambio de introducir cambios en el mercado laboral o las pensiones. Eran tiempos en los que el rendimiento del bono español a 10 años llegó a superar el 6%, el 7%, y en los que la prima de riesgo caminaba por los 500, los 600 o más puntos básicos. 

Ahora, en cambio, la rentabilidad del bono es más baja que nunca, en el 0,41%, y la prima de riesgo se mueve en torno a los 75 puntos básicos. Es decir, unas cifras más propicias para la complacencia que para la urgencia.

Unas cifras también engañosas, porque están condicionadas y anestesiadas por la 'mano visible' del BCE, cuyas políticas se exponen al efecto secundario de desincentivar las reformas precisamente porque contienen las reacciones en el mercado de bonos y amortiguan la presión que los inversores ejercían sobre los gobernantes. Apenas queda una muestra de esa presión en Italia, pero sin ser la sombra de lo que fue. Pese a todos los pulsos entre Roma y Bruselas y pese a la posiblidad de que el país vaya de nuevo a elecciones, los bonos italianos a 10 años están en el 1,66% y su prima de riesgo merodea los 200 puntos básicos, lejos de los 400, 500 o 600 puntos vistos en los peores momentos de la crisis de la deuda soberana en la Eurozona. 

Pero esta situación constituye un peligro colosal, puesto que España no maneja ninguno de esos vientos de cola y porque supone supeditar el crecimiento a fuerzas externas, que no internas. Además, y precisamente para intentar romper el bloqueo, expone al país a adoptar enfoques procíclicos y dejarse seducir por tentaciones cortoplacistas, basadas en el presente y su mayor crecimiento, y no en las necesidades y los retos del futuro. Y cuando un país, como es el caso de España, sigue teniendo un déficit público que el Fondo Monetario Internacional (FMI) calcula que no bajará del 2% en un lustro, carga con una deuda pública superior al 95% del PIB y arrastra una deuda externa neta aún superior al 80% del PIB, conviene ser cautos antes de adquirir compromisos de gasto público o subidas de las pensiones que luego pueden verse truncados si los vientos pasan a soplar en contra o el ciclo se desinfla. Y con un Brexit duro cada vez más posible de la manos de Boris Johnson y con la guerra comercial acechando, los riesgos sobre el ciclo son más que reales. Las reformas, sin embargo, deben esperar. Ahora es el tiempo de la política. Ojalá cuando llegue el de la economía no sea demasiado tarde. 

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